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Miércoles, 10 de septiembre de 2008

DANZA › OLGA FERRI, JORGE AMARANTE Y EL PRESENTE Y FUTURO DEL TEATRO COLóN

“Aceptar ahora era una obligación”

“El Colón es mi casa, mi vida. Todo lo que sé lo aprendí ahí. Y lo vi enfermo”, señala la notable ex bailarina. En un contexto poco favorable a la ilusión, ambos sin embargo se animan a diseñar los próximos movimientos del Ballet Estable.

 Por Carolina Prieto

Desde hace poco más de un mes, la danza del Teatro Colón está en manos de un dúo que conoce a fondo las necesidades del Ballet Estable y el difícil contexto en el que asumieron. Formados en la Escuela de Danza del primer coliseo, Olga Ferri es la flamante directora artística de la Danza y Jorge Amarante, el director del cuerpo de baile. Con el teatro cerrado, aceptaron la propuesta convencidos de que la compañía necesita una profunda revitalización: potenciar la mayor actividad posible, ensayar y actuar en otras salas de la ciudad a pesar de ser más pequeñas y de carecer de las óptimas posibilidades técnicas del Colón. Ferri tiene 80 espléndidos años y una vitalidad envidiable. A los 18 ingresó por concurso en el Ballet Estable directamente como solista y enseguida devino primera bailarina convirtiéndose en una de las máximas étoiles de los años ’40 y ’50. Amarante, de 38 años, ganó en 1992 la categoría de bailarín solista del Ballet Estable, cargo que sostiene hasta el presente y que le permitió conocer a fondo el repertorio de la compañía.

“Cuando el director general, Horacio Sanguinetti, y el director ejecutivo, Martín Boschet, me llamaron, me tomé mi tiempo para reflexionar. Me costó decidir: estoy en una etapa de la vida para disfrutar de ser abuela y de la enseñanza. Pero el Colón es mi casa, mi vida. Y lo vi enfermo. Todo lo que sé lo aprendí ahí. Sentí que mi obligación era aceptar en este momento complejo, no cuando las cosas están bien. Sentí que me necesitaban y siempre me interesaron los de-safíos”, asegura la maestra de figuras como Paloma Herrera y Ludmila Pagliero, que a su vez convocó a Amarante para conducir el Ballet Estable. “El es muy disciplinado, muy prolijo y hay un gran respeto mutuo con la compañía”, agrega quien fue elegida por Rudolf Nureyev para el estreno sudamericano de Cascanueces, en el Colón, en 1971. Y tiene razón: Amarante mantiene una calma sorprendente en un ambiente de trabajo que dista de ser el ideal. Desde el año pasado, el cuerpo de baile ensaya en una sala del edificio de la Sociedad Hebraica, en la calle Sarmiento, donde también él tiene su oficina, que rebasa de llamados telefónicos, planos de salas, pedidos de su asistente. Allí, en un despacho contiguo al lugar de ensayo, el director ultima los detalles de cada producción.

–¿Cómo fue asumir en este contexto?

Jorge Amarante: –Desde hace un año y ocho meses el Ballet funciona acá, en Hebraica. La sala donde ensayamos tiene el techo bajo, pero es donde podemos preparar las producciones. En este edificio contamos con salitas más chicas y pronto tendremos otro espacio más para ensayar, el teatro de la planta baja: ya se emparejó el piso y podemos usarlo. Tiene techo alto, es una sala bastante más grande y ahí vamos a trabajar con mayor comodidad. En las salas chicas podés marcar, podés enseñar, pero se dificulta muchísimo un ensayo en todo su despliegue. Además, funcionamos como si estuviéramos de gira, adaptándonos a cada sala donde vamos a actuar. Los efectos de luces, las escenografías, los espacios se achican en cada montaje, porque la ciudad no cuenta con salas para grandes producciones, más allá del Colón. A pesar de estas complicaciones, Olga sintió la necesidad de ayudar, de sacar el mejor provecho de la situación que atravesamos.

Olga Ferri: –El Ballet Estable está muy contento. Es el único cuerpo que pide trabajo, más funciones. Y claro, si la vida del bailarín es muy corta. Es verdad, actualmente funciona como un cuerpo de baile itinerante. En el Colón, la compañía contaba con tres salas de ensayo y una sala principal extraordinaria. Ahora, al ir a bailar a teatros más chicos, hay que simplificar los movimientos coreográficos y se produce un achicamiento. Pero a pesar de todo, la compañía tiene que estar en movimiento. ¡Un bailarín no puede parar ni dos semanas! Utiliza seiscientos músculos y tiene que estar preparado. Por eso, los bailarines sienten terror a dejar de ensayar.

–¿Qué objetivos se plantearon en este marco?

