Viernes, 28 de octubre de 2011 | Hoy
CHICOS › VERSIONES LIBRES DE CUENTOS CLASICOS
Por Karina Micheletto
¿Por qué los hombres, desde tiempos ancestrales, han sentido la necesidad de contar cuentos? ¿Y para qué sirven los cuentos? ¿Qué dicen con el paso del tiempo? Los cuentos tradicionales son marcas culturales poderosas de la humanidad. Han sido grandes vehículos transmisores de valores, creencias, miedos atávicos de una cultura, pero también insustituibles puentes para la imaginación de los más chicos. Pasaron siglos, generaciones, y aquí están, vivitos y coleando, La Cenicienta, Caperucita, El Príncipe Valiente, Blancanieves y sus enanos... Son historias de reinados, princesas y carrozas, historias de otro tiempo. ¿Y qué pasa si escritores e ilustradores toman la consigna de cambiarlos, imaginar otros contextos para ellos, otros finales, otros protagonistas? Varias publicaciones infantiles y juveniles tomaron en el último tiempo esa dirección. La sección Chicos se metió a hurgar en las librerías y seleccionó algunas de las más destacadas.
La colección A leer con pictogramas, de editorial Albatros, publicó ya varios títulos, con una original vuelta de tuerca. Son versiones libres de cuentos clásicos a cargo de la escritora bahiense Roberta Iannamico, con una particularidad: están adaptados a las culturas de los pueblos originarios, en un principio las que habitaban el actual territorio del país, y ahora también las mayas e incas. Así se editaron diversas historias, recopiladas luego en dos tomos: La Sirenita de la Patagonia Austral, El sastrecillo valiente de las Pampas, Las habichuelas mágicas del Gran Chaco, Blancanieves de la Tierra del Fuego, por ejemplo. Y ahora se lanzaron La Cenicienta del Imperio Maya y Robin Hood del Imperio Inca. La vuelta de tuerca es doble, porque las historias, ilustradas por otro bahiense, Walter Carzon, están contadas con pictogramas. De esta manera los cuentos clásicos son “regionalizados”, manteniendo la esencia de los relatos del viejo continente, pero adaptados “con todo respeto”, aclaran los autores, a las distintas culturas indígenas. Pensadas para nenes a partir de tres años, las historias incluyen una sección informativa sobre las culturas propuestas.
Otra apuesta a los clásicos transformados es Había una vez... ¿Y después?, una antología que incluye autores como Ana María Shua, María Inés Falconi, Adela Basch y Olga Drennen, entre otros. Se trata de una cuidada edición de Quipu, con bellísimas ilustraciones de Federico Combi, que parte de una pregunta: ¿qué habrá pasado después del colorín colorado? El después del final, o los finales distintos, llegan así para Blancanieves, el Gato con Botas, Cenicienta, la Sirenita o el Patito Feo, tras un resumen del cuento original. En esos finales pasan a escena personajes que antes eran secundarios, o resulta que al final los protagonistas no vivieron tan felices, o que “Los enanos son mineros”, como titula su cuento Shua. La edición, pensada para chicos a partir de 8 años, redobla la apuesta a la imaginación: al fin y al cabo, si los finales pueden ser otros, pueden volver a cambiar cuantas veces sea necesario.
Caperucita en Manhattan, por último, de la exitosa española Carmen Martín Gaite, se reedita en la colección Las Tres Edades de Siruela, pensada para lectores “de 8 a 88 años”. La moderna caperucita es Sara, una nena que vive con su familia en Brooklyn y sueña con poder ir sola a Manhattan a visitar a su abuela. Claro que aquí la abuelita no es una dulce viejecita con cofia: es una mujer más bien de-sestructurada que lleva varios matrimonios y se supo ganar la vida como cantante de music-hall. Tampoco hay lobo ni bosque, sino un hombre ambicioso, una niña con ilusiones mundanas y una jungla de cemento. Tiene en contra el español castizo y el costo elevado de la edición importada. Y a favor, una historia atrapante.
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