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Sábado, 27 de septiembre de 2008

EL CULEBRóN TIMBAL Y LAS COORDENADAS QUE GUíAN UNA AUDAZ OBRA MULTIDISCIPLINARIA

“En los barrios hay como una energía mística”

El cuenco de las ciudades mestizas es a la vez un CD de música, un mediometraje, un documental, un cuento y un comic: con él, el grupo buscó “elaborar un relato que incluyera esas cosas que nos hacen vibrar” y que elude los lugares comunes.

 Por Facundo García

La carambola se produce más o menos así: llega a la redacción un paquete que cautiva a quien se lo cruce. El sobre se abre en cuatro solapas y adentro hay un “oráculo” rarísimo, un CD de música, comics y un DVD que contiene un mediometraje y un documental. Entre símbolos se lee una dirección: localidad Cuartel V, en el partido de Moreno. Así es que, poco después, un remisero bufa por tener que internarse en el llamado “segundo cordón” del conurbano; aunque en el camino a él también le va picando la curiosidad. Ya en el predio La Huella, a treinta y cuatro kilómetros de la Capital, se ve venir a un grupo que aclarará el misterio. Es el principio de una charla en la que el Culebrón Timbal dará precisiones sobre su nuevo y desquiciado proyecto, El cuenco de las ciudades mestizas.

Los entrevistados se apresuran a contar que El cuenco... nació de esos paisajes, y el ruido de las voces hace que dos perros entreabran los ojos, mientras al fondo ondula la ropa que una vecina ha puesto a secar. Eduardo Balán enlaza la instantánea y reflexiona: “El desafío era elaborar un relato que incluyera esas cosas que nos hacen vibrar a diario. La energía mística de los barrios, las carrozas que fabricamos en los desfiles, algunas discusiones políticas y, por qué no, la violencia con la que convivimos”. Se podría decir que Eduardo participó dibujando, guionando y tocando la guitarra, aunque no hay que ser demasiado pillo para darse cuenta de que ahí cada uno es –antes que un “especialista”– un compañero que complementa al resto.

En ronda, lo escuchan con atención Alexis Fusario, director de las películas; José Luis Soto, actor; Richard Esquivel, músico; Rafael Esquivel, “administrador oficial”, y Jeri, un flaquito silencioso (siempre que no se hable de River). Richard, el grandote, retoma el hilo: “El que se meta en esto va a conectarse con elementos que sólo pueden darse en el Gran Buenos Aires. Altares de pibitos chorros, del Gauchito Gil, pedazos de nuestro ámbito. En una escena con jinetes, por ejemplo, agarramos directamente a unos gauchos de acá cerca y los invitamos a aparecer”.

Cuando la televisión sólo da cabida a los pobres en series como Policías en acción, salir a cosechar historias de barrio que prioricen aspectos menos deprimentes es un acto de dignidad. Alexis, el cineasta, entra en la conversación observando que “con nosotros la tele hace lo más fácil, que es venir a la Ruta 8 los sábados y grabar la pelea de dos borrachos. Si ves sólo eso, te estás perdiendo lo interesante. Acá somos mucho más que un grupo de zarpaditos que se cagan a piñas”. Y se calienta: “Da bronca que siempre se interprete esta zona sólo como la sede del bardo o que se la considere únicamente la posta obligatoria antes de llegar al centro”. Ahí, en lo que ellos gustan en llamar “la patria del rock barrial y la cumbia villera”, se empezó a gestar un cuento en varios formatos, lleno de ramificaciones y abierto a los aportes que puedan llegar en el futuro. Una mutación cultural inclasificable, que podría haber sido la obsesión de Tolkien. Si Tolkien, claro, hubiera nacido en los suburbios, laburara de lunes a sábado y se tomara unas birras los días de calor.

Balas de plomo, tiros de fogueo

El film de 45 minutos viene con un documental/backstage y es una linda puerta para adentrarse en El cuenco.... Sirviéndose de una única cámara, el colectivo se las arregló para que Miguel (interpretado por Cristian Ezequiel Soto, obrero de Fargo) se enfrentara a asesinos enviados por un político mafioso, correteando por un universo mágico que tiene muchos puntos en común con la realidad. En rigor de verdad, vale más ver la saga que explicarla. Acaso sirva adelantar que es carnavalesca, sangrienta, alegre y, sobre todo, repleta de metáforas. Alexis, el director, admite que “los temas son muchísimos. De hecho, salieron de una grilla en la que anotamos todo lo que nos importaba”. El rodaje se hizo los fines de semana. Al correr la noticia, se fue formando una masa de fans que cercaba al elenco todos los domingos, convidando mate y bizcochos. “Nos dimos cuenta de que la guita no nos iba a frenar. Lo que nos movía era la fuerza de los que participaban”, revela Fusario.

