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Martes, 15 de enero de 2008

TEATRO › UNA CRONICA DESDE EL CORAZON DE LA BATALLA ENTRE LAS OBRAS PUNTERAS DE LA TEMPORADA TEATRAL MARPLATENSE

Los chistes de siempre bajo las luces del nuevo siglo

Cristina en el país de las maravillas, capitaneada por Nito Artaza, e Incomparable, a cargo de su ex compañero Miguel Angel Cherutti, se reparten la porción mayor de la torta de espectáculos en Mar del Plata.

 Por Julian Gorodischer
desde Mar del Plata

Los productores teatrales de Mar del Plata asumieron el rol de experimentados demógrafos, aficionados a estudiar comportamientos de “la masa”. Se los escucha con frecuencia analizar los cambios de tendencia entre “los públicos” como si tuvieran sus propias consultoras, y siempre el culpable de la merma en la venta de entradas es el cambio climático o el adelanto de hora dispuesto por el Gobierno. Es común oír decir: “Habráse visto” (mirando al cielo), protestando contra la claridad hasta las 22, que atenta contra las salas llenas. ¿Cómo fue que la gente un día decidió no retirarse de las playas? Eso está en estudio, y por ahora sólo se atina a postergar horarios de funciones y rogar que la lluvia o al menos un eclipse solar acaben con los hábitos insólitos de los playeros noctámbulos. Nito Artaza y Miguel Angel Cherutti dominaban la taquilla estando juntos, y ahora lo hacen enfrentados en un caso de “amigos-luego-rivales” que haría las delicias en un culebrón vespertino. Todos los años contratan a acompañantes célebres (atracciones reemplazables) y vedettes con buenas delanteras (esta vez Luciana Salazar y Celina Rucci) para disputarse el primer lugar. Y en lo que va de enero tanto Cristina en el país de las maravillas como Incomparable, sus creaciones, luchan codo a codo por el primer puesto, aunque Artaza cada vez amplíe la diferencia a su favor. La crítica teatral se lo atribuye a la presencia de Antonio Gasalla en el staff, que desconcierta y convoca a la gente de igual manera.

Este verano a pocos les va bien: sólo son dos los títulos que se reparten mayormente la torta, lo cual impone la tarea de conocer a fondo a ambos espectáculos en compañía de un semiólogo local, Rafael Rojo (investigador, Conicet), para entender algo sobre el éxito, construido en torno de entradas de unos 70 pesos que han subido considerablemente con respecto a 2007, sin por ello despertar la misma furia que en los consumidores de tomates y los de nafta. En la entrada del Teatro Mar del Plata mucha gente se entrega al vicio más popular en la avenida Luro: cazar al famoso para figurar junto a él en la fotito tomada por el celular. Rojo plantea su primera intervención para opinar que “se ha deteriorado el nivel de los consumos culturales en la ciudad veraniega, al punto de que ya no hay en cartelera un Hamlet de Alfredo Alcón como en los ’80, o una presencia solista como la del propio Antonio Gasalla con Gasalla en el Lido en esa misma década”, ambos en la prehistoria de las temporadas. En medio del show, cuando la aparición de Gasalla (como la empleada pública) lleva la visita al terreno delicioso del reencuentro con un personaje símbolo de época y a la gracia de un guión de lujo, la representante de prensa de la obra captura al cronista y le dice que “Luciana puede atenderlo ahora, pero tiene que ser ya”. Luego de desoír la protesta por “tener que perderse lo mejor”, la señorita lleva a Página/12 al encuentro de Luciana Salazar en su camarín.

