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Sábado, 14 de marzo de 2009

CUATRO MUJERES: REENCUENTRO DESPUéS DE LA “TRAICIóN”

Cuatro mujeres: reencuentro después de la “traición”

Laura Meradi, escritora, investigó el trabajo precario de los jóvenes en Alta rotación, haciéndose pasar, entre otras cosas, por camarera. Aquí discute con sus “personajes” devenidos “amigas”, sobre la frontera entre la realidad y la ficción.

 Por Julián Gorodischer

Laura Meradi, joven escritora, recibió la propuesta de una editorial de camuflarse como trabajadora en precarias fuentes laborales que abarcaran desde la venta telefónica a ser cajera de un McDonald’s. Y, claro, está el caso que nos toca: fue camarera, hasta bien entrada la madrugada, en un bar de cócteles de la Recoleta. Durante la etapa en que le tocó asistir las mesas de ese antro plagado de extranjeros, sucedió algo extraño: se sintió tan afín a un grupo de camareras que empezó a mimetizarse con sus hábitos y gustos. Se hizo amiga de las veinteañeras Mou, May y Barbie sin revelarles su identidad escindida.

Les ocultó que la finalidad de la estadía y las relaciones entabladas era publicar, utilizando seudónimos, sus dramas íntimos y la farra compartida. Uno de los dilemas de Alta rotación, que se publicó este mes en la colección de crónicas de Tusquets, tiene que ver con los problemas que produce encariñarse haciendo etnografía. ¿Hay que sincerarse o no frente al objeto? La vacilación entre ser fiel a los afectos o privilegiar “la obra” se vuelve en estas páginas una idea obsesiva.

La antropóloga de lo cercano (en términos del antropólogo francés Marc Augé) duda, se sumerge en una polémica de orden moral sobre cómo debería presentarse ante su tribu, sobre hasta qué punto el deber etnográfico de no alterar el ecosistema originario para hacer valer el testimonio puede competir con la lealtad a la nueva familia creada. Las cosas ya no son como antes de salir a andar: la identidad del que mira fue perturbada por la vida paralela. Con el libro ya publicado, sin embargo, Laura se decide a hablar. Una vez reunidos, en un bar de Palermo, la antropóloga de lo cercano y sus amigas camareras acceden a representar una secuela del texto: el momento en que se devela la traición de Laura y las meseras deciden perdonar.

Primer acto

–Empecemos con una sentencia de Truman Capote, la respuesta a los reproches de su entrevistado/amigo Marlon Brando: “Todo cronista es traidor”. ¿Qué pasó con la amistad cuando Laura les reveló la existencia del libro?

Laura Meradi: –¿Qué querés? ¿Una parodia?

–No, no una parodia. Una reconstrucción.

L. M.: –Me sentiría muy ridícula.

–No deberías sentirte ridícula. Tu libro no es una crónica convencional. En realidad, a mi juicio, no pertenece al género crónica sino a lo que Marc Augé llama “antropología de lo cercano”. El racconto obsesivo de acciones mínimas logra traspasar las fronteras de la novela realista y el efecto es de tiempo real; se lee como transmisión en vivo. Seamos fieles a ese tono en esta nota.

Mou (personaje/ amiga): –Me sentí un experimento de algo. Laura, te conté cosas importantes de mi vida. Hubo situaciones, como salir de una bañadera en bombacha y corpiño, que son parte de mis 20 años y al verlo en tu libro lo acepté como tal. Pero si estuviera en otro momento de mi vida, si fuera más grande, no habría sido tan gracioso.

L. M. (seria, bajando la vista): –Ustedes tienen el total derecho de enojarse, eso estaba contemplado al escribirlo.

–¿Por qué están grabando el encuentro?

L. M.: –¿Qué? (risas). ¿Se pone paranoico el periodista?

–¿Hay otro libro sobre el tema, conmigo como protagonista?

L. M.: –No, no, no.

Mou: –Se puso colorado el periodista (mira a Laura). Se siente parte de un nuevo experimento (risa colectiva).

–¿Son éstas las verdaderas meseras que conociste en el bar? ¿O son amigas tuyas que simulan ser tus personajes?

L. M.: –No, no, son reales.

Mou: –Podemos ser reales y amigas, igual.

