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Martes, 15 de diciembre de 2009

CULTURA › LOS CAMINOS DE JUAN RAMóN NúñEZ, DE LA OCULTA AL PALACIO REAL DE INGLATERRA

“Un espejo para que nos veamos a nosotros mismos”

El hombre que fue distinguido por el rey Juan Carlos gracias a su trabajo comunitario en “su” FM La Milagrosa tiene una historia para contar. Todos lo felicitan, pero no se conforma: “Tenemos la radio pero, en la villa siguen las mismas necesidades que antes”, dice.

 Por Emanuel Respighi

@Hay historias que, se suele decir, hablan por sí solas. Relatos a los que cualquier tipo de mediación o de interpretación no hacen más que contaminar innecesariamente. Son aquellas historias, reales, palpables, que emocionan por el solo hecho de escucharlas y saber que no pertenecen al plano de la ficción. Vidas que transforman el escepticismo reinante en esperanza, la desidia en compromiso, el abatimiento cotidiano en ilusión. La vida de Juan Ramón Núñez es una de esas historias que nos ponen en caja. Una demostración de que no todo está perdido. Dado en adopción al año de haber nacido, amante de la radio, tuvo que sufrir dos preinfartos, el robo del dinero juntado con esfuerzo para comprar una emisora en Misiones, haber llegado a pesar 32 kilos y cartonear durante cuatro años para finalmente cumplir el sueño que lo obsesionaba desde chico: tener una radio propia al servicio de la comunidad. Ahora, al frente de La Milagrosa, la emisora que en FM 100.9 del dial se emite desde la Villa Nº 15, más conocida como Ciudad Oculta, pareciera estar disfrutando de la recompensa a tanto empeño. No por nada este cartonero, padre de ocho chicos, fue reconocido recientemente como “Emprendedor del año” a nivel mundial, por Youth Business International, una entidad que premia a jóvenes que se sobreponen a diversas dificultades en pos de un objetivo social.

De Ciudad Oculta al Palacio Real de Inglaterra, la vida de Núñez es un ejemplo de esfuerzo y dedicación, capaz de transformar kilos y kilos de cartón y botellas en una radio comunitaria. Claro que antes de viajar a Londres y recibir de manos del mismísimo rey Juan Carlos la distinción, cuya imagen recorrió el mundo, hay una historia plagada de vicisitudes que vale la pena conocer.

Sueño interrumpido

Núñez nació en Corrientes y con menos de un año su mamá lo dio en adopción a una familia sustituta en Misiones, donde se crió en una estancia cercana al pequeño pueblo de Campo Grande, a 250 kilómetros de Posadas, junto a su hermano. Su vida no era muy diferente de la de cualquier chico criado en un pueblo: ir a la escuela rural y luego trabajar en el campo. “Era una chacra: plantaba, sembraba, labraba la tierra”, recuerda ante Página/12. Desde siempre supo que vivía con una familia sustituta, ya que la gente que lo crió respetó su apellido. “Decidieron adoptarme legalmente porque siempre consideraron que mi papá no me había abandonado, ya que murió apenas nací. Por esa razón, nunca dejé de ser Juan Núñez”, remarca con muestras de agradecimiento, a la vez que reafirma su identidad.

Entre las tareas escolares y los trabajos en la chacra, durante su niñez Núñez se entretenía escuchando la radio, único medio de comunicación al que tenía acceso. “Escuchaba radio AM, pero sólo los partidos de fútbol y los radioteatros... Había que racionalizar las pilas para que no se consumieran”, cuenta. Entre los relatos de José María Muñoz y Víctor Hugo Morales, el sueño de hacer radio se iba haciendo cada vez más grande. Al punto que a su primogénito le puso José María de nombre, en homenaje al “relator de América”. “A los 9 años ya quería relatar fútbol y me imaginaba que a los 35 años iba a tener mi propia radio”, dice. “Era un sueño imposible: así como muchos chicos quieren ser astronautas, yo me imaginaba al frente del micrófono”, admite. No faltaba oportunidad para que Juan, en cuanto evento o fiesta del pueblo hubiera, agarrara el micrófono e hiciese uso de la palabra. Donde había un micrófono, Juan estaba presente.

Cuando a los 17 años se enteró de que se había inaugurado una emisora en Campo Grande, fue a conocerla y quedó alucinado. Sentía que la oportunidad de su vida estaba cerca. “Obviamente –comparte– no tenía cabida, porque no era más que un pibe que venía del campo. Hasta que hablando con un productor tabacalero, que me conocía de las fiestas parroquiales, me ofreció pagarme un programa de información exclusiva para productores tabacaleros.” Al mes, el director de la radio (FM Oasis) lo contrató como locutor oficial de la emisora y a los seis meses se fue a trabajar a una radio ubicada en El Soberbio, en la frontera con Brasil. Hasta que en 1989 viajó a Iguazú, donde trabajó conduciendo ciclos propios hasta el 2003. Allí, apenas arribado, se casó y tuvo dos hijos. Pero el destino empezaría a ponerle obstáculos. “A los 23 años quedé viudo, con un nene de casi 3 años y una nena de un año. Fue un golpe muy fuerte para mí y para los chicos”, recuerda.

