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Domingo, 24 de abril de 2016

TEATRO › NICOLAS CANO HABLA DE LA VIDA BREVE, EL ESPECTACULO QUE PRESENTA EN SANTOS 4040

“Un proceso continuo de investigación”

Así define el director la obra que concibió junto a Esteban Bieda y que está inspirada en los universos narrativos y temáticos de Tolstoi y Chejov. “Hay una tensión entre lo que tradicionalmente se llamaría puesta en escena y el guión”, dice Cano.

 Por María Daniela Yaccar

“La vida breve es una reescritura, una opinión contemporánea, mutante y caótica del universo narrativo y temático de Tolstoi y Chejov”, dicen sus autores, Esteban Bieda y Nahuel Cano. Está inspirada en los imaginarios de los dos autores rusos en sus obras, notas y diarios y muestra la decadencia y el vacío existencial de un grupo de seres que atraviesan el desamor y la traición. Tiene algo de homenaje, pero no es en absoluto “una pieza de museo”, como aclara su director, que es Cano. Más bien todo lo contrario. La vida breve (domingos a las 20, en Santos 4040, Santos Dumont 4040) sorprende por muchas cosas, pero sobre todo porque deja pensando en qué es el teatro hoy, en cómo se puede contar en la actualidad, a partir de la ruptura de muchas de las convenciones de la disciplina. Porque el espectáculo es un cóctel de citas, rock, narraciones al público y actuaciones que reposan en la transmisión de estados emocionales al límite.

El propósito inicial era ambicioso: “Una adaptación de Anna Karenina que no fuera ñoña”, cuenta Cano a Página/12. Después, Chejov aportó la pata teatral a esa intención. Pero lo cierto es que el proceso del que resultó la obra es tan complejo como la obra en sí: el verdadero punto de partida fue la actuación. Los actores de La vida breve trabajan como compañía y se encuentran en “un proceso continuo de investigación”. Cuando ensayaban Todos mis miedos, obra también dirigida por Cano, brotaron ideas que no encajaban para ese material y que, luego, los dramaturgos conectaron con la novela de Tolstoi. “Pensábamos que Anna Karenina, con su desmesura, podía ser atravesada por los procedimientos que aparecieron en los ensayos. Después apareció Chejov y empezamos a hacer un trabajo con cierta fragmentación de los materiales pero, al mismo tiempo, la búsqueda de unidad. No nos interesa la fragmentación por la fragmentación, sino cómo constituye unidad y articula sentido”, define Cano. La obra es una producción del FIBA y de la Compañía Estudio El Cuarto.

“En los años que separan a Tolstoi y Chejov pasó de todo en Rusia, pero en sus obras aparecen los mismos personajes, la misma clase social, totalmente quebrada”, analiza. Como en Prueba y error, espectáculo en el que Cano actúa y que también hay que pensar más desde los procedimientos que lo vehiculan que en relación con el tópico abordado, en La vida breve hay una puja entre una historia en sentido clásico y todo lo que ocurre alrededor de la escena, que tiene que ver con el teatro, la actuación, la ficción y sus límites. Es una obra bien contemporánea que surgió de la lectura y reescritura de clásicos, y ese contraste hace a su singularidad. “Claramente hay una tensión entre lo que tradicionalmente se llamaría puesta en escena y el guión. Al mismo tiempo, al interior del relato, está planteada una tensión semejante entre cómo se narra y lo que se narra. Queríamos hacer circular informaciones que fueran legibles y que ese relato a la vez se disuelva, se fragmente. De todas formas, está el intento de que eso acumule narrativamente. Creo que el teatro es aburrido cuando lo que pasa narrativamente es lo único que organiza la escena”, sentencia el director. “Un plano de horizontalidad entre los elementos es poderoso”, opina. Ni el tema en primer lugar, ni el texto ni la forma: horizontalidad o “jerarquías transitorias”, dice.

La historia es la de un grupo de seres de clase alta al borde del abismo y tiene un clima que sugiere “la urgencia de una revolución”. Es una obra sobre “el tiempo y el fin del amor”. “Ellos siempre me parecieron unos chetos menemistas y con cierta sensibilidad”, sugiere el autor. El paisaje que rodea la acción se construye a partir de la repetición en los textos de ciertos elementos, como los caballos y los olmos. La sala tiene un jardín que es aprovechado en el espectáculo. Afuera suceden cosas, al tiempo que suceden cosas adentro. Afuera, por ejemplo, en un momento nieva. La vida breve es potente en cuanto a la construcción de imágenes. En otro plano está ese “cómo se narra” al que hace alusión Cano. Y en este sentido una de las decisiones relevantes es que los actores se vistan ante el público. Hay unos percheros con vestuarios coloridos y hermosos, y los cambios de ropa anuncian cambios de época y de estación. Además, son un claro símbolo de la clase social a la que pertenecen los personajes. “En la obra el vestuario (de Belén Parra) es súper importante. ¿Quién tiene toda esa ropa?”, plantea Cano.

El director está enamorado de sus actores. Dicen que son unos “capos”. La vida breve es, además, una obra que depende de las actuaciones. “Todo el tiempo trabajan en acumular emocionalmente para que uno pueda seguir a esos personajes. Afirman con mucha fuerza la responsabilidad de la libertad. Se sumergen en una red que no tiene tantas garantías y corren riesgos. Puede salir mal, pueden tomar una mala decisión”, elogia el director. El elenco lo integran María Abadi, Anabella Bacigalupo, Florencia Bergallo, Diego Echegoyen, Leonardo Murúa, Javier Pedersoli, Mariano Sayavedra. “La vida breve es una obra sobre la ficción en sentido amplio”, concluye Cano. “Al mismo tiempo que la ficción tiene sus limitaciones, es lo único que tenemos. No tenemos más remedio que contarnos lo real a través de ficciones. Es una fatalidad bella.”

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El plan inicial era ambicioso: “Una adaptación de Anna Karenina que no fuera ñoña”, cuenta Cano.
Imagen: Sandra Cartasso
 
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