espectaculos

Viernes, 30 de septiembre de 2011

CULTURA › HORACIO GONZALEZ, MARIA PIA LOPEZ Y LAS COORDENADAS QUE GUIAN AL MUSEO DEL LIBRO Y DE LA LENGUA

Cuando el lenguaje es más que pieza antigua

El director de la Biblioteca y la directora del Museo no pueden ocultar su entusiasmo por el espacio inaugurado ayer, una institución que sólo encuentra un símil en San Pablo. “No será para custodiar el pasado, sino para una política de la lengua”, dicen.

 Por Silvina Friera

“La lengua es un plebiscito cotidiano”, dice Horacio González, director de la Biblioteca Nacional (BN), mientras recorre El Museo del Libro y de la Lengua –diseñado por el arquitecto Clorindo Testa–, que se presentó en sociedad ayer con la participación de la presidenta Cristina Fernández (ver aparte). Lejos de plantarse como un custodio del pasado lingüístico argentino, este espacio inédito para el país y la región –sólo hay un museo similar en San Pablo (Brasil), con el foco puesto en la lengua portuguesa– desplegará “una política de la lengua” y un amplio campo de reflexión, pero sin sermonear sobre los modos en que se expresa la lengua nacional. “Cuando hablamos de la lengua, no podemos tener una posición purista conservadora”, advierte la socióloga María Pía López, directora del Museo, a Página/12.

La presentación del Museo del Libro y de la Lengua, que será inaugurado definitivamente en noviembre, sirve para anticipar las tramas que hilvanará este espacio. En las paredes de la planta baja se exhiben cuatro murales: Otoño, de Juan Carlos Castagnino; Primavera, de Lino Enea Spilimbergo; Verano, de Manuel Colmeiro Guimaraes, e Invierno, de Demetrio Urruchúa. Estos murales en proceso de restauración, que se encontraban bajo custodia de la BN y han sido incorporados el edificio, continuarán siendo restaurados a la vista del público. Lo primero que se encontrará el visitante es una exposición sobre la lengua, en la que coexisten paneles con distintas informaciones, archivos sonoros y audiovisuales, mapas interactivos, juegos electrónicos y artesanales y puestos de consulta con navegaciones por las distintas regiones del país. Pero también se expondrán algunos libros que hacen al debate clásico acerca de la existencia o no de un idioma nacional.

En el primer piso el objeto expositivo es el libro, desplegado a través de núcleos temáticos que articulan un conjunto de problemas fundantes de la cultura nacional, desde las traducciones, las prohibiciones hasta los usos de los textos como pedagogía política, como El contrato social, de Rousseau, traducido por Mariano Moreno y convertido en material escolar. El visitante también podrá bucear por el mapa de las editoriales argentinas, que incluye desde la Imprenta de Expósitos hasta los pequeños y fértiles sellos del presente, como Pánico el Pánico o Milena Caserola.

–Museo y lengua parecen oponerse. La lengua es flexible; el museo, en cambio, se supone más rígido o cristalizado. ¿Qué opinan de esta tensión?

Horacio González: –No me parece mal la tensión entre museo y lengua, que en este caso es muy apropiada porque no se trata de objetos extraídos de una experiencia anterior que ha desaparecido, y que el museo los conserva piadosamente. Se trata de permitir que el visitante recree la experiencia viva de lo que él ya posee, una lengua que en el espejo del Museo la va a ver de otra manera: activa, interconectada con el conjunto social, vinculada con sus raíces históricas.

María Pía López: –Tengo la impresión de que la lengua es lo fijo y la transformación al mismo tiempo. Tenemos que pensar la lengua como algo que se hereda, se macera; y es recreada todo el tiempo por los hablantes. Esa dimensión de transformación y de fijación ya está presente en la experiencia misma de la lengua. Una de las situaciones que tratamos de esquivar en la reflexión y construcción del Museo fue la perspectiva más historicista que implica reducir la lengua a una cronología preexistente; una vocación que tienen los museos en general, que nos parecía que traicionaba el movimiento mismo de la lengua. La idea es que el visitante se reconozca en una experiencia compartida; para eso el Museo tiene que ser muy interactivo y lúdico, de modo de proveer no tanto una explicación o una historia, sino también proponer situaciones.

–¿De qué modo se desplegará la diversidad del habla, en tanto el cordobés tiene un modo de acentuar o un fraseo distinto al riojano, al salteño o al porteño?