Sin posibilidades de bajar los brazos, Núñez trabajó nueve años como periodista deportivo y luego armó una productora independiente que producía una tira deportiva y un programa social, en el que ayudaban a costear el viaje de chicos enfermos que necesitaban viajar a Buenos Aires a operarse. Era un programa muy escuchado. Por esa época, Juan comenzó a ahorrar la plata que podía, con la idea de tener la radio propia. “Sentía que mi trabajo era utilizado políticamente por los dueños de las radios, que eran propiedad de intendentes o diputados que capitalizaban esas campañas solidarias para su propio provecho político”, señala.

Entre sueldos y festivales solidarios, desde 1993 hasta 2003 Juan ahorró 16 mil pesos. Las muertes de su primera esposa y de su hermano por problemas cardíacos, que él también tenía, habían hecho que Juan se obsesionara con tener su propia radio lo antes posible. “Como no sabía hasta cuándo iba a estar, me había concientizado en que tenía que utilizar lo que sabía hacer para ayudar a la gente a través de la radio. Si vivía para verlo, mejor.” En su búsqueda, Juan consiguió que en Misiones le vendieran una radio por el dinero que había juntado. Sin embargo, el destino le jugaría otra mala pasada. “Dos días antes de firmar la compra fui a casa a contar el dinero y la plata no estaba. Había desaparecido el dinero y la única persona que sabía de su existencia era un amigo mío”, cuenta, aún con angustia. Ese mismo día tuvo que ser hospitalizado por un preinfarto, por el cual habría de estar internado durante dos semanas. Plan que no cumplió porque se fugó del hospital antes de que le dieran el alta para ir a buscar a quien le había robado el dinero. No iba a llegar muy lejos. “Cuando estaba frente a su casa me volví a descompensar y quedé tendido en la calle. Me agarró un segundo preinfarto y un cuadro de deshidratación tal que me hizo terminar con 32 kilos en el hospital.”

Perdido en la ciudad

El dolor por el sueño arrebatado y los problemas de salud le hicieron a Juan tomar una decisión drástica. “Estaba anímicamente destruido. Había perdido los ahorros de diez años, me los había robado un amigo de confianza, el sueño de la radio estaba lejísimo y tenía seis hijos que mantener. Sentía que recuperarme de ese golpe en Misiones era imposible. Necesitaba cambiar de aire.” Así fue que junto a su segunda mujer decidieron en 2003 viajar a Buenos Aires. Llegaron a la estación de Retiro con cuatro chicos, dos bolsos y 120 pesos. No tenían a dónde ir. “Llegamos a las 6 de la mañana y hasta las 2 de la tarde dimos vueltas por la estación a ver qué hacíamos. Hasta que en una vieja agenda de mi mujer, que había vivido en Buenos Aires, encontramos el número del padre de una amiga de su hija y lo llamamos: vivimos en su casa un mes”, cuenta. Por esa época, Núñez trabajó como personal de seguridad privado custodiando supermercados chinos (¡con menos de 40 kilos!) por 300 pesos, hasta que un compañero suyo fue baleado y su esposa le pidió que abandonara ese trabajo.

Sin trabajo, apenas con los 400 pesos que entre él y su esposa juntaban por un curso de capacitación estatal, Núñez comenzó a pagar la casa que hasta ese momento alquilaban en Ciudad Oculta. Todo el dinero iba destinado a la adquisición de la vivienda: se alimentaban como podían o iban a comedores. En ese entonces, un vecino le propuso trabajar de cartonero. “No sabía qué juntar en la calle, no tenía ni idea, pero no me quedaba otra opción que hacerlo porque tenía que salir adelante”, subraya. Renegando de la radio (“sentía que por ella casi había perdido la vida”, era la idea que lo perseguía en aquel entonces), Juan sólo pensaba en mejorar las condiciones de vida de su familia. Al poco tiempo de “cartonear”, se dio cuenta de que “trabajando –subraya una y otra vez– se podía hacer diferencia” (ver aparte).

Así fue como el bichito de armar una radio volvió intempestivamente. La ilusión se ponía en marcha otra vez. Empezó a pedir presupuestos de equipos de radio y planificó que trabajando como cartonero, en tres años podía juntar la plata para cubrir los costos y montar una radio. Su esposa no quería saber nada, decía que era un delirante. “Hasta que le demostré que no estaba loco: en dos semanas compré una computadora y al mes tuve la plata para festejarle los 15 años a mi hija mayor”, recuerda. El esfuerzo no fue menor: durante esos años salía a la calle cuatro veces por día, desde las 5 de la mañana hasta las 22. Hacía casi 200 pesos diarios. “Trabajaba –cuenta– por etapas: dos meses para adquirir la consola, un mes para el micrófono... Lo último que compré fue la antena y el transmisor, porque quería estar seguro de cumplir las metas y porque el resto de las cosas me servían para hacer otros trabajos”, cuenta. Así fue como mientras iba comprando distintos equipos, creó una empresa productora de luz y sonido para fiestas y eventos (The Sound of Light).

