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Miércoles, 20 de agosto de 2014

OPINIóN

La carga de los 2500

 Por Horacio Bernades

Fue impresionante. Pura reacción en cadena, efecto bola de nieve, particulares afectados que toman el bien común por las astas, accionando sin un gramo de egoísmo.

En los primeros días de agosto, Alejandra Portela recordó, en su blog leedor.com, algo que los demás habíamos olvidado: el anuncio que en noviembre pasado hizo el ministro de Cultura porteño, Hernán Lombardi, en relación con la sala Lugones. En el marco de la puesta a punto integral del Teatro San Martín, en marzo 2014 le tocaba el turno a la sala en la que varias generaciones de argentinos mamamos todo el cine universal. Todo. Como buena parte del imponente monumento modernista que la cobija, la Lugones se halla desde hace años en estado semirruinoso. Más de una vez los techos “se llovieron”. Los equipos técnicos se anquilosaron. Los baños están en un estado tal que, cada vez que un visitante tiene ganas de hacer pis, la gente de la sala no sabe qué excusa poner para evitar que lo haga allí.

Las obras debían quedar terminadas en julio pasado. Para que dieran inicio en febrero se desmanteló la sala, que de esa forma se vio obligada a suspender actividades por cinco meses. Julio pasó. La Lugones presenta, al día de hoy, el mismo frente sin pantalla, butacas vacías y moquettes manchadas que lucía en febrero: no se hizo nada que no fuera hacer nada. Se suspendieron ciclos, se pospusieron estrenos, se resignaron los programadores a no participar del Bafici, por primera vez desde que el Bafici existe. Así como en octubre no serán –como todos los años, desde hace más de diez– sede del DocBuenosAires, muestra de documentales que está a la altura de las mejores del mundo. La bola que Portela lanzó a comienzos de mes nos dio en la cabeza. Algo se activó allí: un botoncito algo herrumbrado, que dice “algo hay que hacer”.

Fernando E. Juan Lima, que además de crítico de cine de la revista El Amante es juez del foro civil, hizo lo mismo que Portela: recordar. Recordó a los que no lo sabíamos que en el ámbito de la Ciudad hay una ley, la 104, que permite que los particulares damnificados por la acción u omisión de los funcionarios reclamen rendición de cuentas. De ahí en más todo se fue precipitando, con una de esas sinergias virtuosas que desdicen, cada tanto, aquello de que los argentinos nos calentamos (si nos calentamos) sólo por lo de uno, nunca por el bien común. No fue el caso: tan interconectadas están las redes sociales que basta con lanzar un guijarro para que horas más tarde una roca de considerable peso y tamaño empiece a rodar.

Había mucha gente con ganas de hacer algo. Se constituyó algo parecido a un “comité de crisis”, que se puso en acción. Se abrió una página de Facebook, se explicó cómo venía la mano, se escribió un modelo de petitorio para presentar en Cultura, se pidieron firmas para darle entidad al petitorio. Al día siguiente se abrió un segundo frente de ataque: el de Change.org, plataforma específica para elevar reclamos, que desde un primer momento reveló una llegada mayor que la del simple muro personal. El domingo 10 de agosto, Página publicó una nota que revelaba la gravedad de la cuestión. Fue la primera de muchas, publicadas en otros medios.

Conclusión: 2500 firmas en ocho días, incluyendo nombres de esos que valen doble. Con esas firmas y esos nombres, el martes 19 a media tarde se presentó por Mesa de Entradas del Ministerio de Cultura de la Ciudad un petitorio que emplaza a las autoridades a explicar, en un plazo máximo de diez días hábiles, qué, cómo, cuándo y por qué. El martes 2 de septiembre, a más tardar, las autoridades implicadas –el ministro de Cultura, el de Obras Públicas– deberán justificar por qué la Lugones perdió ya más de medio año de programación y va a perder medio año más; por qué se eligió para hacer las obras a una empresa que más tarde se impugnó por poco solvente; qué empresa las tiene a cargo ahora y con qué avales cuenta; cuándo piensan empezar las obras y cuándo terminarlas.

Viendo venir la bola de nieve, las autoridades reaccionaron, como aquel que ponía el dedo en el agujerito del dique, para que no desbordara. En declaraciones públicas que ante Página se había negado a hacer, el director del teatro y el ministro de Cultura manifestaron una primera y alarmante contradicción: uno le pone fecha a la finalización de las obras, el otro no. Como si jugaran en distintos equipos. Habrá que estar alertas, no sea cosa que se trate de una comedia de máscaras al estilo isabelino, de ésas que el San Martín presentó de a centenares a lo largo de su historia, y por falta de presupuesto cada vez hace menos.

En el teatro de Shakespeare & Co, la comedia va siempre de la mano de la conspiración. De ser así, jugamos con ventaja: sabemos que, de ser necesario, en una semana podemos volver a reunir un piso de dos mil firmas. Entre ellas las de muchos notables, de la Ciudad y del extranjero. Y nos sabemos dispuestos a defender una sala de ésas que más vale nadie ose tocar, porque se le puede complicar.

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