Domingo, 26 de agosto de 2012 | Hoy
CULTURA › ALEKS KROTOSKI, ESPECIALISTA EN LA WEB
Periodista, académica e investigadora, la autora del documental The Virtual Revolution dice que “existió una confluencia entre una necesidad y la habilidad que tuvimos para satisfacerla”.
Por Leonardo Ferri
En tan sólo veinte años –los mismos que para un tango no son nada y que representan apenas un pestañeo en la escala evolutiva– Internet creció hasta el punto de modificar por completo las vidas de buena parte de los habitantes del mundo. Poco más de dos mil millones de personas tienen acceso permanente a la web, una cifra que al momento de publicarse esta nota será vieja. En el Reino Unido, por ejemplo, el 82,9 por ciento de las personas utilizó la web al menos una vez. Y aunque muchos puedan no considerarse usuarios de Internet, tienen cuentas de Facebook (al menos para controlar a sus hijos), utilizan Google para buscar alguna receta de cocina o envían y reciben mails.
Un análisis sobre este tema realiza Aleks Krotoski, una periodista, académica e investigadora que desde hace diez años estudia la influencia de la web y la tecnología en la vida de las personas. Su documental The Virtual Revolution, producido por la BBC y ganador de premios Emmy y Bafta, es un ensayo de cuatro episodios que, quizá por ubicarse en pleno desarrollo de esa revolución, deja más preguntas que certezas. Pero lejos está eso de ser una debilidad: basta verlo para entender varios de los patrones culturales actuales. A lo largo de sus cuatro horas de duración, Krotoski teoriza acerca de si Internet es el gran igualador social que pretendió ser en sus orígenes, sobre los verdaderos costos de aquello que parece ser gratis y sobre cómo la web cambió la vida política y las relaciones humanas. “Hay más hechos que análisis, creo que para tener una mejor perspectiva histórica deberíamos tener más tiempo para analizar”, concede Krotoski, quien brindará el miércoles una conferencia en el auditorio de Fundación OSDE (Rafael Núñez 4252, de Córdoba capital) en la que tratará estos temas y adelantará algunos otros, que formarán parte de su próximo libro Untangling the Web (Desenredando la red).
–Los medios técnicos para crear Facebook o Twitter estaban disponibles desde antes del momento en que surgieron, pero no fue hasta 2004 que explotó. ¿Qué cree que estuvo primero: las herramientas o la necesidad de la gente de mostrarse a través de ellas?
–Es un tema interesante. Creo que las tecnologías tuvieron éxito gracias a la necesidad. Existió una confluencia entre esa necesidad (por llamarla de algún modo) y la habilidad que tuvimos para satisfacerla. La idea de mostrarnos y decir lo que decimos en las redes sociales estuvo antes que la tecnología. Facebook se sirvió de nuestra identidad y nuestras relaciones; Google hizo lo mismo con nuestra necesidad de veracidad y fidelidad y le dio un valor preponderante a la información. Nuestros deseos se cruzaron con las tecnologías, que ahora son Twitter y Facebook, pero antes fueron MySpace o Friendster. Para que eso suceda la gente tuvo que estar lista y sentirse cómoda con la tecnología, y seguramente seguimos utilizándolas porque satisfacen esta nueva necesidad humana. Como sea, lo que sí hicieron las tecnologías fue acelerar esa especie de rejunte de gente y comunidades, pero no creo que sean ellas las causantes de las revoluciones, así como tampoco creo que Twitter o Facebook sean tan poderosos como los medios dicen que son, porque en el mundo real seguimos utilizando fotocopiadoras para hacer flyers (volantes impresos) que no son rastreables como sí lo son los eventos virtuales.
–Lo mismo que pasó con Napster entre 1999 y 2001 continúa con el cine y los programas de televisión. ¿Cree usted que las industrias siguen sin saber cómo adaptarse al nuevo paradigma de distribución de contenidos?
–¡Estoy segura de eso! La industria del cine muestra algunos signos de haber pensado un poco en el tema, pero no pasa lo mismo con la televisión. Algunas de las personas que hacen televisión intentan ocuparse del tema, pero la mayoría todavía no. Pareciera que los creativos intentan hacer que los programas lleguen a mucha gente y sean vendidos a distintas partes del mundo, pero no se dan cuenta de que esos mismos programas son bajados de Internet en esos mismos lugares.
–¿Cuál cree que es la importancia actual de los medios cuando ya hay tantas fuentes libres de información?
–Yo escribo para The Guardian y me resulta útil hacerlo, es una herramienta. También aparezco en radio y hago cosas para la BBC, y está bueno porque son medios que tienen mucha llegada y, un detalle no menor, son lo que mucha gente entiende por credibilidad. Eso sucede porque tienen un gran legado, una gran historia y dinero, por supuesto, porque con sus recursos uno puede hacer cosas creativas. Las grandes organizaciones todavía son importantes y, aunque sean enormes y asusten, uno tiene que encontrar la manera correcta de utilizarlas. Lo que es interesante es cómo nosotros como consumidores somos más capaces de elegir lo que queremos ver, comprar y consumir, lo que constituye una gran diferencia con el pasado, cuando nos decían qué y cómo hacerlo. Es interesante saber que tenemos el poder de acceder a mayor diversidad de pensamientos, lo que nos hace sujetos más diversos a nosotros mismos, y más particulares también.
–No sé si pudo observarlo, pero hay chicos de dos años que ya saben agarrar un mouse y dar clicks, mientras que algunos adultos todavía no saben usar una computadora. ¿Qué clase de evolución se está dando en los humanos que da lugar a esas diferencias?
–No creo en eso de que ya existan cambios fisiológicos, porque esa clase de evolución toma mucho tiempo, y en este caso estamos hablando de –como mucho– 50 años, y eso es poco como para que haya tenido lugar algún cambio genético o fisiológico. Me frustra escuchar a algunas personas que hablan de ciertos efectos de la era digital, o que piensan que prenden su computadora y el resto del mundo ya no existe. Existe una realidad que es virtual, pero vos, yo y todos ellos somos seres físicos que interactuamos en el mundo real. No creo que haya nada que la tecnología por sí sola nos esté haciendo a nosotros o a nuestros hijos, porque simplemente hay que poner ciertos límites a lo que consumimos o a cómo actuamos online y qué tanto dejamos que entre en nuestras vidas.
–Teniendo en cuenta todos los planteos que hace en The Virtual Revolution, ¿qué precauciones toma usted para mantener su privacidad en las redes sociales?
–Muy pocas, la verdad, pero todo depende de cuál se trate. Lo que sucede es que yo aparecí por primera vez en televisión en 1999, que es bastante tiempo como para que el resto de la gente haya creado una imagen de mí que, si bien no es real, está ahí, como otra versión mía que está online. Lo que decidí hacer fue estar a cargo de mi propia imagen virtual, que ninguna otra persona lo haga por mí, e innundar la web con contenidos propios: lo que hago, mi trabajo, los viajes y demás. Salvo datos sobre mi vida personal (mi cuenta de Facebook es privada, sólo para amigos y familiares), es fácil saber qué hago y qué pienso, en Twitter o en mi página o en los lugares donde escribo. Incluso conté lo que hice y comí en mis días en la Argentina. Como si Internet necesitara saberlo, ¿no?
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