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Miércoles, 10 de septiembre de 2008

GIECO QUERIDO, UN MERECIDO HOMENAJE AL MúSICO DE CAñADA ROSQUíN

Signos de admiración para el maestro

El disco, ecléctico, tiene momentos memorables: Spinetta ofrece una notable versión de “La guitarra”, Las Pelotas se luce en “La colina de la vida”, Raly Barrionuevo rockea con “Mensajes del alma” y Gustavo Santaolalla devuelve “Cinco siglos igual” en forma de zamba.

 Por Cristian Vitale

Hombre poco afecto a las versiones, Spinetta. Entre las casi 370 canciones que grabó desde el primer Almendra hasta el flamante Un mañana, son apenas seis: dos corresponden a Spinettalandia y sus amigos, ese disco-excusa que improvisó en 1971 para sacarse de encima a la RCA: “Castillo de piedra” y “Era de tontos”, de Pappo; 15 años después, deformó a su gusto “Gricel”, de Mores-Contursi (La La La); y entrados los noventa se salpicó en algunitos: dos en vivo (“Amor de primavera”, de Tanguito y “Don’t Buther Me”, de George Harrison) y “Sucia estrella”, de Juanse, sumergido en las eléctricas aguas de San Cristóforo. Estas excepciones –no vale contar “Rezo por vos”, claro– transforman a “La guitarra” en, precisamente, un hecho –casi– excepcional. Es el hermoso regalito que Luis le hizo a León para Gieco Querido (Cantando al León), algo así como un homenaje en vida al santafesino amigo de todos. Con Alejandro Franov al piano, Spinetta se recluyó en La Diosa Salvaje y sacó de las entrañas una brillante versión de aquel poema de Yupanqui, al que Gieco musicalizó para recrear, precioso, en Bandidos Rurales. “La guitarra” es, tal vez, la mejor llave para entrarle a este compilado que, exceptuando ciertos deslices, cabe atesorar en el mejor lugar de la batea casera.

Esa o la que la antecede: “La colina de la vida” en manos de Las Pelotas, una vieja canción que, perforada por los claroscuros sonoros del grupo de Germán Daffunchio, toma un cariz apabullante, alucinógeno, rabioso, de la mejor vena pelotera, más ciertos detalles fonéticos que corrigen la versión original (PorSuiGieco, 1976): el peso acentual, invisible, de la palabra “pasadas” (“eso es un gran fantasma/creado por generaciones pasadas”) ahora está en la “a” que corresponde: la del medio. Justicia sintáctica. Una tercera vía de apertura es la impecable, por poderosa, visita de Raly Barrionuevo a “Mensajes del alma”. El santiagueño de Frías adaptó la canción a un formato que le es extraño: rock del nervioso. Potentes riffs de guitarra más una voz que se quiebra extirpando el corazón en cada fraseo, un lujito. Suma tanto como una más reposada, que remite al costado bucólico del primer Arco Iris. Gustavo Santaolalla, eterno amigo de León, le devolvió “Cinco siglos igual” envuelta en una zamba tan simple como bella.

Otro hallazgo: “Canción de amor para Francisca”, folkie de vieja cosecha (IV LP, 1978), queda transformada, vía Bersuit, en una canción con aura de mantra mitad electrónico, mitad artesanal. Con Gustavo Cordera en las sombras (en los créditos aparece en el rol de “apoyo logístico”), el Cóndor Sbarbati emerge como voz principal y el resto transita una veta outsider para la estética bersuitera. Estas, vistas en conjunto, más la simpática, festiva y trabajada versión de “Cola de amor” encarada por Arbolito; “Familia rodante”, que La Vela Puerca llevó para sus aguas; “Todos los días un poco” –que le pifie Mercedes Sosa sería tan difícil como llegar a Neptuno en lancha– conforman el núcleo duro del trabajo.

En un segundo plano emergen dos versiones punky-rock, cada una en su estilo. Punk melódico californiano –a la Green Day– para Smitten y su respetuosa visita a “La mamá de Jimmy”, con un riff idéntico pero más fuerte, por un lado; y punk ortodoxo “duro, elemental y parejo” de “Hombres de hierro” a cargo de Infierno 18. Y dos sorpresas transoceánicas: complicado sensibilizar más que el propio Gieco con “La memoria”, pero resulta un atractivo extra escuchar palabras –tan de acá– como obediencia debida, punto final, desaparecidos, Angelelli, Mugica y Rodolfo Walsh en español duro y puro (Reincidentes), u oír “Solo le pido a Dios” (“I Only Ask of God”) trasvasada a un hip-hop –aunque bastante prelavado– por los daneses de Outlandish. Deslices: no sorprende en Jorge Rojas, cuya versión de “La Navidad de Luis” encuadra como la más flaca –por tediosa– del disco, ni en Los Nocheros, que le sacan cierto brillo –por no decir todo– a “La cultura es la sonrisa”, pero sí en Los Tipitos. Parada difícil, cierto. “De igual a igual”, junto a “Pensar en nada”, es indudablemente el tema de batalla de Gieco. Ir a más hubiese sido imposible, pero el bemol que le buscó la banda tiene gusto a cosa inconclusa. La versión es prolija, bien cantada, la intro atrae y el peso recae en “desarrollar la lírica en función de la armonía y el tiempo” (ver aparte), pero pierde sal en la parte del “así será, de igual a igual”; se queda raro, como intentando un gancho que nunca llega.

El uno dorado, gigante e inclinado que roza el cuello del León sentado en el sofá de la tapa fortalece una esperanza: la del volumen dos. Tiempo de fantasear, entonces, con posibles canciones, artistas y cruces. Se vienen, seguro, Serrat, Ismael Serrano e Iván Lins, y el resto se puede arriesgar: Attaque 77, Los Piojos, Divididos, Víctor Heredia, Babasónicos, el Dúo Coplanacu, Peteco o Jaime Ross encerrados en un gran tal vez. Y temas, claro: “Las madres del amor”, “El ángel de la bicicleta”, “En el país de la libertad”, “La historia esta”, “Tema de los mosquitos”, “La Rata Laly”, “Cachito”, “Pensar en nada”, “Amor y soledad”, “Bajaste del norte” o “Bajo el sol de Bogotá”: once intérpretes y once canciones para entremezclar a gusto y, hasta diciembre, imaginar posibles resultados.

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Todos quisieron cantarle al León, que se mostró agradecido por el gesto.
Imagen: Gustavo Mujica
 
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