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Viernes, 23 de noviembre de 2007

TEATRO › JOAQUIN FURRIEL Y “UN GUAPO DEL 900”

“La marginalidad siempre sirve al sistema político”

El clásico de Samuel Eichelbaum, que se estrena hoy en San Andrés de Giles bajo la dirección de Eva Halac, reflexiona sobre la llegada del hombre de campo a la ciudad y se mantiene vigente a través de su planteo sobre el poder y el delito.

 Por Cecilia Hopkins

Estrenada en 1940 bajo la dirección de Armando Discépolo, Un guapo del 900, de Samuel Eichelbaum, no tardó en constituirse como un éxito de público y crítica. Sus personajes centrales, el guapo Ecuménico y su madre Natividad –interpretados por primera vez por Francisco Petrone y Milagros de la Vega– aparecen profundamente ligados a la vida del comité pueblerino, lugar que ofrecía a principios del siglo XX la oportunidad de brindarle una ocupación al hombre que hasta hacía poco había poblado la pampa. Es que, con el crecimiento de los centros urbanos, la vida del gaucho cambiaba irremediablemente. Así, el coraje, la nobleza y la fidelidad son los valores que Ecuménico pone al servicio de don Alejo Garay, el político que lo contrata como guardaespaldas y fuerza de choque. Pero el guapo decide actuar por su cuenta cuando descubre las relaciones amorosas de la esposa de su patrón con el político de la oposición. Desengañado por el accionar de una mujer que idealiza, Ecuménico planea lavarle la honra a su empleador dándole un susto al hombre que lo traiciona, pero esto termina involuntariamente en asesinato. El guapo pasa sólo cuatro meses en prisión porque su madre y su padrino político se encargan de sacarlo. Pero, una vez libre, Ecuménico no es el mismo, ya que tiene la conciencia de haber matado esta vez por cuenta propia y no por encargo. Es por esto que, en una crisis de conciencia, se entrega a la Justicia.

La obra, hace años dirigida en teatro por Rodolfo Graziano y Juan Carlos Gené, llevada al cine por Leopoldo Torre Nilsson y Lautaro Murúa (con Alfredo Alcón y Jorge Salcedo en el rol protagónico, en cada caso), se estrenará bajo la dirección de Eva Halac y música de Chango Spasiuk, con Joaquín Furriel, Betiana Blum y Antonio Grimau, en los roles principales. Completan el elenco Sergio Oviedo, Alexia Moyano, Martín Kasem, Oscar Ferreyra, Ana Laura Mercader y Carlos Juárez, más vecinos del pueblo. La primera función tendrá lugar esta noche en San Andrés de Giles, en el marco de un proyecto de rescate del teatro nacional iniciado por el Instituto Cultural de la Provincia de Buenos Aires. La puesta, que espera repetirse en Junín, Bolívar, Olavarría, Coronel Suárez y Avellaneda, contará con pantallas gigantes de proyección y gradas para unos 2000 espectadores. En conversación con Página/12, Joaquín Furriel –actor egresado del Conservatorio Nacional que se hizo masivamente conocido por su participación en Montecristo, Jesús el heredero y Soy gitano, entre otras ficciones de la TV– analiza la obra y sus personajes.

–¿Cuál es la causa de la tragedia de Ecuménico?

–Hay que considerar que en la obra los tiempos están cambiando: el progreso se hace presente a través de otros políticos que traen un nuevo discurso. Ecuménico es un idealista que viene de un mundo solitario. La suya es una autonomía errante con algo de gallo de riña, muy visceral. Y esto genera desconfianza y temor en su entorno. El tipo de educación tan estricta que recibió Ecuménico de su madre hace que vea la infidelidad como la peor de las traiciones. Y él está acostumbrado a hacer justicia desde sus ideas. En la pelea, este personaje no considera malo matar porque si esto ocurre, lo hace como acto de supervivencia. Además, él tiene su entrevero con un hombre “que le disfruta la mujer” a su caudillo, que saca un arma de fuego para defenderse y no un cuchillo.

–¿Esto marca el encuentro de dos culturas diferentes?

–Sí. En Radiografía de la pampa, Martínez Estrada destaca el valor del cuchillo que, a diferencia de la espada, es un arma sin exceso, porque obliga a pelear de cerca, a sentir la sangre, lo que hace al instinto animal. Con el tiempo, el cuchillo pasa a servirle al matarife de frigorífico mientras que el hombre, para matar a otro hombre, inventa otros métodos, como el arma de fuego.

–¿Ese cambio que está sucediendo determina el destino de Ecuménico, entonces?

–Sí, porque cuando el gaucho deja de ser gaucho en la ciudad, ser guapo es una de las tareas que puede desempeñar. La obra muestra la existencia del clientelismo político porque, al igual que ahora, cada político tiene sus punteros en lugares estratégicos. Pero a diferencia de hoy, este hombre tiene valores, como la honradez y la lealtad. En obras como ésta, si uno no entiende qué significan esos valores para esos personajes se hace difícil entender el todo. Es como en las obras de Lorca, en las cuales uno debe entender el valor que en la época se les daba a la virginidad de la mujer o la importancia de la dote. Yo pienso que la llave de acceso al mundo expresivo de Samuel Eichelbaum está en comprender esos valores que hoy están perdidos como tales.

–¿Será una dificultad para encontrarle actualidad a la obra?

–No, porque la obra es un clásico de la dramaturgia argentina y no una obra de museo. Muestra un clima de violencia en tiempos de elecciones, tiene un contexto político interesante. Además, me parece que la vida en la ciudad en los pueblos es muy diferente. En las ciudades, las drogas duras o el paco le queman la cabeza a cualquiera y esto conspira en contra de cualquier valor. La marginalidad siempre sirve al sistema político del mismo modo en que Ecuménico sirve a su caudillo, para ajustar cuentas. En cambio, esta obra se verá en pueblos. Va a ser en un encuentro al aire libre con el espectador.

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Joaquín Furriel dice que su personaje es idealista y solitario.
Imagen: Alfredo Srur
 
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