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Viernes, 5 de agosto de 2005

“GRISSINOPOLI”, DE DARIO DORIA Y LUIS CAMARDELLA

El destino en manos propias

El documental narra de manera ejemplar una de las tantas ocupaciones de fábricas y experiencias autogestionarias emprendidas por la clase obrera frente a la crisis de 2001.

Por H. B.

Narrar un proceso entero en sus aspectos más significativos, pero también en los más mínimos. Ponerlo en perspectiva y a la vez rescatarlo en toda su singularidad. Contarlo como si estuviera ocurriendo en presente y permitir que el espectador se relacione con sus protagonistas como si los conociera de toda la vida. Todas ésas son condiciones que distinguen a los documentales que de veras importan, y Grissinopoli es uno de ellos. Con sólo dos responsables cumpliendo varias funciones al mismo tiempo, esta película de Darío Doria y Luis Camardella narra una de las tantas ocupaciones de fábricas y experiencias autogestionarias emprendidas por sectores de la clase obrera, como respuesta frente a la crisis del 2001/2002 en la Argentina. Lo general y lo particular, lo público y lo privado, lo representativo y lo inefable, atados en 80 minutos de película: eso es Grissinopoli.
Dedicada a la fabricación de grisines y fundada a mediados de los ’60 por un inmigrante italiano, una década más tarde Grissinopoli se alineaba entre las líderes del rubro panadero. A comienzos de los ’90 (obsérvese la matemática con que el destino de la fábrica reproduce el de la macroeconomía en la Argentina), Grissinopoli se halla en manos de un grupo empresario más preocupado por la especulación financiera que por la producción. Como resultado de ello, a fines del 2001 la empresa adeuda un impagable millón de dólares, y llegan los pedidos de quiebra. Es en ese momento, con los directivos en fuga, que el personal, reducido a una veintena de empleados, decide –en sintonía con lo que en ese mismo momento ocurría en otras fábricas– tomar la planta e intentar llevarla adelante por sus propios medios. Allí, en junio de 2002, comienza la película dirigida, fotografiada y editada por Darío Doria, escrita por Luis Camardella y producida por ambos, recorriendo de ahí en más todo el proceso que termina llevando (en noviembre del mismo año) al dictamen de una ley histórica por parte de la Legislatura porteña. Cuál es el contenido de esa ley es algo que no conviene revelar, ya que las reglas que rigen para un film de ficción corren también para los buenos documentales.
Presentada durante el último año y medio en cuanto festival del rubro se celebrara en el mundo entero (y ganadora del Premio del Público en el de Lyon, que es uno de los más importantes), la cámara manejada por el propio Doria parece estar siempre donde tiene que estar y en el mejor momento, logrando planos y encuadres siempre expresivos, elocuentes. Esto es aplicable tanto a las reuniones del personal, proceso de producción y reuniones en la Legislatura, como a las conversaciones más privadas. Una en la que dos de los operarios toman conciencia sobre lo que podría llamarse sus “límites de clase” representa uno de los momentos más íntimos y conmovedores del cine argentino reciente. Así como la presunción de un legislador de centroderecha de entender a los obreros “porque en mi fábrica trato cotidianamente con ellos” se anota entre los más indignantemente graciosos.
“Esto no es un documental de protesta, no es una propaganda”, aclaran con propiedad sus responsables en la gacetilla de prensa de Grissinopoli. Esa es seguramente la razón de que el espectador llegue al final del recorrido no con la incómoda sensación de haber sido convertido en receptáculo de una tesis o bajada de línea política, sino con la mucho más humana, lúcida y estimulante de haber conocido a un grupo de conciudadanos (la negra Ivana, Norma Pintos, Dante Aguilera y una docena más) que tomaron el destino en sus manos y triunfaron en la lucha. Tal vez por eso, el rito de lágrimas y alegría que en el cierre de la película (¿podrá decirse de la aventura?) se celebra de un lado de la pantalla tiende a reproducirse también del otro lado. El lado del espectador, o de ese otro espectador que es el crítico.

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Perfiles de una lucha en la que, por una vez, los trabajadores salieron ganando.
 
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