La cita se pautó para pedir a la vedette algunos comentarios sobre la guerra por el primer lugar entre obras punteras y para que evalúe su participación. Al llegar a su cuarto, se le nota la emoción por el protagónico femenino absoluto. Este verano se la calificó alternativamente como “la sucesora” de Susana, pero también como “el cornalito”. Realmente llama la atención –se le comenta al entrar a verla– cómo mejoró en las coreografías. La rubia vedette dice que “es así, tal cual” y avisa que todavía falta lo mejor: cuando gira en una tómbola rarísima que le exigió el estudio de acrobacias. Hay suficiente afinidad como para confesarle que en un momento del show es irritante el modo en que todos los presidentes latinos personificados se encuentran con el presidente Hugo Chávez (en el grupo también está Luciana), y el conjunto de personajes empieza a gritarle al venezolano: “Por qué no te callas, eh, eh, eh”. Y luego lo fusilan a quemarropa, uno por uno, felicitándose por la iniciativa, incluida Luciana, que le pone al asunto una saña especial. Ella mira, azorada, se queda en silencio, y luego responde:

–Lo de Chávez es una humorada; él genera mucha controversia y hay gente que lo quiere matar. No me gusta meterme en política, pero yo no soy extremista. Soy totalmente demócrata y me gusta la libertad.

Luego confiesa que prefería “mil años” a un Ricardo Lagos que a una Bachelet (especialmente interesada en la política chilena porque ella fue consagrada como reina de Viña del Mar). En el intento de sembrar un poco de mala leche que vuelva interesante este tipo de narraciones, se le recuerda un editorial publicado en una revista de farándula que destacaba que ella era la única estrella femenina en la ciudad feliz. Luciana es discreta para responder y asegura que Celina (por Rucci) también “está muy bien”. De vuelta a la butaca, Rojo comenta: “Lástima”, la actuación de Gasalla “fue lo más...”. Luego, Nito Artaza parece tomar revancha, en escena, de una frustrada carrera política: se queda con las caricaturas de líderes como Fidel Castro y Lula, que dan la impresión de compensar sus pésimos resultados electorales como candidato a legislador. Como intérprete es de una ambición desmedida: durante lo que dure la comedia también será Néstor Kirchner.

El humor político ofrece continuas referencias a la actualidad (los cortes de luz y los precios que suben, omitiendo el valor ascendente de estas entradas) y llegado el momento de que aparezca la pareja presidencial, se trabaja la composición sobre clichés como el de “la operada” y “el bizco”. También en lo de Cherutti la gracia es la referencia doméstica o erótica sobre la dupla en el poder, aquí haciéndole decir al ex presidente cosas tales como que “a esta altura del partido lo único que se me para es la turbina del Tango 01” o guionándole una corrida de pantalones caídos al grito insistente de “¿Querés que te haga el pingüino, loco?”. El tono general es de sketch sobre coyuntura de los que se veían en ciclos como Rompeportones y Petardos, llevándolo al terreno más explícito de la “guasada” cuando los supuestos presidentes dicen a la platea de Artaza que ellos juntos componen el “Coño Sur”. Por todo eso, el contraste es tan vívido cuando se consuma la irrupción de Gasalla que hace olvidar el hecho de que se negó a dar una entrevista a Página/12 (en una actitud para nada simpática), demostrando ser un superdotado de la escena, que muta en empleada pública y en vieja con una veracidad que pone los pelos de punta, y le saca la ficha a la clase política y a la doña que mira con una bestialidad para tirar la munición pesada que, lejos de producir irritación por retratar a la platea como un colectivo de burros, sometidos y decrépitos, deriva en un aplauso de pie como los que se dedican a consagrados en la entrega de los Oscar y los Martín Fierro. Rafael Rojo dice que haberlo escuchado decir la frase “el que sigue” sobre un escenario teatral es un hito para menores de 30 como el cronista y como él, que sólo pudieron verlo en la TV, a diferencia de sus padres, que solían disfrutarlo en el café concert de los ’70 y los ‘80. Es una lástima –agrega– que para aprovecharlo haya que tolerar la parte de Artaza (chistes con telón caído) y el baile de Luciana Salazar. Una chica –que dice ser crítica teatral– objeta, desde el asiento de al lado, que “la piba está bien, che”. Dice que es la Marilyn que nos tocó. Rojo se ríe a carcajadas.

