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Martes, 27 de noviembre de 2012

CULTURA › MúLTIPLES HOMENAJES A CARLOS FUENTES EN LA FERIA INTERNACIONAL DEL LIBRO DE GUADALAJARA

La gran ausencia que todos nombran

Elena Poniatowska, Luisa Valenzuela y el ex presidente chileno Ricardo Lagos, entre muchos otros, participaron de diversos tributos al escritor mexicano.

 Por Silvina Friera

Desde Guadalajara

El viento de Carlos Fuentes sopla como una corriente transparente en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL). No era extraño cruzárselo en la Expo, el predio ferial, cuando presentaba un libro, participaba de un coloquio literario, de un debate o una conferencia. Como un viejo amigo que anda siempre por el mismo lugar, el autor de La muerte de Artemio Cruz tenía asistencia casi perfecta en la FIL. Los homenajes son una manera de iluminar y conectar el pasado y el presente, lo vivido y leído, lo dicho y escrito en una textura donde la profusión de elogios corre el riesgo de convertir al escritor en una mera estampita que sólo reclama veneración. “Carlos era el escritor que quería abarcarlo todo y que llenaba nuestro corazón abriéndonos el suyo”, dice Luisa Valenzuela durante la presentación de Federico en su balcón (Alfaguara), novela póstuma considerada un testamento “personal y humano” del gran narrador mexicano. Ricardo Lagos, ex presidente de Chile –el país invitado de honor de esta edición–, lo define como “la conciencia latinoamericana”, un narrador que exaltó la lengua que une a los países iberoamericanos. El ensayista mexicano Federico Reyes-Heroles subraya que Fuentes encontró en el lenguaje español “una cadena que nos permite ser conscientes de una hermandad cultural por la cual tanto peleó; por eso su empeño en mostrar el rico mosaico que Latinoamérica brindaba a sus lectores”.

Extrañar es el verbo más conjugado por las salas y pasillos de la Expo. Lo extrañan amigos, intelectuales, lectores, políticos, artistas. Héctor Aguilar Camín, moderador de uno de los homenajes, repite una sensación compartida: la nostalgia que genera su ausencia. “Tenemos nostalgia de Fuentes, el infatigable promotor cultural, el inventor de la noción del ‘boom’ y el gran embajador del español ante otras lenguas y culturas; nostalgia de Fuentes el historiador, el actor estelar de la conciencia latinoamericana durante el último siglo.” El escritor cubano Rafael Rojas recuerda que el autor de La región más transparente vivió “los tres ’68”: el parisino, el checo y el de Tlatelolco. “A pesar de ser parte de la nueva izquierda social de aquellos tiempos, criticó el socialismo de Europa del Este y de la Revolución cubana, pero sí apoyó a otros movimientos de izquierda como la revolución sandinista en Nicaragua y el gobierno de Salvador Allende en Chile.”

La piel del autor de Aura puesta en primer plano, a contraluz, mordisqueando los detalles del intelectual que creyó –según Lagos– que la región podía ser mejor, “de un político que decidió no serlo”. El ex presidente chileno pondera la “transparencia” del discurso de Fuentes, “un orador claro, envidiado por políticos mediocres que no han podido establecer un vínculo entre el poder y la política para hacer visible a América latina ante los ojos del mundo”. En uno de los homenajes más concurridos –con más de 500 personas–, Lagos postula una certeza: el mundo conoce a América latina sólo por su cultura. “La relación entre el poder y la política para generar una conciencia latinoamericana y un lenguaje común frente a otras regiones del mundo no está a la altura de la conciencia cultural, porque en el mundo existimos por nuestra cultura, pero en política no existimos y es un tema para preocuparse”, advierte el político chileno en una declaración polémica que puede dar tela para cortar sobre qué implica “existir” en política. “Nos engañó, se veía tan bien; yo charlé con él un día antes de su muerte, gozoso, con tantos proyectos en la mente, con tantos asuntos pendientes, tantas preocupaciones sobre América latina, Estados Unidos, Barack Obama, las elecciones, los latinoamericanos, que nos hizo creer que era inmortal”, agrega Reyes-Heroles, presidente del consejo rector de Transparencia Mexicana.

La pícara sonrisa de Elena Poniatowska asoma por ese rostro de luna llena. Lo conoció hace 56 años, “antes de que él supiera que iba a ser escritor; íbamos a los mismos bailes y me sacaba a bailar, pero lo hacía muy mal”. La narradora mexicana –también homenajeada en esta edición de la feria por sus 80 años– plantea que Fuentes “quiso remontarse en el tiempo, expandir nuestras fronteras, atravesar los siglos, convertir su escritura en el espacio que nos separa de Europa y lo logró”. Su mayor apuesta está en Terra nostra (1975) y en la voluminosa Cristóbal Nonato (1987), de 563 páginas. “Se la jugó a lo largo de los años, con una obra infinita que rebasa México y arrolla a toda la novelística anterior y quizá a la que esté por venir”, afirma Poniatowska al tiempo que evoca que Fuentes giraba a 197 revoluciones por hora. “El era Balzac y Kafka, Dos Passos y Faulkner, y a todos los grandes que fueron sus contemporáneos les agradeció que escribieran a su lado: a William Styron, a Milan Kundera y a Susan Sontag y, sobre todo, a Salman Rushdie.” Luisa Valenzuela lo conoció en París, “hace mil años”, junto a Silvia Lemus, la mujer y “telonera” del escritor. La narradora argentina –que presentó La máscara sarda, su última novela, en la FIL– agradece las puertas que le abrió el autor de La silla del águila –ese “caleidoscopio sublime” de facetas incontables– al declararla “heredera” de la literatura latinoamericana. “A pesar de ser un hombre de mundo, nunca perdió el acento mexicano”, observa Valenzuela.

¿Cómo mirar y apreciar todos los escritores posibles que hay en el conjunto de sus libros? “Fuentes creó puentes por medio de su obra entre los países de América, y también con España y Portugal”, opina el periodista español Juan Cruz. El nicaragüense Sergio Ramírez reconoce que envidiaba su “inglés elegante e impecable”. El autor de Margarita, está linda la mar –novela con la que ganó la primera edición del Premio Alfaguara y cuyo título fue sugerencia de Fuentes– lo describe “atildado siempre, la corbata bien puesta, caballero de figurín de moda británico, dispuesto a la risa a la menor provocación, la edad sólo presente en el timbre un poco cascado de su voz cuando se ponía frente al micrófono”. Ramírez aclara que la “generosidad literaria” fue esencial en Fuentes, punta de lanza que le permitió transitar “sin estridencias” desde una amistad con los más viejos autores del “boom” hasta con los más jóvenes contemporáneos suyos. “Fuentes era un narrador que escribiendo y polemizando se revestía de lozanía juvenil –agrega–. Siguió publicando como si callarse o dejar de escribir fuera la muerte.”

Aunque la coexistencia armónica se presienta un ideal irrealizable, en Fuentes habitaban el novelista, el ensayista, el crítico, el intelectual comprometido, el artista. En la póstuma Federico en su balcón se despliegan todos los Fuentes posibles. Reyes-Heroles la califica de “experimento narrativo” que –como toda la obra del gran narrador mexicano del siglo XX– encierra dilemas éticos interesantes que van desde “el mal como algo necesario para darle sentido a la vida” hasta la vejez y la decadencia. “Todo transcurre en un balcón, como una lengua de la casa que se burla de la calle”, pondera Valenzuela. “Es un texto difícil pero ameno, en un libro donde el tema de base es el poder, la imaginación y las sombras.”

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Imagen: Carolina Camps
 
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