“Lo que sí podría habernos frenado es un par de cuetazos”, bromea uno, y las risas destapan un incidente que se volvió gracioso ahora, cuando los meses lo han convertido en anécdota. “Teníamos una escena de tiros”, se larga Alexis. “Como cada tiro ‘de utilería’ nos costaba quince mangos, planeamos una coreografía fija para no derrochar los pocos disparos que teníamos...” La acción se desarrollaba a la vera de una calle. Bang. Un tiro de fogueo bien puesto. Bang bang, segundo y tercero. De pronto el equipo oyó la sirena de un patrullero a toda velocidad. A las carcajadas, Richard, el rockero, rememora: “¡Loco, habíamos avisado a las comisarías lo que íbamos a hacer, no sé por qué no se habían enterado!”. Cuando el móvil se detuvo, los azules vieron a diez tipos desesperados, con las manos en alto y a los gritos. Dice Richard: “Los tranquilizamos, pero ya me imaginaba a los canas diciendo ‘el malo debe ser aquel, yo le tiro’”.

Desde la perspectiva de José Luis Soto –que además de actuar es el conductor del ómnibus que lleva de un lado a otro al Culebrón–, el film fue todavía mucho más allá. Hace diecisiete años que su familia organiza un Vía Crucis y, en consecuencia, “los Soto” le han ido agarrando la mano a la interpretación. Esta vez, no obstante, fue diferente. “Tenemos cierta cancha”, confía. “Sin embargo, en una secuencia del final en la que el pibe protagonista se salva de que lo maten, vas a ver que mi vieja va, lo abraza y llora. No estaba actuando. Se emocionó de verdad.”

Explosión de sentidos

Por Moreno abundan las bandas que cultivan el clásico sonido rutero, y no es raro que en los conciertos compartan tablones con conjuntos de cumbia o de chamamé. Según Eduardo, en las periferias esa mezcla se asume con gusto, lo contrario a lo que ocurre en los medios grandes. “La cultura masiva no se la banca. Aceptar el mestizaje, para ellos, significaría arriesgarse a la democratización”, acusa. Esto viene a cuento porque el disco que acompaña a El cuenco... asume esa pluralidad, la pone a sonar. Hay grabaciones de viejos del lugar, rock, reggae, murga, música electrónica y canciones en idiomas inventados. Todo sazonado por músicos que trabajan en el Culebrón hace bastante y que en esta oportunidad aprovecharon el apoyo de artistas como Guillermo “Goy” Ogalde y Lucas Villafañe (ambos de Karamelo Santo), entre otros.

Osadía equivalente tiene la sección de comics. Son varios, y los produjeron artistas tan jóvenes como hábiles con el lápiz. “Mandrafina suele repetir que el historietista es un director de cine frustrado”, apunta Eduardo, y dispara: “Descubrimos casi lo contrario: en esos cuadraditos podías derivar el mediometraje para un millón de lados, no había límites”. Por eso es que los ojos del lector se estamparán contra las páginas de una fotonovela, se perderán en viñetas que se asoman al pasado y al futuro o se achinarán revisando cómo se va a desatar una guerra internacional por el control del tiempo. El pack contiene incluso un Oráculo Popular Infinito que, en vez de vaticinar destinos individuales, augura porvenires colectivos.

Y llega la despedida, que tampoco altera la siesta de los pichichos. Deja, eso sí, algunos datos que vale la pena anotar. Quien quiera conseguir El cuenco... tendrá que darse una vuelta por las librerías en los próximos días. Si es ansioso puede pedirlo al 02320-452423. Una tercera posibilidad es canjear los ejemplares por algo que tenga un valor similar (¡se escuchan ofertas!). Por último, el 19 de octubre en el ND/Ateneo se llevará a cabo la presentación oficial. El espectáculo de rock, cine, murga, hip hop y teatro, de todas formas, andará culebreando por las plazas en los próximos dos años. “Esténse atentas y atentos”, anticipan los timbales. “Como dicen los caravaneros... lo nuevo viene por la ruta.”

Más información en www.culebrontimbal.com.ar.

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Los integrantes del Culebrón en el predio de La Huella: un colectivo que viene creando desde 1996.
Imagen: Gustavo Mujica
 
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