Hay un afán en los productores de ambas obras por querer hacerlo pasar todo como una experiencia integral, al estilo de la visita al circo o al parque de diversiones. La adrenalina debería justificar el gasto, y hace tiempo que en estas playas parece no alcanzar con la situación de expectación clásica. En lo de Artaza hacen subir a dos hombres para hacer de Rey Juan Carlos y de Evo Morales, y en lo de Cherutti –-más medido– el recurso se limita a la consulta para que la gente responda datos biográficos desde las butacas. En Incomparable aprovechan ese momento para vender PNT, cuando regalan bolsas de mate y vinos a unos pocos elegidos en una degeneración del concurso, ya que se seleccionan los destinatarios al azar y sin exigirles ninguna respuesta o monería. Como si estuvieran calcados, los dos shows se manejan con convicciones heredadas, o inventadas, como que a la gente le gusta participar aun si eso implica una forma tenue del escarnio. Un acomodador de uno de los dos teatros asegura, sin embargo, que a más de uno se lo ha visto salir llorando en la mitad (pero la recurrencia en la práctica lleva a dudar de tal afirmación). Lo cierto es que los públicos de estos shows nunca están quietos ni callados: insisten en hacerse oír y llamar la atención del resto del salón, pero no molestando con el ruido frecuente en cines porteños de alarmas de reloj o ringtones de celular, sino parándose de pronto para presentarse públicamente al decir (como un hombre mayor en lo de Cherutti): “Soy mendocino, de puro vino, y 47 años de casado, mi Dios”.

La elección de la cita no es gratuita, sino que apunta a destacar el peso y el valor que la institución matrimonial adquiere en estas salas. En sus versiones más deprimentes, la chanza con respecto al enlace marital acusa a los tipos de cornudos y enfrenta a sus mujeres con los culos de Salazar y Rucci en presencia de los maridos. Es como una obsesión que vuelve, la de hablar en chistes y monólogos de parejas que no se aguantan y siguen juntas. Pero hay instantes en que el monotema toma el camino de un romanticismo que eriza la piel de tanta ternura, al ver a dos ancianos (como los que detecta el semiólogo Rojo en la fila 8, asientos 19 y 21) que juntan las sienes y se toman las manos cuando el cantante de Cristina en el país de las maravillas entona: “Te sigo queriendo, como el primer día”. Esto no es revista porteña ni vodevil. Si hay que rotularlas indefectiblemente se dirá que las dos son formatos de programa televisivo: el mérito es la desarticulación del dogma que aseguraba que sólo era televisión lo que se registraba con una cámara y se emitía por una pantalla. Aquí no hay pantalla, pero se repiten todas las cláusulas del ciclo Bailando por un sueño, y en lo de Cherutti hasta está su ganadora, y dos de los pibes que bailaban; hay también una coreo en el caño y referencias continuas de Carmen Barbieri a lo que dijeron de ella en Intrusos o al exabrupto de Moria en lo de la Canosa. Rojo sostiene, en cambio, que al género detrás de estos shows no habría que buscarlo en el terreno del entretenimiento masivo sino en los rituales de celebración.

–Hace mucho que no me sentía tan en una fiesta de quince –se emociona.

Lo dice por la tendencia de Artaza a arengar desde un altoparlante como un DJ, y por la vuelta al pasado que implica tenerlo cerca a Gasalla y por la cantidad de pelados que parecen parientes de un desconocido (en el physique du rol de alguien familiar de quien se ignora todo). Otro rasgo de fiesta de quince puede estar dado por “la música que corta” los momentos de actuación. Nadie se preocupa de que el semiólogo y el cronista hablen tanto durante la función porque la regla es hacerlo para contestar las muchas preguntas de Artaza y de Cherutti durante toda la obra, y en Incomparable se estimula a aplaudir y gritar más fuerte mediante entrega de las bolsas de souvenirs. Los finales –eso sí– son monumentales, con todo el elenco reunido, canciones de music hall para que todos se vayan “con la sensación de que no les envidiamos nada a las obras de Broadway”, según se instaló en un imaginario de alcance zonal. Pero Artaza empaña ese estado emocional tan alto, ese ascenso a un nivel superior al que accede todo espectáculo de este tipo (el saludo) cuando lanza recomendaciones desde el altoparlante, mientras la gente se prepara para volver a la avenida, en la mejor tradición de las locuciones que se escuchan en los vagones del subte: “Cuidado que hay mucho punguista a la salida. Por favor, ¡controlen sus objetos personales!”.

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Luciana Salazar, vedette estrella de Cristina en el país de las maravillas, de Nito Artaza.
 
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