M. P. L.: –No se habla del mismo modo en todo el país y, por lo menos, según algunos lingüistas, tenemos cinco regiones lingüísticas. Pero optamos por tomar la división por provincias y proponer una especie de navegación por la música, la poesía y los relatos que han sido grabados, para que se puedan percibir las diferencias, fundamentalmente de tono oral. Hay otra herramienta que está en construcción: un mapa parlante de la Argentina; estamos haciendo grabaciones con un contenido definido por lingüistas, frases compensadas en las que se perciban los sonidos más distintivos de las regiones, para que uno pueda escuchar la misma frase dicha en cordobés, riojano, patagónico o porteño, y mostrar que no sólo habitamos un territorio donde hay heterogeneidad de lenguas, sino también que la lengua es un conjunto de variedades. En un país como Argentina, que fue un territorio colonial, hay algo que es necesario discutir todavía: la pretensión durante muchísimo tiempo de que España funcionara como centro rector de la norma estándar de la lengua. Esas estandarizaciones, que son necesarias gramaticalmente para la vida escolar, tienden a considerar erróneas todas las variedades que no pertenecen al estándar. Un Museo de la Lengua tiene que ser más democrático que esa pretensión de la norma. Cuando hablamos de la lengua, no podemos tener una posición purista conservadora. La lengua es una potencia común que está recreada permanentemente por los hablantes.

H. G.: –Cuando pensamos el Museo, partimos de la lengua como experiencia viva que caracteriza una suerte de libertad en la existencia. No se parte de la norma, pero la norma es otro tipo de existencia que implica instituciones. Hace mucho tiempo que está semirresuelto el problema con la Real Academia, que fue motivo de disputa en el siglo XIX y llevó a la renuncia de Juan María Gutiérrez, que había sido designado miembro de la Real Academia Española. Se puede considerar que hay un avance de posiciones de las regiones latinoamericanas en relación con cómo amplió la Real Academia su visión del español. Pero permanece un poco la idea de un hilo conductor que atraviesa toda la historia argentina, que es la construcción de su literatura a través de los usos más plásticos de la lengua. Yo creo que el Museo va a intervenir fuertemente en la vida universitaria, en la investigación sobre la lengua y quizá también en la escritura argentina. Es un pequeño artefacto muy poderoso desde el punto de vista de la política cultural, cuya potencialidad está por verse.

La última vez que se elaboró un mapa lingüístico de la Argentina fue en los años ’60; una investigación que realizó la lingüista Berta Elena Vidal de Battini para el Ministerio de Educación. “Ella relevó el mapa lingüístico trabajando con los maestros”, recuerda López. “Fue el primer libro oficial, del Ministerio de Educación, donde se reconoció legítimo el voseo; la primera vez que una institución no condenó el voseo y lo sostuvo como una forma usual de la Argentina. Hubo un intento similar de Ofelia Kovacci en los ’90 –creo que llegó a relevar dos o tres provincias–, pero quedó interrumpido por su muerte.”

–¿Con quiénes están realizando el mapa parlante?

M. P. L.: –Los relevamientos los estamos haciendo con un laboratorio del Conicet. Pero las personas tienden a leer las frases actuando de un modo hipercorrecto. No hablan como hablan habitualmente, sino como creen que tienen que hablar. Entonces falla el relevamiento; muchos de los registros no los podemos usar porque las personas ante un grabador actúan de otra manera.

H. G.: –Es lo que decía Borges de la gauchesca: el gaucho quiere hablar correctamente. El tema es tan interesante... La verdad que lo hace más interesante que lo haga una institución. Uno diría que la institución tiene mala fama, en tanto corta lo fresco de una experiencia. Y sin embargo, acá ponemos la incisión donde la experiencia idiomática colectiva e individual puede ser pensada. La ciudadanía lingüística se debe componer de sujetos con conciencia de los múltiples planos en los que actúan. Una especie de monotonía erudita es tan tonta como hablar como un teléfono celular todo el día. La cuestión es no convertirte en doctor de tu propio lenguaje ni ser presa del “idioma de la ganzúa”.

Compartir: 

Twitter

“El Museo va a intervenir fuertemente en la vida universitaria, en la investigación sobre la lengua.”
Imagen: Joaquin Salguero
 
CULTURA Y ESPECTáCULOS
 indice

Logo de Página/12

© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados

Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.