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Viernes, 14 de mayo de 2010

CULTURA › SERGIO WAISMAN DISERTó EN EL V CONGRESO LATINOAMERICANO DE TRADUCCIóN E INTERPRETACIóN

“Traducir es escribir la Argentina”

El escritor y traductor planteó una serie de escenas históricas en las que la traducción jugó roles centrales, desde Mariano Moreno hasta Ricardo Piglia. Y puso el foco en Borges, quien celebraba las “infidelidades creativas”.

 Por Silvina Friera

La protagonista es la traducción, esa práctica “tan esquiva”, “tan imposible”, “tan conflictiva”, “tan utópica” y otros “tan” que no parecen atenuar los obstáculos, sino más bien exaltarlos. La historia alternativa que contó Sergio Waisman en una de las primeras charlas del V Congreso Latinoamericano de Traducción e Interpretación –cuyo lema es “Traducir culturas: un desafío del Bicentenario”–, colocó en un primerísimo plano al “patito feo”. El relato invirtió las coordenadas tradicionales al desplazar la traducción de la periferia hacia el centro mismo de la escena literaria argentina a través de un puñado de imágenes. Por esas casualidades de la geografía, a metros del Hotel Panamericano estaba el Obelisco como testigo de este montaje. “En el nacimiento de literaturas periféricas como la argentina, la traducción es esencial”, dijo el traductor, escritor y profesor. “La Nación es un concepto cultural y lingüístico; se forma, y a veces se desmonta y se reformula, en y a través del lenguaje.”

La primera escena de traducción que rescató Waisman es la que se encuentra en las páginas de la Gaceta de Buenos Aires, donde Mariano Moreno publicó su versión del Contrato social, de Rousseau. “La Revolución de Mayo y poco después la formación de la Nación se lanzan a través de actos de traducción”, subrayó el autor del ensayo Borges y la traducción (Adriana Hidalgo) y de la novela Irse (Bajo la Luna). “El proyecto de Moreno y sus correligionarios dependía de poner en circulación a Rousseau en castellano. Pero Moreno presentó una versión selectiva de Rousseau, una que le servía para su lectura particular del filósofo francés –aclaró Waisman–. Enmarcada en un nuevo contexto sudamericano, la versión selectiva se convirtió en el documento fundacional del pensamiento político de la Independencia y las primeras décadas de la nueva Nación. La Nación nació con un tipo particular de traducción, una traducción parcial, distorsionada.”

El Salón Literario de 1837 apuntó la mirada hacia las tradiciones no hispanas para establecer una nueva tradición nacional. “La traducción importó el pensamiento y la literatura europeos, pero lo hizo a través de un proceso de adaptación y apropiación, a través de una recontextualización que los acriolló.” Esta “maniobra dual” llegó a su apogeo con Sarmiento. La escena de traducción más famosa del siglo XIX se encuentra en la primera página del Facundo. Waisman recordó el epígrafe, “on ne tue point les idées”: “Frase que viene de Diderot, pero que Sarmiento citó mal, tradujo mal y la atribuyó a otro francés”. Este epígrafe, según Ricardo Piglia, inició “una línea de referencias equívocas, citas falsas y erudición apócrifa que es un signo de la literatura argentina por lo menos hasta Borges”. El traductor y escritor extendió esta línea de referencias más allá del autor de Ficciones al incorporar a Piglia. La escena “más curiosa” que evocó fue la traducción de Dante. Lucio V. Mansilla visitó a Mitre y tuvo que esperarlo bastante. Cuando finalmente lo recibió, se disculpó y le dijo que estaba muy ocupado traduciendo la Divina Comedia. Mansilla le respondió: “Hay que darles duro a los gringos, mi general”. La anécdota, festejada a pura carcajada, sirvió para ilustrar la confusión que surge de la traducción. “La acción de traducir resalta las diferencias y crea un espacio afuera del tiempo que obliga una reconsideración de lealtades”, advirtió Waisman. “Mansilla dedujo violencia de la acción de la traducción: nosotros contra ellos, criollos contra gringos.”

