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Domingo, 18 de diciembre de 2011

RADIO › ENTREVISTA CON ALEJANDRO DOLINA, QUE VUELVE A CAMBIAR DE EMISORA

“Me gusta trabajar con gente que sabe más que yo”

El conductor, que mudará La venganza será terrible de Radio Nacional a Del Plata, destaca que “el ciclo tiene una clientela propia”. Y dice que ahora el programa está “menos beligerante” que en los tiempos del neoliberalismo.

 Por Emanuel Respighi

En el mundo mediático se suele confundir, más a menudo que lo tolerable, el status de “clásico” con el de longevo. Es decir: a muchas obras, programas e incluso artistas se los cataloga como clásicos por el solo hecho de mantenerse ininterrumpidamente en el tiempo. Como si el acumulado de años haciendo lo mismo bastase para adquirir esa categoría. Sin embargo, si se atienden las distintas acepciones que la Real Academia Española le da a la palabra, se comprende que encierra en su definición el paso del tiempo pero también la plenitud de aquello que perdura en el seno de una cultura. Desde esta perspectiva, nadie cuestionaría que La venganza será terrible, el ciclo radiofónico que Alejandro Dolina conduce desde 1992 en diferentes emisoras, y que desde entonces es el programa más escuchado de las medianoches, es un clásico de la cultura argentina con todas las letras. Dos décadas después de tomar su actual nombre, La venganza será terrible sigue deambulando por el dial: en 2012 el ciclo dejará de emitirse por Radio Nacional (AM 870) para aterrizar en Del Plata (AM 1030), desde donde comenzará una nueva temporada el 12 de enero (ver aparte).

Cualquier excusa siempre es válida para dialogar con Dolina, uno de los escasos exponentes que tienen el don de cruzar con armonía la cultura de la calle con la letrada. Tal vez por eso confluyan en él la reflexión y el humor. Dualidades que se disparan con naturalidad y sorpresa en su oratoria. En su exquisita expresividad oral, que suele poner al mismo nivel contenido y forma, aquello que dice y cómo lo dice, reside su indiscutible vigencia. Un estilo que comenzó a sumar oyentes hace más de un cuarto de siglo, cuando el 2 de abril de 1985 debutó en Radio El Mundo Demasiado tarde para lágrimas, el ciclo que hizo con Adolfo Castelo, y que se mantuvo al aire hasta 1991, año en que mutó al nombre de El ombligo del mundo. Aquel programa, que incluía relatos histórico-filosóficos, improvisaciones de humor y suerte de comedias musicales, fue el germen de La venganza será terrible, que en estos veinte años pasó por Continental, FM Tango, Del Plata, El Mundo, Rivadavia, Radio 10 y ahora regresa a la emisora en la que estuvo en 2001.

“La novedad es el cambio de emisora, más que el regreso a Del Plata, ya que nuestra permanencia anterior en esta radio fue tan efímera como curiosa”, relata Dolina, en la entrevista con Página/12. “En 2000 habíamos abandonado Radio Continental, el contrato se había cumplido, y quienes manejaban Continental por entonces habían decidido –enojados, tal vez– seguir pasando programas grabados de La venganza... De manera que durante esa temporada en Del Plata yo competía conmigo mismo. Y se daba el absurdo de que, a veces, ¡ganaba el programa grabado! Fue sólo una temporada, era otra gente, por lo que no lo siento como un regreso. Es como el hacha de Rivadavia, a la que primero le cambiaron el mango y después el filo. Pero me gusta la forma profesional con la que ahora está manejada la radio. Claudio Villarruel es un hombre en el que vale la pena confiar, por su sabiduría”, detalla, en relación con el hombre que, junto a Bernarda Llorente, se hizo cargo de la gerencia artística de Del Plata.

–¿A qué se refiere con eso de que Del Plata está manejada “profesionalmente”?

–A mí me gusta mucho trabajar con gente que sabe más que yo. Lo cual me resulta muy fácil, por otra parte, porque casi todo el mundo sabe más que yo. Hace poco hice con Juan Campanella El show de Alejandro Molina, una suerte de falso documental. Disfruté mucho haciéndolo y el resultado fue satisfactorio. Me di cuenta de que era bueno porque los tipos que se encargaban de la cinematografía sabían mucho más que yo: convertían las cosas mediocres que les llevaba en genialidades. No es extraño, lamentablemente, que a uno le ocurra lo contrario en el medio: que las cosas que uno humildemente hace sean degradadas porque la otra parte no tiene interés en ello. De manera que con Villarruel siento más o menos lo mismo que con Campanella: que es el sostén de alguien que tiene una gran experiencia en los medios y que acostumbra trabajar profesionalmente.

