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Viernes, 2 de diciembre de 2011

DANZA › IñAKI URLEZAGA BAILARá EL CASCANUECES, DE TCHAIKOVSKY, EN EL TEATRO OPERA

Funciones únicas de un clásico romántico

Hoy, mañana, el domingo y el miércoles, el consagrado bailarín se pondrá las calzas para interpretar una coreografía propia de la obra. “De todo lo que investigué, que es bastante, tomé lo que más me gustó. Con una impronta personal, claro”, explica.

 Por Facundo García

Iñaki Urlezaga se expresa con el entusiasmo de un niño. Tal vez sea un gesto común en los artistas que revelaron su talento a edad temprana. O quizá se deba a que está en los últimos ensayos de El Cascanueces, el ballet con música de Pyotr Ilyich Tchaikovsky que mete a los espectadores en un ensueño donde todo puede pasar. “Siempre me encantó esta obra. Además, vamos a salir con una versión mejorada. ¡Lo que no había hecho antes era bailarla yo, y espero estar a la altura!”, bromea el platense, que estará en el Teatro Opera City (Corrientes 860) hoy, mañana y el miércoles a las 20.30, y el domingo a las 19.

–¿Por qué El Cascanueces se ha transformado en un clásico de la época navideña?

–El primer motivo es que la historia transcurre en esa fecha. Pero la verdad es que uno podría quitar la referencia y seguiría siendo un relato buenísimo, lleno de creatividad. Hay, de todas maneras, algo que tiene que ver con el ambiente que se da durante las fiestas. En este mes las personas se reúnen y comparten esperanzas y fantasías, para volver a arrancar sus actividades desde un buen lugar. Siento que el espectáculo irradia algo de eso.

La pieza se estrenó en 2008 en el Teatro Argentino de La Plata, con vistas a ofrecer una propuesta para todas las edades. Ahora Urlezaga –aparte de coordinar al Ballet Concierto y la Orquesta Académica de Buenos Aires– decidió ponerse las calzas y aparecer como protagonista. Debe ser un esfuerzo monumental, si se considera que como director tiene que estar al tanto de lo que hacen alrededor de doscientos artistas, entre músicos y bailarines. “Por eso estas funciones serán únicas. Es complicadísimo salir de gira cuando manejás estas dimensiones”, describe.

Y se lo ve seguro. A sus 35, el intérprete pasa por un gran momento físico, con la ventaja que le da el haber llegado a la adultez. Bebe poco, no come carne y todas las mañanas –llueva, nieve o truene– se levanta, hace una hora de gimnasia y después le da al baile siete u ocho horas. “Igual no necesito mucho resto aeróbico. En este trabajo lo importante es tener explosión. A veces estás quince minutos muy tranquilo y de repente sabés que se vienen cuarenta segundos intensísimos, de un gran desgaste.”

–Hay una larga disputa sobre cuál es la coreografía para El Cascanueces. Está la original del francés Marius Petipa y el ruso Lev Ivanov, la del letón Mijail Barishnikov, la del estadounidense Willam Christensen y tantas otras. Usted se decidió por una propia. ¿Cómo es añadir creaciones a un clásico con semejante tradición?

–Yo vi muchísimas puestas. Y es fascinante, porque no hay una que sea canónica, como pasa con otras obras. Casi diría que cada país ha ido gestando cierta perspectiva particular de acuerdo con su idiosincrasia. Es como si todavía estuviéramos esperando la versión perfecta. De todos modos, suelo ir a lo más profundo: lo primero que hago es poner la música, quedarme solo en una habitación y ver qué pasa. Para quien sabe escuchar, todas las respuestas están ahí.

–¿Así es como va “tirando” los pasos?

–Sí, y en este Cascanueces puedo asegurar que no hay un solo movimiento que no sea mío. De todo lo que investigué –que es bastante– tomé lo que más me gustó. Con una impronta personal, claro: desde el primer segundo hasta el último volqué elementos que tienen que ver conmigo.

–Usted trabajó mucho en el extranjero. ¿Por qué esa necesidad de volver a la Argentina?

–Porque quiero al lugar donde nací. Sé perfectamente lo que se necesita para hacer algo de excelencia y trato de llevarlo a la práctica a pesar de que acá no es fácil. No me gustaría sonar sentencioso, pero creo que es, modestamente, mi intento por hacer un poco de patria.

–Un intento un poco aislado, dado que aquí, si bien hay amantes del ballet, no hay un público especializado por fuera del restringido circuito porteño.

–Eso es discutible. Aun las personas que no tienen formación académica pueden ir al teatro y sentir que lo que se muestra los convence o no los convence. No hace falta ser un intelectual para disfrutar del arte.

–En ese sentido, Tchaikovsky ayuda. Como compositor, supo tocar la fibra popular sin sacrificar la complejidad ni los matices. Por algo El lago de los cisnes se convirtió en el fenómeno que es hoy.

–Exacto. Son clásicos y, como tales, se han mantenido porque se dirigen a una zona íntima del ser humano. Tocan las raíces de las personas, y en las raíces nos interconectamos todos. Uno puede disfrutar a decenas de creadores, pero sin Tchaikovsky esta profesión no sería la misma.

–Y eso a pesar de que, a causa de su identidad sexual, Tchaikovsky fue agredido y se vio obligado a luchar contra la pacatería de su tiempo.

–El demostró que la belleza vence a la agresión y ésa es una clave de su música. En cada una de sus notas está el dolor de sentirse solo: la pena convive con la fe en lo bello. Fue un hombre con una fortaleza tal que creando podía remontarse a cualquier fantasía.

Hechas la escucha y la invención coreográfica, llega la instancia de la práctica. Una vez que tiene los movimientos armados, Urlezaga se planta frente a los demás bailarines y les da las instrucciones. “Tenés que tener muy meditado qué es lo que querés, porque de lo contrario un equipo de trabajo diverso como éste –en el que hay ballet, orquesta, ballet infantil y hasta un coro– se desorganiza”, admite. Encima, al director le cae el rol de primer bailarín y autodirigirse no es nada fácil. “Es un desafío a tu disciplina, porque tenés que planear el cronograma de una forma tal que seas vos el que más horas de repaso tiene.”

–¿Pero existe la función perfecta?

–No lo sé. Lo innegable es que son poquísimas. En promedio, bailo doscientas funciones anuales. Si dijera que hago diez óptimas, me sentiría satisfecho.

–¿Qué diferencia esas noches mágicas de las demás?

–¿Quién sabe? No es un misterio que pertenezca únicamente al ballet. Es que así es la vida.

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“Sin Tchaikovsky esta profesión no sería la misma”, afirma Iñaki Urlezaga.
Imagen: Pablo Piovano
 
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