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Viernes, 21 de junio de 2013

HISTORIETA  › PUERTAS DEL EDEN, EL NUEVO LIBRO DE KIOSKERMAN

Regreso con aires poéticos

Como todo en la producción del celebrado autor de Edén, su libro anterior, que dio la vuelta al mundo, la clave está en los detalles y en la sutileza con las que despliega su talento. Pero aquí se hacen más fuertes los textos, de ambiciones líricas.

 Por Andrés Valenzuela

Hay una serie de libros que proponen 1001 cosas para hacer antes de morir. 1001 películas para ver, 1001 libros para leer, discos para escuchar y así. Son libros bastante gordos, claro. En el que está dedicado a la historieta se incluye Edén, del argentino Kioskerman. Este dibujante comenzó su tira y la distribuía por Internet. Cada lunes llegaba a sus suscriptores un mail con el enlace para verla en su página. Edén se publicó en Canadá, Francia, España y Brasil, además de Argentina, claro. Era una historieta particular, casi zen, sobre un rey en armonía con su mundo. Una oda gráfica a la belleza de la existencia, si se quiere. Pero Kioskerman no dejó de producir tiras con la llegada de ese primer libro y ahora publicó un segundo tomo, Puertas del Edén, que es el que motiva este artículo.

A primera vista, no hay grandes cambios entre el primer libro y éste. Pero claro, como todo en la producción de Kioskerman, la clave está en los detalles y en la sutileza con las que despliega su talento. En primer lugar, hay dos corrimientos. El primero formal: en Puertas el texto empieza a ocupar un lugar mucho más predominante. Señalado como “poético” por su estilo, Kioskerman finalmente aceptó curiosear qué era eso de la poesía y algo de toda esa investigación se filtró en estas nuevas tiras (sobre todo William Blake, según aseguró en una entrevista). Si en el primer libro había páginas enteras que no necesitaban de las letras para funcionar, aquí casi no hay viñeta sin un texto de apoyo.

En segundo lugar, Puertas del Edén evidencia un corrimiento temático importante que coincide con el devenir personal de su autor. La imagen del hijo, del descendiente (¿del heredero del rey?) se hace presente y domina casi todo el paisaje del libro. En este sentido, el trabajo es casi de una metafísica autobiográfica. Las dudas, el camino perdido, las tribulaciones con una “ella” idílica, van cediendo lugar a la ilusión primero, la certeza luego, y finalmente la realidad de la llegada de un primogénito que reorganiza el reino.

Desde lo gráfico, Kioskerman no propone nada por lo que perder el sueño. Sus plantados de página son rigurosamente clásicos: tiras de cuatro viñetas que jamás, bajo ninguna circunstancia, dejan de ser tiras regulares de cuatro viñetas. Sus personajes están delineados con sencillez, sin más adornos que los imprescindibles y salvo contadísimas ocasiones, los colores son mate y planos. Pero en este grafismo sencillo el autor presenta personajes que operan como arquetipos, que resultan de fácil identificación y donde lo que se narra queda en primer lugar. Las montañas y los ríos, llegado el caso, que los imagine a su gusto el lector. Aquí se hace carne eso de que es el lector quien completa el sentido de una obra.

Finalmente, en Puertas del Edén hay algunas páginas dedicadas a la inspiración y el instante creativo. Mucho de eso tiene que ver con una faceta casi experimental que el dibujante abordó durante la hechura de estas tiras, donde buscó alcanzar cierta cuota de automatismo, de dejar fluir el dibujo y lo escrito sin condicionantes. Además de un retorno al aspecto más zen del primer libro, aquí Kioskerman se sostiene en una red muy sólida: la de conocer (y ser) a fondo su propia forma de hacer historieta.

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