O. F.: –A nivel del repertorio, por un lado incorporar coreografías de nuevos creadores, pero también profundizar en los ballets del repertorio universal. Las nuevas generaciones de bailarines tienen que conocer muy bien los diferentes estilos como Silfides, Giselle o El lago de los cisnes. Otro punto importante es el acceso a una buena jubilación. En el resto del mundo, los intérpretes se jubilan a los 40 años y acá no sucede. Yo bailé hasta casi los cincuenta. Y es una disciplina extenuante, en la que nos iniciamos de niños.

J. A.: –Ahora estamos abocados a objetivos de corto plazo. Que la compañía tenga funciones, que tenga movilidad. En el primer semestre del año, el Ballet tuvo sólo siete funciones y, en estos meses que restan, vamos a tener una mayor periodicidad. Al estar en movimiento podemos jugar más con lo interpretativo, alimentar los personajes y hacer crecer un espectáculo. Ya hicimos Silfides, los pas de deux de Espartaco y Don Quijote y el Bolero de Ravel. Y recién, en el Luna Park, con Paloma Herrera y Guillaume Coté, Raymonda, Paquita y unos tangos.

Los directores están de acuerdo en un punto central: volver a las versiones originales para que los bailarines, sobre todo los más jóvenes, conozcan las raíces de cada obra. “Profundizar en las fuentes coreográficas de los ballets tradicionales e ir abriendo el abanico para ofrecer otro tipo de lenguajes”, subrayan. “Una vez que tengamos las bases bien asentadas, queremos ofrecer no sólo las obras tradicionales cada vez mejor bailadas, sino también un repertorio neoclásico y contemporáneo. Y esto no implica una competencia con el Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín, porque el repertorio contemporáneo es muy amplio: hasta hay contemporáneo para bailar en zapatillas de punta. Los intérpretes necesitan descubrir otras estéticas y experimentar con su cuerpo”, explica Amarante.

El flamante director hace hincapié en el estreno de obras, un sello que durante años distinguió al Colón. “En décadas pasadas, el Teatro ofrecía con frecuencia obras nuevas. Hasta George Balanchine vino a estrenar a nuestro país su obra maestra, Apollon Musagete. Primero la montó en el Colón y recién después en Estados Unidos. Es sólo un ejemplo de los tantos estrenos mundiales que tuvimos”, aclara. La comunicación que mantiene con Olga es fluida y respetuosa, tanto que no la tutea. “Es una persona muy abierta, está empapada de todo lo que pasa afuera y, a la vez, es muy exigente con respecto a las bases, a los estilos bien definidos”, comenta. En cuanto a la dinámica de trabajo, aclara que si bien piensan juntos los repertorios, la decisión final recae en Ferri. “Yo tengo la responsabilidad de tener la compañía lista para las funciones, pero la determinación final en cuanto a la estética de cada obra es de Olga.” Y desde su mirada, sería oportuno “abrir cuanto antes las salas de ensayo y la principal, aunque otras partes del Colón sigan en obra”.

Hasta fin de año, la apuesta es fuerte. La próxima cita del Ballet Estable es en el Coliseo, los días 26, 27, 28 y 30 de septiembre con un programa mixto que incluye Silfides, Momentos (una coreografía de Amarante con estética tanguera) y el grand pas del tercer acto de Raymonda. Luego viene el desafío mayor: dos ballets completos, Coppelia y Giselle. Amarante se muestra cauteloso y dice: “Nuestra intención es cerrar el año con las dos obras completas. Pero tenemos que ver si las salas lo permiten, porque serán espectáculos con orquesta en vivo. La ciudad no cuenta con muchos teatros intermedios entre el Colón y una sala de la avenida Corrientes. Del mismo modo que faltan salas para conciertos. El Luna Park, por ejemplo, es muy grande, pero no tiene la profundidad del escenario del Colón ni la cantidad de varas que permite un gran despliegue lumínico”. Si todo se ajusta, Amarante y equipo desembarcarán en el Auditorio de Belgrano el 15, 16, 17 y 19 de octubre con Coppelia (en versión coreográfica del cubano Enrique Martínez y música del francés Léo Délibes) y repetirán cuatro funciones más (24, 25, 26 y 28) en el Opera. Ahí mismo, del 5 al 7 de diciembre, presentarán Giselle (con coreografía de Coralli, Perrot y Petipa, música de Adolphe Adam), para después llevarla al Coliseo del 18 al 21. Si lo logran, será un cierre admirable, para aplaudir de pie, teniendo en cuenta los múltiples inconvenientes que enfrentan en la preparación de cada obra.

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“Queremos incorporar coreografías de nuevos creadores, pero también profundizar en ballets del repertorio universal.”
Imagen: Jorge Larrosa
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