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Martes, 22 de mayo de 2007

TEATRO › ENTREVISTA AL DRAMATURGO Y DIRECTOR MAURICIO KARTUN

“Tenemos que aceptar que la mentira nos domina”

El teatrista presenta la tercera temporada de El niño argentino, una obra que, con humor ácido, refleja las desmesuras del poder y la riqueza. Aquí, también, la traición puede ser vista como uno de los símbolos de la argentinidad.

 Por Hilda Cabrera

“Cuando un espectáculo encuentra a su tribu pasa esto, se sostiene y nos compromete a ponerle energía.” El dramaturgo y director Mauricio Kartun habla de coincidencias felices y de nuevos desafíos en esta tercera temporada de El niño argentino, obra en la que cruza de modo singular caracteres y lenguajes (anacronismos y verso clásico y campero) de la sociedad de fines del siglo XIX y comienzos del XX. Un ácido humor recorre esta historia del niño bien, el peoncito y la vaca Aurora –embarcados todos en un transatlántico–, inspirada en otra desmesura de las familias ricas: viajar acompañados de una vaca para tener leche fresca durante la travesía a Europa. La incógnita sobre el destino de la holando y el peoncito, y el de un imaginario señorito adicto al opio es uno de los varios asuntos que atraviesan esta obra, donde la traición es uno de los símbolos de la argentinidad.

Cumplidas dos temporadas en el circuito oficial (teatros San Martín y Alvear), El niño... se presenta ahora en el Teatro Regina convocando al disfrute. La mezcla de lenguajes es algo natural en Kartun. Lo demostró antes en Rápido nocturno, aire de foxtrot y La Madonnita. Docente en la Universidad del Centro (Tandil), la Escuela de Arte Dramático de la ciudad (EAD) y el Taller-Escuela de Titiriteros del San Martín, dicta seminarios en el interior y en ciudades de Latinoamérica y España. Es autor de letras de canciones para teatro y cine, como las de Los hijos de Fierro, emblemática película de Pino Solanas. De su producción teatral se destacan, entre otros títulos, Chau Misterix, La casita de los viejos, Cumbia morena cumbia, Pericones, El partener y Desde la lona; adaptaciones como Sacco y Vanzetti, dirigida por Jaime Kogan, y Salto al cielo, un montaje de Villanueva Cosse, y trabajos en colaboración: La comedia es finita, con Claudio Gallardou, y Lejos de aquí, con Roberto Cossa. Es uno de esos docentes que “dejan crecer” y rompen modelos cuando es necesario, “aunque el modelo sea uno mismo”. Opina que el contacto con otros alumnos y otros públicos es saludable: “Las devoluciones y las preguntas abren la cabeza. Es difícil aprender sólo con el público de Buenos Aires, que se mueve según mecanismos fijos, aunque existan tribus y esté dividido”.

–¿Qué descubrió en esos otros lugares?

–En primer término, una estética, que en mi producción es muy poco metropolitana. Lo gauchesco está muy presente en El niño..., donde más allá de su origen puramente literario se relaciona con formas de expresión que se dan únicamente en el interior.

–Sin embargo, no hay aquí costumbrismo. ¿Lo rechaza?

–El costumbrismo en el teatro no es otra cosa que la reproducción patética de una realidad y el sometimiento a una estética que el cine impuso como un modelo prestigioso del siglo XX. Por eso le ha venido bien al teatro que la televisión asumiera ese modelo como propio, porque ahí pudimos comparar y descubrir la pobreza de esa forma de expresión, obligándonos a investigar en otras estéticas.

–¿Los autores más jóvenes son críticos de ese realismo?

–Algunos lo parodian y otros lo han quebrado generando productos que no tienen sentido, o que quizá lo tengan, pero no está explicitado o es decididamente obvio. Ellos pretenden construir universos poéticos que pueden ser leídos de infinitas maneras. Lo interesante de esto es que reaccionan ante algo que los autores de mi generación instalaron y del cual abusaron.

–¿Influye en ese “sinsentido” el desgaste de las ideologías y la percepción de un escepticismo generalizado?

–Lo que influye es la experiencia de vida. Por eso me da bronca cuando escucho reclamarles a los jóvenes una actitud que no se corresponde con su experiencia histórica, con lo que han vivido y sentido. Pienso que en este siglo XXI están descubriendo nuevas maneras de manifestarse a través de un teatro político que no se relaciona con aquellas seguridades que los hechos demostraron que no eran tales y que conducían a mi generación a afirmaciones desmedidas.

–¿Qué rescata de las inseguridades de este tiempo?

–Me sorprenden los espectáculos que contienen una manifestación política sólida, no partidista y de mucho mayor escepticismo que el de mi generación.

–Quizás escepticismo no es la palabra adecuada...

–En todo caso, escepticismo respecto de aquellas fórmulas que creíamos eran indiscutibles.

–En otra época, con una sociedad muy politizada, las ambigüedades y contradicciones estaban mal vistas. ¿Cómo es hoy?

–En algunos casos ha habido una reacción muy inteligente y creativa sobre las fórmulas utilizadas en el pasado. En otros, la gente sigue mostrando su melancolía. No puedo omitir en esto a un creador como Tato Pavlovsky, cuyo compromiso con lo social y estético es continuamente modificado por la realidad. No está atado a fórmulas. Cuando enfrenta al espectador, lo hace con la apertura de cabeza de un joven de 20.

–¿Ese es uno de los compromisos del creador?

–Ser un individuo ético es el primer compromiso. La política es también una manifestación ética cotidiana y doméstica, independiente del institucionalismo partidista que sí tiene otros intereses, como lo estamos viendo en esta campaña por las elecciones en Buenos Aires.

–¿El desprestigio de los partidos se relaciona con el menosprecio de la ética?

–Lo horroroso es lo que está ocurriendo hoy entre los ciudadanos. Aceptamos la hipótesis de que todo discurso político preeleccionario es falso, que es sólo una forma más o menos hábil de obtener una fracción de poder con la que hacer algo que no sabemos si será positivo o no. En este momento no hay quien piense que aquello que se dice, declara y promete en campaña se hará realmente.

–¿Cómo se trabaja en una sociedad que acepta el engaño?

–Con una angustia muy grande, porque hay que aceptar que la mentira nos domina. Entonces no hay más remedio que pensar que si el engaño es el territorio del poder, cualquier otro territorio que uno construya, incluso el más acotado, sufrirá las generales de la ley. También ahí se introducirán la retórica y la falsedad. Pero el que es realmente creador, en cualquier disciplina y en la vida, será siempre alguien que manifieste su objeción, su rebeldía.

–Que no mire para otro lado...

–Exactamente. Lo que hacemos refleja nuestra opinión. Los artistas manifestándose con la estética que deseen, pero de manera continua, preservando la propia sensibilidad, devolviendo una nueva mirada sobre esa realidad que les da peso y sustento, y que no es hoy la del viejo concepto del compromiso en el que mi generación fue formada, más cercano a la disciplina institucional.

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“En esta obra, lo que empieza como parodia desemboca en tragedia”, señala Kartun, invirtiendo la célebre frase de Marx.
 
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