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Martes, 20 de enero de 2009

UNA HISTORIA DE VIAJES Y EXILIOS CONTADA POR TITERES

Cóctel de fantasía y realidad

Horacio Peralta es titiritero. Viajó treinta años por Europa, luego de haber estado secuestrado en la ESMA y de que sus hermanos fueran amenazados. Ahora, en Mar del Plata, relata lo vivido como un antiguo juglar.

 Por Facundo García

Desde Mar del Plata

Una semana de amor puede ser infinita. O eso es lo que demuestran unos títeres, junto a la voz de Horacio Peralta, un artista que –tras vivir treinta años en Europa y Centroamérica– está de vuelta para repasar su carrera con la compañía Bululú Théâtre. El titiritero es un espectáculo para adultos y niños mayores de siete años. No hay efectos especiales. Tampoco despliegues millonarios. Como sucedía en las antiguas aldeas, lo que se monta es solamente un escenario; el resto corre por cuenta de alguien que tiene llaves para entrar a la fantasía.

“Eso del amor infinito me lo explicó en Panamá José de Jesús ‘Chuchú’ Martínez a fines de los setenta”, apunta Peralta. Fue en una tarde tropical. Estaban los dos tomándose unas cervezas en medio de la vegetación y Horacio le había contado algún problema afectivo. En respuesta, su amigo –que además de dramaturgo y escritor era profesor de matemáticas– empezó a dibujar una línea recta en una servilleta de papel. Luego le agregó dos trazos más en los bordes, para dar a entender que era un segmento. Y le habló como si fuera Zenón: “Suponte que ésta es una semana de amor. Si te pones en la mitad –posó la birome–, te quedan tres días y medio; y si vas a la mitad de eso, te queda un determinado tiempo. Así puedes seguir eternamente”. Horacio conserva aquellas palabras como si las hubiera escuchado recién. “Me estaba demostrando sque las cosas que uno vive con intensidad no se agotan, se vuelven eternas. Y sin pretender tanto, es un poco lo que buscamos acá.”

Así como en ciertas ocasiones este andariego logró tomar el camino que deseaba, en otras le tocó sufrir los vaivenes de la historia; en un juego espejado donde él también era títere de manos tan poderosas como invisibles. “Me fui de la Argentina en el ‘77. Había estudiado teatro durante siete años. Me acuerdo de que en esa época, tras la disolución del Octubre, Norman Briski había intentado conformar otro equipo –rememora–. Ahí fundamos Presente, con la ilusión de rotar por fábricas y universidades. Alcanzamos a presentarnos un par de veces. Rodeados de policías, obvio. Después a Norman le pusieron una serie de bombas y se tuvo que ir. Del resto, hubo quienes pudieron escapar y otros tuvimos menos suerte. Yo fui secuestrado en la ESMA y uno de nuestros compañeros está desaparecido.” El entrevistado pasó 55 días en cautiverio, y su mujer fue trasladada a la cárcel de Devoto, donde estuvo seis meses antes de poder huir a Europa. El fue liberado con condiciones: “Me tenía que presentar cada tanto, porque si no me aseguraban que iban a tomar a mis hermanos como seguro. Y ojo que esto no me lo prometía un gil cualquiera. Me lo decía en la cara el Tigre Acosta”.

Ahí estaba el juglar, huyendo finalmente al Panamá de Omar Torrijos. Peralta guarda una fotografía que retrata lo poco que acumulaba en su valija. Semillitas de colores, cartas, una afeitadora y títeres pintados en tono oscuro. “Cuando rajé para allá tuve que pedir pintura, porque tenía los muñecos blanquitos y allá eran todos morochos”, se divierte. Por aquel tiempo, Torrijos estaba por firmar el tratado que devolvería el canal a los panameños y el clima era festivo. “Levantabas una hoja y encontrabas un poeta. Andaba dando vueltas hasta Graham Greene. Gracias al apoyo que nos daba el gobierno, los exiliados vivíamos en departamentos muy grandes y vacíos; y con mis pequeños shows yo entretenía a los chicos, que muchas veces se habían quedado sin juguetes en el apuro de la mudanza.”

Chuchú Martínez se encargaba de colaborar con este grupo de desplazados. Por eso consiguió una carta de Torrijos para que dejaran a Peralta abordar un barco que llevaba bananas a Yugoslavia. Fueron quince días en el mar hasta que la nave depositó a Horacio y a su novia alemana en Francia. Ya en París, el artista comenzó a mostrar su trabajo por las calles. Pero era verano y, en invierno, las cosas resultaron distintas. “Hacía tanto frío que dejó de ser posible laburar a la intemperie. Entonces se me ocurrió pasar un elástico entre dos barras de los vagones del subte, poner una cortina y hacer el show. Primero eran obras en las que usaba la voz. Me las arreglaba sin saber francés, lo que no impidió que al tercer día estuviera disfónico. Tuve que recurrir a la música, y fue un éxito.” Con el dinero que juntaba logró pagar los pasajes en avión para sus hermanos, amenazados por la dictadura. “Al final se sumaron al elenco. Entre nosotros estaba Guillermo Fernández, que fue el que planificó y concretó la fuga de la Mansión Seré.” Como un viajero de los de antes –de esos que pasaban décadas recorriendo rutas y volvían para contarla, ya maduros, a su pueblo– Peralta va eslabonando en escena los distintos tramos de su vida. “Lo que hacemos es representar mi experiencia, mechándola con lo que tienen ganas de expresar mis títeres. Yo cuento lo que me pasó, y sin embargo la idea es que el que está enfrente sienta que podríamos invertir los roles y entendernos igual.” Uno de los personajes estrella de la puesta se llama La Vieja. Está basada en uno de los Caprichos de Goya. Con su cara espantosa, se tira en contra del que la mueve, llamándolo sucio, loco y hasta “golpeador de títeres”. “A veces me quedo tieso con las cosas que me dice esta chiflada”, dice, mientras guarda el títere en un cajón y lo mira enternecido.

El titiritero se presenta de miércoles a domingo en la Sala Nachman del teatro Auditorium (Bv. Marítimo 2280, Mar del Plata). La función empieza a las 22.

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“Lo que se vive con intensidad es eterno”, reflexiona el titiritero Horacio Peralta.
Imagen: Leandro Teysseire
 
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