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Lunes, 8 de agosto de 2011

CULTURA › JAVIER VALADO Y YANN MAURY-ROBIN, AUTORES DEL LIBRO EL BOMBO LEGüERO

El latido ancestral de la Pachamama

Los fotógrafos retrataron con lente sensible el arte de los bombistas profesionales, la pasión de los aficionados, el trabajo de los luthiers y hasta la danza que sugiere el instrumento percusivo fundamental de la música de raíz folklórica de la Argentina.

 Por Carlos Bevilacqua

Hojeando el libro de Yann Maury-Robin y Javier Valado se entiende que no es descabellado pensar que las fotos pueden capturar el alma, tal como sostienen algunos pueblos aborígenes. En las 144 páginas de El bombo legüero, publicado hace pocos días de manera independiente, queda atrapada buena parte de la magia que rodea a ese instrumento medular de la música folklórica argentina. El francés y el argentino, ambos fotógrafos free lance, lograron retratar allí no sólo el embrujo de los profesionales del bombo sino también la pasión de los bombistas anónimas, el trabajo diario de los luthiers más demandados y el baile ritual que despierta el retumbar del parche. Todos efectos más o menos claros de un sonido místico, cargado de ecos ancestrales, de “tierra que late”, tal como lo definen los autores en la solapa.

“La foto es algo muy fuerte. Paradójicamente, viendo una imagen congelada, podés imaginar el pasado y el futuro de esa imagen, podés oler, podés escuchar”, señala Javier en tren de reflexionar sobre los alcances del trabajo que presentaron en Arte Adentro con la participación del cuarteto femenino Tamborelá. “Antes de conocernos ya compartíamos las mismas problemáticas de la fotografía social. Después de lo que pasó acá en diciembre de 2001, coincidimos en varios escraches y en una muestra sobre las manifestaciones en el Puente Pueyrredón”, cuenta Yann al trazar una prehistoria de la publicación. “Cuando empezamos a pensar qué podíamos hacer juntos, el bombo surgió como la mejor alternativa, por su carácter autóctono y porque yo ya lo tocaba, fascinado por su timbre”, agrega Javier, percusionista aficionado que tuvo un breve paso por La Chilinga. Al poco tiempo, su colega galo también se tentó con el 6x8 de la chacarera y empezó él también a tomar clases, luego de comprarle un bombo al fabricante Mario Paz.

Como la mayoría de los libros de fotos, el volumen que supieron conseguir está impreso en papel satinado y las imágenes seducen desde una alta definición, pero en un formato de apenas 16x16 cm, mucho más amable que el habitual en el rubro. Otra peculiaridad que lo distingue es la inclusión de textos breves pero contundentes, en su mayoría testimonios de los artistas retratados. Cuenta Valado: “Por un lado elegimos hombres y mujeres en cantidades similares. Por otro quisimos que hubiera al menos dos generaciones. Por eso está el bailarín Juan Saavedra, que pasó los 70 años, y están también las chicas de Tamborelá”. Paralelamente buscaron cubrir los diferentes usos que se le da hoy al bombo: “Están quienes lo tocan solo, como Julio Paz, quienes lo tocan junto a instrumentos tradicionales, como el Dúo Coplanacu, quienes lo tocan en un trío con piano y guitarra como las Aymama, quienes lo tocan junto a una batería como Demi Carabajal y quienes lo usan para tocar y bailar al mismo tiempo, como Quique Fernández”, cita como ejemplos.

Para completar un panorama lo más riguroso posible, los autores incluyeron una emotiva reconstrucción de la Marcha de los Bombos (que se realiza todos los inviernos con centenares de instrumentos desfilando por las calles de Santiago del Estero), un prólogo escrito por Raúl Carnota y dos poesías de Javier sobre Domingo Cura y Mercedes Sosa con dibujos ilustrativos de Yann, original homenaje a referentes ya fallecidos.

En un capítulo cautivante, también reunieron las hipótesis más sólidas sobre el origen del instrumento. “Hicimos coexistir las diferentes versiones porque pensamos que las influencias fueron múltiples, desde la llegada de los esclavos africanos hasta el encuentro con las culturas aborigen y española”, opina Maury-Robin. “Una de las conclusiones que pudimos sacar es que fue el criollo santiagueño el que le dio al bombo legüero su forma actual, con los aros de madera, los tientos de cuero y las presillas. ¿Cuándo? Hace relativamente poco, porque hace 60 años el bombo todavía era más chico, tenía un solo aro del lado que se tocaba y a veces no tenía tientos de cuero sino cuerdas”, revela su colega. Para reunir suficiente información debieron recurrir no sólo a libros sino también a artículos periodísticos y entrevistas. “Hay muy poca bibliografía sobre el bombo –cuenta Valado–. Está el libro de Carlos Rivero, que se refiere un poco a los orígenes, hay otro de partituras para tocar ritmos folklóricos en el bombo y otro de Víctor Hugo Galipó, el fundador de Los Bombos de Oro, que es interesante y didáctico, pero que omite el componente afro.”

Las vías de acceso a El bombo legüero son varias. Se puede comprar en dos librerías porteñas y en otras dos santiagueñas, en alguno de los eventos de presentación previstos para las próximas semanas, pidiéndolo por e-mail a [email protected] o consultándolo en alguna de las 50 bibliotecas populares de todo el país a las que los autores piensan donar en breve un ejemplar.

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Valado y Maury-Robin: “Hay muy poca bibliografía sobre el bombo”, señalan.
Imagen: Pablo Piovano
 
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