–Con su experiencia, ¿es más bien de dejarse llevar o, por estar acostumbrado a un trabajo más personal que le dio amplias satisfacciones, le cuesta delegar?

–Es raro que alguien trate de cambiar un estilo que está muy perfilado. Nadie pretendería que la juegue de periodista, porque sería un desastre. De todos modos, en lo que no depende de mi propia imaginación, yo dejo que el otro avance. Es así y debe ser así. Lo que sí puedo hacer es, vistos los resultados y no siendo estos demasiados buenos, dejar de trabajar con alguien. Cuando hago música, y yo compongo las melodías y otro hace los arreglos, confío en él. Después, el resultado puede no ser el esperado. Tengo mucha fe en la profesionalidad. El problema es cuando uno debe trabajar con gente que no sabe nada.

–¿Y le ha pasado seguido?

–No siempre uno encuentra un alto grado de profesionalismo en relación con los medios y con la cultura. La bohemia no basta para gestionar la cultura. En las gestiones públicas de cultura suele pasar, por ejemplo. A mí me han ofrecido distintas secretarías de Cultura. Hubiera sido un desastre. Hay tipos que siendo muy buenos escritores serían pésimos gestionando una secretaría cultural o un medio de comunicación. Se puede tener una interesante mirada artística y hasta una planificación cultural, pero no entender nada de política.

–¿Pero no cree que es preferible que quienes dirigen medios culturales tengan más fortaleza artística que política?

–Un cuadro demasiado político en una gestión cultural tiende a olvidarse de los libros. El profesor Jorge Bosch decía que en épocas pretéritas estábamos acostumbrados a ser dirigidos por viejitos muy conservadores que, sin embargo, se habían leído todos los libros. Y que luego éstos fueron reemplazados por personas muy progresistas, bienpensantes en el sentido político, defensores de causas nobles, pero que nunca habían leído un libro. Creo que ambos extremos son malos.

–La venganza... ha pasado por diferentes emisoras, sin poder anclar en ninguna de ellas. De alguna manera, es un programa itinerante que tiene vuelo propio.

–El ciclo tiene una clientela propia que hace que no sea tan importante en qué radio esté. Hay otros programas que suelen estar tan identificados con la emisoras que los transmiten, e incluso con su pensamiento político, que un cambio podría ser catastrófico. En el caso de La venganza..., por distintas razones, eso no sucede. En primer lugar, porque no se hace desde los estudios, sino desde un lugar alejado del edificio de la emisora. En segundo lugar, porque se emite en un horario que marca una distancia con las directivas de la radio, que generalmente se dan para el horario de oficina. He estado en radios donde he hablado con gerentes y directores una sola vez en el año. Además, éste es un programa aparentemente ficcional, que no está relacionado con el día a día, con la noticia, con la orientación política de la radio. Eso permite acomodarlo fácilmente en cualquier emisora.

–Pero en algunas radios estará más cómodo que en otras...

–Claro que en algunas estoy más cómodo que en otras. Ideológicamente yo estaba muy cómodo en Radio Nacional. Estaba muy contento de ser parte de la programación de una emisora con una orientación política que compartía. Además, yo escucho Nacional. Cuando trabajaba en Radio 10 escuchaba Nacional, que fue una radio que participó activamente en el trabajo político que hicieron algunos medios para quebrar cierto relato único que existía, y que comenzó a gestarse a partir de las dificultades de la 125. Hasta ese momento, las voces discordantes eran solitarias, tenían casi que pedir permiso para expresar ideas que ocasionaban reacciones en la calle. Con esa sensación de que éramos pocos escuchaba Nacional con fruición. Nacional fue un gran lugar de resistencia.

–¿Y por qué si estaba en un colectivo de trabajo ideológica y artísticamente cercano decidió pasar a Del Plata?

–Por razones que tienen que ver con las condiciones de trabajo. Las que me ofrece Del Plata son mejores que las de Nacional, que no tiene que ver con lo moral, sino con lo artístico.

–Se le nota cierta desilusión.

–Desde que arribé, las condiciones de Nacional no eran las pretendidas. Yo llegué a Nacional, y agradezco haberlo hecho, porque se terminó el contrato con la 10 y fue la única propuesta que tuve por entonces. La venganza... es un programa injustamente caro, en el sentido de que no es redituable. Lo que tiene es mucha audiencia, que le sirve a la radio para posicionarse en la medición general, pero no para que haga grandes negocios en ese horario. En Nacional, las condiciones económicas y de trabajo no eran las que históricamente había tenido. Y no mejoraron. No tuvieron ellos, y me parece que con razón, la posibilidad de brindármelas. Es una radio estatal que tiene problemas para justificar gastos altos y la logística que La venganza... requiere por tratarse de un ciclo que se emite fuera de la radio y con público.

