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Domingo, 26 de noviembre de 2006

TEATRO › KEVIN SPACEY EN EL OLD VIC

“Ahora quiero hacer teatro y, ocasionalmente, cine”

Cuestionado por la prensa británica, el actor de Hollywood se defiende, recuerda que él hizo teatro por más de quince años antes de dedicarse al cine y que ahora vuelve a su primer amor, en la misma sala londinense que antes honraron Laurence Olivier y John Gielgud.

 Por Lourdes Gomez

Desde Londres

A los actores de Hollywood les atrae Londres por el prestigio que conlleva interpretar un papel en su competitiva escena teatral. Kevin Spacey siguió la tradición en 1986 con Largo viaje del día hacia la noche, de Eugene O’Neill, y la apuntaló doce años después con otra obra del Nobel de Literatura, Llega el hombre de hielo, en una producción del Almeida. Dio entonces un vuelco en su carrera y, distanciándose de sus colegas estadounidenses, fijó residencia en la capital británica. Se hizo con las riendas del Old Vic, un teatro de gran prestigio en acusada decadencia, e inauguró su primera temporada, estrenándose además en la dirección teatral en 2004. No ha sido hasta ahora un trayecto cómodo, precisamente.

La crítica británica desaprueba constantemente la gestión de Spacey como director artístico, aunque aplaude su talento en el escenario. En su camarín del Old Vic, antes de entrar en escena en otra tragedia de O’Neill, Una luna para el bastardo, el actor explica su visión para devolver el brillo a un teatro celebrado por Dickens y antaño morada de Laurence Olivier, John Gielgud, Michael Redgrave y Peggy Ashcroft, entre otros notables profesionales.

–¿O’Neill es su dramaturgo favorito?

–Sin duda. Me fascina su comprensión de la naturaleza humana y cómo describe personajes sin juzgarlos. Los presenta con todos sus fallas y deja que el público emita su propio juicio de valor. Incluso cuando escribe sobre su hermano, como sucede en Una luna para el bastardo, lo cual es doloroso para él. Considero sus tres últimas obras –Largo viaje del día hacia la noche, Llega el hombre de hielo y Una luna para el bastardo– las mejores y más honestas de su trayectoria. Ha dejado ya de experimentar y enmascarar sus influencias. Escribe sobre el ser humano con honestidad y con todas sus contradicciones. El público se reconoce en sus personajes.

-¿Qué exige de un actor?

–O’Neill escribe desde el corazón. Exige todo, y el actor debe entregar todo. Jim, mi personaje, lleva 25 años bebiendo, y debo proyectar su experiencia, pensamientos, sentimientos y el efecto que el alcohol puede ocasionar a una persona en el transcurso de una noche sin que los aspectos físicos de dicho efecto hagan perder el hilo de la historia. Es un ejercicio físico y muy emocional.

–El cine actual ha olvidado a O’Neill.

–Les asusta producir films a partir de su obra. Es oscuro y profundo, y el cine no piensa así hoy en día.

–¿Por eso concentra ahora su carrera en el teatro?

–La gente quiere verte en el mismo papel en que te descubrió. No le gusta que cambies ni que aceptes nuevos retos. Pero hay que atender al corazón y arrear con las consecuencias. En 1999, cuando mis diez años enfocado en el cine marchaban fantásticamente, me pregunté: “¿Voy a pasar otros diez años de película en película, intercalando ocasionalmente una obra de teatro?”. No, ahora quiero hacer teatro y ocasionalmente cine. El teatro es mi prioridad y a la agenda del teatro debe acoplarse el cine.

–Asumió una mayor responsabilidad, tomando la dirección del Old Vic. ¿Quiso probarse a sí mismo?

–Ya no me interesa mi carrera personal. Me interesa crear algo más grande y duradero: asentar los cimientos de una compañía teatral. No se entiende por qué la gente me asocia al glamour y dinero del cine. Se olvidan que trabajé quince años como actor de teatro antes de ponerme delante de una cámara. Para muchos, el teatro es un peldaño hacia el cine. Para mí, no. Es una forma de expresión tan significativa como el cine y, además, mucho más satisfactoria.

–¿Cómo encaja las hirientes críticas de los medios británicos a su gestión del Old Vic?

–Típico de la prensa británica, nada personal. Sienten un extraño placer en fastidiar a los demás en vez de celebrar lo que se intenta construir. No es cordial ni cálido ni comprensivo. Lo mismo hicieron con Olivier, Beckett, Peter Hall, Trevor Nunn, Richard Hare... así que me veo en un club muy exclusivo. Me preocuparía si el público dejara de venir al teatro, si las ventas anticipadas aflojaran, lo cual no sucedió. Nuestra fortuna la determina el público, no la crítica.

–Al menos lo reconocen como el “británico adoptado”.

–Sí, y lo aprecio porque siento que yo he adoptado este país. Me encanta venir cada día a trabajar. También reconozco que vivimos en un mundo donde se exige que todo sea instantáneo. Me comprometí diez años con el Old Vic –-me quedan ocho– y tener una visión a tal plazo suaviza la picazón de las primeras valoraciones. Pero afirmar que una compañía teatral está dedicada al fracaso o pedir mi renuncia porque no les agrada mi repertorio es el colmo de la arrogancia. A la prensa le frustra no influir en la opinión pública. Está perdiendo influencia porque la gente decide ahora en base a los “blogs” y otras canales de Internet. La gente está harta de la negatividad de los periódicos.

–¿Qué identidad persigue para el Old Vic, dada la tremenda competencia en el teatro londinense?

–No pienso en términos de competir, salvo con nosotros mismos. Busco la calidad de un teatro de actores porque ahí es donde surgen las grandes interpretaciones. Quiero respetar su tradición como teatro glamoroso y convertirlo también en un espacio para toda la comunidad. Tenemos en marcha un programa educativo, con jóvenes de 16 a 25 años, para desarrollar nuevos talentos. Pero somos muy nuevos y necesitamos tiempo para descubrir nuestra identidad. Dentro de un par de temporadas, entreveremos tal vez la dirección adonde nos dirigimos. El objetivo es que, cuando yo ceda la batuta, el Old Vic funcione como un teatro del siglo XXI, con su propia compañía y producciones.

–¿Como recuerda sus conciertos ocasionales de Beyond the Sea, donde interpretó a Bobby Darin?

–Disfruté mucho. En el teatro, el actor no entabla una relación directa con el público. Hay un cuarto muro. En un concierto, uno mira a los ojos de la gente, te gritan y uno les contesta. Fue una experiencia increíblemente liberadora. Me encanta la música de Bobby Darin y tener la oportunidad de interpretar en vivo sus canciones fue pura delicia.

–¿Cómo ve la situación en Estados Unidos?

–Los estadounidenses comienzan a despertar a las mentiras y falsedad de una administración corrupta. El miedo fue la principal herramienta política de la presente administración. Ha recurrido al temor como no lo habíamos visto desde los juicios de McCarthy, en la década de 1950. Nunca había visto utilizar el miedo para paralizar a la gente, aplacarla y hacerla sentir tal pánico que está dispuesta a aceptar políticas que van en contra de los valores americanos. Pero están despertando y, tal vez, todo cambiará.

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“Ya no me interesa mi carrera personal”, dice Spacey.
 
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