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Lunes, 13 de agosto de 2007

TEATRO › BORGES, DEL AMOR AL ODIO

Borges, del amor al odio

El director presenta en el Teatro del Pueblo una puesta de Borges, la provocativa obra de Rodrigo García, que lleva a escena las contradicciones del autor de El Aleph.

 Por Cecilia Hopkins

Dramaturgo y director argentino residente en España desde fines de los ’80, Rodrigo García visitó su país con dos de sus montajes hace sólo cuatro años, durante el Festival Internacional de Buenos Aires. Dueño de un estilo provocador que cruza elementos de diversas expresiones artísticas, el creador del afamado grupo madrileño La Carnicería no es, sin embargo, un autor cuyos textos tienten a los grupos locales, aunque él los considera “escritos en libertad, para una azarosa utilización ulterior” (ver recuadro). El caso es que hasta fin de agosto se presenta en el Teatro del Pueblo una puesta de su obra Borges, dirigida por Marcelo Jaureguiberry e interpretada por dos actores de su grupo tandilense Cero Grupo Teatro: Pablo Moro Rodríguez y Pedro Tissier.

Borges recibió los premios a la mejor obra y mejor dirección en el Festival de Teatro Tandil 2004, organizado por la Comedia de la Provincia de Buenos Aires. La pieza consiste en el monólogo desencantado de un hombre que recuerda el encuentro que mantuvo con su ídolo de la adolescencia, Jorge Luis Borges, a la salida de una de sus conferencias: “Borges me sedujo porque el texto muestra al escritor de carne y hueso, con todas sus contradicciones –afirma el director en una entrevista con Página/12–, y porque desarrolla la opinión de muchos argentinos sobre él de puertas para adentro, porque nadie suele escribir sobre esa imagen controvertida”. Pero hay también algo más en la pieza: “Está expuesto el tema de la idolatría, porque el chico de diecisiete años descubre que su ídolo es de barro, y pasa entonces del amor al odio en el tránsito del texto, y es este punto lo que me resulta más atractivo de trabajar con los actores”, afirma Jaureguiberry.

–¿Borges está en consonancia o en disonancia respecto de su obra anterior?

–Con nuestro grupo venimos trabajando desde hace 10 años y somos bastante eclécticos en la elección del repertorio. Yo diría que lo distintivo de este repertorio nuestro es el espíritu de investigación y el riesgo que ponemos en juego en cada texto que abordamos. Me gusta que los actores de mis puestas tengan contundencia y que sean orgánicos en escena.

–¿Había visto puestas de García? ¿Qué le atrajo de su teatro?

–Me seducen muchísimo los textos de Rodrigo. Me parecen geniales porque mezcla lo poético y lo cotidiano, fragmenta las historias y les imprime imágenes contundentes que me provocan como director. Después de haber montado Borges aquí, vi una puesta de He comprado una pala en Ikea para cavar mi propia tumba, en Barcelona.

–¿Qué modificaciones hizo respecto de la obra original?</p>

–El texto no tiene una sola didascalia, pero está lleno de imágenes que a mí, particularmente, me provocaban muchísimo. Tampoco tiene los 4 personajes que interpreta el actor y los dos que ejecuta el cantante, ni el fragmento del Réquiem de Fauré. Me entregué a esas palabras con la certeza de construir mi mundo y en ese punto creo que el texto de Rodrigo García fue mi mejor compañero de ruta. Envié el video de mi puesta a Nel Diago, catedrático de la Universidad de Valencia, fanático de las puestas de este director y él me escribió diciéndome que lo que yo había hecho “no era García”, cosa que me puso muy contento, porque, en realidad, se trataba de mi propia concepción de la obra. Cuando dirijo me dejo llevar por la energía que se produce en los ensayos, parto desde el “no sé”. Desde el trabajo con los actores, inmersos en un proceso creativo sin red. Así nacen las diferentes voces en este texto de García, un impacto vital al corazón del texto.

–¿Por qué el protagonista se enfrenta a una cámara de video?

–Esa es otra cosa: aunque vaya amasando la puesta en los ensayos, mi otra profesión me hace guiños continuamente. Soy arquitecto, además de licenciado en Teatro, y admiro mucho a los renacentistas, así que, desde los primeros ensayos, sabía que iba a trabajar la simetría y operar sobre ella una deconstrucción de la misma. Con la cámara juego a estructurar una multiplicidad de espacios que, puestos en un eje simétrico, se multiplican sin límite, se trastrocan y reconvierten en otros espacios. El público, en el caso de esta puesta, tiene que seleccionar continuamente qué observar, qué obra quiere ver, ya que indudablemente son miradas diferentes del espectáculo: si uno mira la pantalla o al actor en vivo, o si hace intermitencia entre estas dos instancias. Cada espectador participa en un juego ambiguo y desestabilizador definiendo qué obra fue la que presenció.

–El personaje de la obra critica ferozmente el hecho de que Borges haya tenido tan poco vínculo con el entorno político y social de su época. ¿Cuál es su posición en relación con la figura del escritor?

–Borges me parece genial como escritor. Admiro, sobre todo, su poesía que, dentro de su producción, es lo menos conocido. El espectáculo es un poco duro para la gente que viene a presenciar un homenaje a Borges: provoca, cuestiona, transgrede todos los límites del “prócer” Borges. Pero es un canto de amor, un bolero donde no existen límites entre ese chico de diecisiete años y el escritor.

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“El espectáculo es duro para la gente que viene a presenciar un homenaje”, dice Jaureguiberry.
 
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