–¿No tiene pruritos a la hora de trabajar para cuál y para quién? Utiliza las emisoras como difusores necesarios para hacer el programa.

–Desde luego que me gustan algunas radios más que otras. Y a veces uno no puede elegir.

–¿Alguien con su trayectoria, con un programa que es líder de la medianoche, no puede elegir?

–No. En el estado actual de la radio no puedo elegir. En otras épocas, sí podía. No hay tantas radios grandes que puedan absorber los costos de La venganza... No tengo pruritos en estar en las radios que garanticen la salida al aire del programa porque he tenido la suerte, por las razones que fueren, de que nadie me ha bajado alguna vez una línea sobre qué decir y qué no decir. Probablemente esa circunstancia no tenga que ver con mis virtudes sino, creo, con el desinterés que despierto en quienes me contratan. No le deben tener miedo a las tonterías que pueda llegar a decir.

–¿O a lo que puede llegar a decir usted si alguien le intenta bajar línea?

–No creo. El programa es ficcional, no es directo. Decimos algunas cosas, pero desde la ventana, no desde la calle. Podemos opinar pero después de varios días, sin la temperatura que suele tener la noticia del día... Damos opiniones generales sobre la vida en sociedad, pero que no necesariamente remiten a algún suceso de la jornada.

–¿Por qué nunca quiso politizar el ciclo?

–El programa está politizado, lo que no hacemos es analizar la coyuntura caliente. No me sale ni lo sé hacer. Por otra parte, lo están haciendo durante todo el día. ¿Qué sentido tiene que yo lo haga si no puedo aportar nada nuevo? Es preferible tomar distancia, que pueda dar una óptica un poco más graciosa o tranquilizadora, aportando pensamientos generales con ideas más complejas. Algo que se puede hacer una vez que ha desaparecido la pasión de lo inmediato. Es una decisión artística, que además reconoce mis limitaciones como cotidiano analista de la realidad.

–Y luego de un cuarto de siglo contenido en la misma estructura, ¿cuál es el estímulo para seguir haciendo La venganza...?

–Que no es el mismo programa. Los primeros programas que hacíamos con Castelo no tienen nada que ver con éste. Aquellos primeros envíos bastaban con exponer una metodología nueva. La mera exposición de esa metodología ya resultaba novedosa y no había necesidad de ponerle contenidos demasiados refinados. Era más de forma que de contenido. Jugábamos a los dados, confundíamos las lógicas, dábamos información que no entendíamos... Eran contenidos muy elementales. Luego, impuesto el código inicial, fue necesario ser un poco más astuto. El programa se fue complejizando, con sujetos inconstantes en los diálogos; empezaron a aparecer las charlas históricas iniciales, que me llevaron a investigar cosas de cierta extravagancia intelectual; apareció el sordo Garcés; cambiaron los interlocutores...

–En estas décadas, la cultura, la política y los hábitos de los argentinos sufrieron grandes transformaciones. ¿La venganza... adaptó su lenguaje a esos cambios?

–El programa está menos beligerante. En épocas del neoliberalismo era un programa más bien ácrata, que transmitía la idea de que no valía la pena hacerse mala sangre. Si volvíamos a las fuentes nacionales y populares lo hacíamos en un nivel mítico, como quien vuelve al Ulises de Joyce. Eso que contábamos como recuerdo de un tiempo mejor apareció en la agenda de un gobierno. Y eso cambió el significado de lo que decimos. Las cosas que decimos ahora sobre la política o el cuerpo social son bien distintas: son más apasionadas porque hablamos de realidades, de cosas que están ocurriendo. Y cuando encima esa realidad es objeto de confrontación, se vuelve necesario involucrarse.

–¿Se imagina haciendo otro programa de radio que no sea La venganza...?

–Corro con el miedo de que ese otro programa que haga termine siendo La venganza... Tendría que ser un programa que, al contrario de éste, fuera muy específico. Un programa guionado sobre la historia del arte, por ejemplo. Por lo general prefiero hacer otras cosas, tomar mayores riesgos, en la TV. En radio hago el programa que quiero hacer. Y eso no es poco.

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“A mí me han ofrecido distintas secretarías de Cultura. Hubiera sido un deasastre.”
Imagen: Pablo Piovano
 
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