Antes de llegar al actor central de la historia, el traductor destacó el papel que tuvo la revista y editorial Sur. “Al desplazar textos principalmente de Europa y Norteamérica hacia los márgenes, apropiarse de ellos a través de la traducción y recontextualizarlos, la política de importación de Sur logró recrear un centro en la circunferencia.” Apuntada esta cuestión, el actor central es Borges. En “Las versiones homéricas”, “Los traductores de Las mil y una noches” y otros textos sobre el tema, el escritor postuló que las traducciones no son necesariamente inferiores a los originales, que el concepto del “texto definitivo” es una falacia y que el mérito de una traducción reside en sus “infidelidades creadoras”. “Borges desafió muchos de los conceptos tradicionales sobre la traducción a medida que desestabilizó los conceptos de la originalidad y la autoría”, planteó Waisman. “En su obra utilizó la potencia de la traducción equívoca y esquiva, que tiene un valor y un significado especiales para la literatura de la periferia, ya que les permite a los escritores-traductores desafiar la supuesta primacía del centro de donde vienen los llamados originales, y amplía el potencial para que América latina desarrolle nuevas tradiciones.” Waisman propuso comenzar el estudio de la contribución borgeana a la literatura con sus traducciones de William Faulkner, Virginia Woolf, André Gide, Henri Michaux, Herman Melville y Chesterton, entre otros. “La importancia de Borges a la tradición argentina, y más ampliamente a la literatura latinoamericana, recae no sólo en sus ficciones, sino también en sus traducciones irreverentes del inglés y el francés.”

La escena de traducción más curiosa de la historia –y tal vez del mundo–, según arriesgó Waisman, sucedió en 1947. Fue la traducción colectiva del Ferdydurke, de Witold Gombrowicz, del polaco al castellano, pasando por el francés: “Legendaria no sólo por el modo enrevesado y de complot a través del cual se llegó a la versión final, sino porque el Ferdydurke hecho en la Argentina forma ahora parte de la tradición argentina”. El traductor mencionó también que la literatura argentina “se encerró” por unos meses de 1953 en un pobre estudio de París, con Cortázar realizando la traducción completa de los cuentos de Edgar Allan Poe. “Si en el siglo XIX la traducción cumplió principalmente un papel fundador en el desarrollo de la nueva Nación; si en el siglo XX de Borges, y de otros como Cortázar, la traducción se convirtió en un trampolín para renovaciones estéticas y exploraciones metafísicas; hacia fines del XX y al comienzo del XXI, la traducción emerge como posible forma de resistencia política cultural en escritores como Manuel Puig y Ricardo Piglia.” Waisman señaló que, en Puig, “la traducción se combina con el poder de narrar en una lucha por la sobrevivencia del individuo frente a eventos traumáticos personales o sociales”.

“La traducción le permitió a Puig probar diferentes estilos e idiomas, dar voz a los que estaban en el armario, pero también a los que hablaban en la cocina alrededor de la radio y la telenovela”, esgrimió Waisman. “Puig trabajó las conexiones entre traducción, traición y tradición, juego divertido y peligroso desde donde este gran escritor demostró el placer y la potencia de las traiciones de traducciones infieles que explotan los límites asfixiantes de la tradición nacional.” Piglia viene jugando con traducción y tradición desde Nombre falso (1975), pasando por Respiración artificial hasta La ciudad ausente. “En estos y otros textos trabaja constantemente con la práctica de y una reflexión sobre la relectura y la reescritura –ambas vistas como variaciones de la máquina de traducir– en la formación de una tradición reimaginada, que se inserta siempre en los debates actuales de política y cultura.”

La traducción es un ejercicio altamente equívoco en el que se juega la propiedad, la originalidad y la autoría. “Ser fiel es una falacia; ser infiel es la única opción, pero ésta se juzga como un acto de traición”, afirmó Waisman. “La cuestión es si la traición que la traducción representa, si las infidelidades del traductor, son eficaces y fortuitas.” El escritor y traductor evocó una frase de Borges de 1975: “La traducción al español hecha en la Argentina tiene la ventaja de que está hecha en un español que es el nuestro”. Lectura literal o irónica, para el autor de Irse “Borges desarmó la misma lengua de arriba abajo y demostró que el idioma no es de nadie, o de todos, y que el dominio de la tradición argentina es, o puede ser, universal”. Un “fronterizo” como Waisman, “un traductor y lector casi/cuasi argentino”, eligió la elocuencia para despedirse. “Traducir en la Argentina, traducir en las orillas, es juego y es mucho más que juego para los hijos bastardos de Borges. Traducir en la Argentina, en un lenguaje ‘que es nuestro’, es escribir la Argentina.”

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“Borges desafió muchos de los conceptos tradicionales sobre la traducción”, aseguró Waisman.
Imagen: Rafael Yohai
 
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