En esa época, nadie dudaba: era el loco del barrio. Pero su esfuerzo pudo más y a los dos años –uno menos de lo previsto– logró comprar todos los equipos. El 1º de septiembre de 2007 el sueño se hizo realidad: a las 11 de la mañana, la radio comenzó a transmitir. El destino –otra vez– quiso que no fuese él quien hablara por primera vez sino su ahijado: Núñez era el único capacitado para manejar el control. La Milagrosa (FM 100.9) ya era un hecho. “Eramos muy devotos de la Virgen de la Medalla Milagrosa e inclusive durante mucho tiempo comimos en su comedor. Y un día, cartoneando en un volquete, debajo de una pila de diarios encontré una imagen de la Virgen que hoy tenemos en el estudio de la radio. Sentí que ella siempre me ayudó y no dudé en ponerle La Milagrosa a la radio.”

A dos años de su puesta en marcha, la radio ya es parte medular de la vida cotidiana de Ciudad Oculta, sea como compañía casera o como medio que poseen los vecinos para comunicar sus problemas y tratar de resolver sus necesidades (ver aparte). No hay premio, dice Núñez, que iguale ese logro. “Ahora estamos más vinculados como comunidad”, señala, sin ocultar su orgullo por la tarea realizada. Sin embargo, es consciente de que ni los premios ni el reconocimiento los pueden conformar. “Tenemos una radio –subraya–, pero en la villa seguimos teniendo las mismas necesidades que antes. El objetivo no está completo.” Y se despide agradeciendo, con humildad pero con la fortaleza anímica para continuar desafiando su propio destino.

Puente de comunicación

Funcionando en el mismo patio en el que durante cuatro años acopiaba cartones, la radio supo modificar la vida de mucha de la gente que vive en la villa, haciendo colectas solidarias, incentivando la creación de bibliotecas populares, organizando talleres. Estructurada como una cooperativa, La Milagrosa transmite diariamente de 6 a 23, con programas de todo tipo realizados por los habitantes de la villa. “La única condición para ser parte de la programación es que todos comprendan que la radio debe ser una vidriera para que los demás vean lo que nosotros hacemos y un espejo para que nos veamos a nosotros mismos”, dice Núñez, que de lunes a viernes a las 9 conduce Llamalo como quieras. Tras el premio recibido, la idea que desvela a Núñez es que La Milagrosa logre un mayor alcance. “Como no tenemos Internet porque ninguna empresa telefónica nos quiere instalar una línea, la única manera de crecer en penetración es a través del aire”, se lamenta. Por suerte, ya no está solo en su cruzada: enterado de su historia, Lalo Mir le acaba de donar una nueva antena transmisora con la que la radio llegará a casi toda la ciudad de Buenos Aires. “La radio debe ser el puente de comunicación entre los que más tienen y los que menos tienen. Quien no entiende esta idea no puede ser parte del proyecto”, afirma.

Puertas que se cierran

Lejos de la demonización que los grandes medios suelen hacer de quienes trabajan en la calle con lo que otros desechan, Núñez cuenta que cartonear es un oficio “tan digno y respetable como cualquier otro”. Incluso, su experiencia le hace pensar que se trata de una tarea bien remunerada. “El cartonero que labura, gana bien”, dispara. Y cuenta su recaudación en los cuatro años que caminó la calle. “Los dos primeros años salía sólo dos veces por día, porque mientras tanto hacía un tratamiento médico por mi problema cardíaco que me impedía hacer fuerza. En aquel entonces, por día llegaba a hacer entre 60 y 100 pesos, entre cartón, plástico y cosas que la gente tiraba y luego revendíamos en la feria de Mataderos y en la del barrio”, señala. Para ganar más, Juan acopiaba en el patio de su casa y lo vendía directamente en la fábrica, donde pagaban hasta cinco centavos más por kilo que lo que le daban los depósitos del barrio. Claro que se trata de una labor muy sufrida, con muchos estigmas para quienes la ejercen. “Lo peor de ser cartonero –reflexiona– es salir a la calle y ver que las puertas se te van cerrando. El cartonero es discriminado por todos, sin excepción. Iba a buscar laburo y cuando decía que vivía en Eva Perón al 6600 las entrevistas terminaban inmediatamente. Pero yo salía a la calle con total dignidad: sabía que como cartonero no estaba robándole nada a nadie.”

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