–“Realidad y ficción”, entonces. ¿Qué les sugiere?

L. M.: –Chicas, no me acerqué a ustedes para escribir sino que ustedes se me aparecieron y no pude tomar distancia. Todo lo que sucedía tenía que ver con el libro; era muy difícil discriminar nuestra relación del trabajo.

Segundo acto

Bárbara: –Cuando lo empecé a leer me quería matar. De repente aparece que me fui a fumar un porro con vos a la plaza, y yo se lo había dado para leer a toda mi familia. Me habría gustado enterarme antes de que se publicara. Ya escrito, lo habría leído, y te lo habría respetado, pero no habría ido a mi mamá y a mi papá a decirles que lo leyeran y prenderme fuego.

–Acá hace falta una réplica...

L. M.: –Estuve miles de veces a punto de contarles; cuando a vos te echan del bar, Bárbara, salí decidida a contarte todo. El impulso estaba y lo reprimía. Pero si te contaba, el libro iba a cambiar. Lo estaría manipulando mucho. En todas las cosas que iba haciendo cambiaba el libro; si optaba por una acción tan potente como contarles, eso influiría. El modo en que fue escrito este libro iba a aparecer demasiado, mucho más que el resto de lo que estaba narrando.

Bárbara: –Igual no dijo nada que no fuera, simplemente dijiste demasiado, Laura. Si me hubiera sentido distorsionada, tendría una herramienta más para enojarme. Es duro escucharse a una misma: agarraste palabra por palabra; leer nuestras conversaciones fue muy chocante.

L. M.: –Es oído, no sé. Cuando llegué a ellas venía con un año atrás de hacer esto. En la primera crónica grabé; después lo guardé y nunca más. Tenía una antenita que iba guardando información. El detallismo es estilo, pero no una elección de estilo. Yo narro así.

B.: –Sos de las pocas personas que conozco a las que lo que les pasa por la cabeza les sale en la boca y pasa a la acción. Las cosas que tengo para decir las digo, pero ella no tiene ese filtro natural del cual una no es consciente. Colarte no es correcto, no lo hacés. Si Laura se quiere colar, se cuela. Es la personalidad de ella, sin límites.

May: –Ayer, Laura, volví a leer la vez que te conté que mi viejo había fallecido. Lo leí, ayer, me tomé un vaso de Fernet así, me fumé un pucho, y dije: “La mato”. Justo lo leí ayer a la madrugada y hoy era la entrevista. Son muchas las cosas que puso de Bárbara y mías.

–Acá la tenés, enfrente tuyo.

Bárbara: –Nos tendrías que haber agarrado antes de juntarnos con ella. Laura, para mí, con un libro escrito y con nada por hacer, realmente estás perdonada.

May: –Ya está hecho, qué voy a hacer. Le tomé mucho cariño. No me sale mandarla a la mierda.

–Es admirable, Laura, cómo te hiciste querer...

L. M.: –Claro... No, pero, pregunto: ¿me iban a matar? Las manos me hacían así. Por algo tardé tanto en contárselos. Hicieron su descarga y me retaron. Y después me dijeron que palabra por palabra lo que está ahí es verdad.

–O sea, perdonada.

L. M.: –Fue para captar el lenguaje que no les dije. Para que no hablaran de modo diferente; esa cosa de infiltrarse y no contarlo es al nivel de la escritura; tenía que estar la sensación de que había algo por explotar conmigo de incógnito en todos lados.

–El sacrificio fue entregar un año de tu vida...

Bárbara: –Y un mes de las nuestras.

L. M.: –Fue un sacrificio, pero volvería a ser una antena. Fue un sueño de felicidad estar todo el tiempo decodificando.

–¿Amigas, entonces?

Bárbara: –Claro, sos vos Laura, y es tu cabeza la que fluye en estas páginas.

L. M.: –¡Y yo que pensaba que me iban a matar! El hecho de que me estén perdonando, que me estén comprendiendo, y que además de todo les guste el libro, me hace sentir que todo, todo lo que pasó, ¡fue verdad! (Miradas cómplices. Luego se despiden del cronista y parten hacia algún lugar).

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Laura Meradi se reunió con los personajes de su libro para justificar la simulación.
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