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Domingo, 11 de marzo de 2007

ENTREVISTA CON MARIO MONICELLI, PREMIADO CON EL ASTOR DE ORO EN EL FESTIVAL INTERNACIONAL DE MAR DEL PLATA

“Soy de una generación que se formó contra el fascismo”

El director de clásicos emblemáticos de la edad de oro del cine italiano de comedia, como Los desconocidos de siempre, Los compañeros y La armada Brancaleone, habla de Vittorio Gassman, Ugo Tognazzi y Sofia Loren, y destaca la camaradería que primaba entre los directores de su época. Pero no se queda en los recuerdos. Vino también a presentar su nueva película, Las rosas del desierto, filmada a los 91 años en pleno Sahara.

 Por Alicia Rinaldi

No hay un nombre más representativo de la edad de oro del cine italiano de comedia que el de Mario Monicelli. Director y guionista emblemático de su generación, Monicelli es el autor de clásicos absolutos, como Los desconocidos de siempre y La armada Brancaleone, que se impusieron en todo el mundo –Argentina lo sabe bien, sus films aquí fueron inmensamente populares– con un estilo propio, que combinó el humanismo con la sátira y la ironía, en historias de personajes simples, perdedores, antihéroes. A los 91 años, Monicelli está en el 22 Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, donde el viernes recibió el Astor de Oro a su trayectoria y presentó su película número 66, Las rosas del desierto (filmada en pleno Sahara), en la misma muestra que en 1964 premió su obra maestra, Los compañeros. En aquella oportunidad no pudo estar, porque rodaba otra película, pero ahora vino a pagar esa vieja deuda con un público que siempre amó su cine. Su primera visita a la Argentina –precedida por una retrospectiva de trece películas en el Festival Internacional de Fajr, en Teherán, adonde viajó invitado especialmente por Abbas Kiarostami– incluirá también un par de actividades porteñas: mañana una charla pública en el teatro Coliseo y el martes la inauguración de una muestra-homenaje en la Sala Leopoldo Lugones del teatro San Martín (ver aparte).

–En su trayectoria de 66 películas dirigidas y otras tantas como guionista, tuvo éxito en el público y la crítica, ¿se siente un privilegiado de su generación?

–Pienso que sí, pero más bien fue toda mi generación la privilegiada, que ahora está casi desaparecida y yo soy un sobreviviente. En la inmediata posguerra, con la explosión del neorrealismo, se inventó una nueva forma de ver y de hacer cine; un milagro del cual se benefició mi generación.

–Pero además de ese “milagro”, ¿no había también mucho talento?

–Es verdad, pero era una generación que se había formado contra el fascismo, contra la dictadura, entonces cuando se produjo la gran liberación –la guerra perdida pero también la derrota del fascismo– estos jóvenes que habían aprendido el oficio encontraron una nueva manera de ver la vida y el cine. Con el neorrealismo se salió a las calles, a sitios públicos, a fotografiar y filmar los sentimientos, las relaciones humanas, lo que estaba sucediendo. Todo esto nos proyectó en los años ’40 y ’50 al mundo y todavía hoy permanece en el recuerdo. Había muy poca tecnología, pero sobre todo voluntad de salir y fotografiar la realidad tal cual era.

–Dirigió a todos los grandes, como Vittorio Gassman, Marcello Mastroianni, Anna Magnani, Alberto Sordi...

–Sí, pero con el neorrealismo a los actores los encontrábamos en la calle. Claro, Gassman no, porque venía del teatro y ya era importante, también la Magnani hacía teatro. Hablo de Mastroianni, la Loren, Tognazzi, eran todos jóvenes encontrados en las calles. La Mangano, la Lollobrigida, mismo la Loren, eran todas bellas muchachas, no eran actrices, y las contratamos para que trabajaran con nosotros.

–Si tuviera que elegir un actor y una actriz de esa época, ¿cuáles serían?

–Elegiría a Sordi, Tognazzi, la Mangano y a Lollobrigida.

–¿Prefiere a Lollobrigida antes que a Loren?

–La Loren fue una actriz importante para nosotros cuando hacía las comedias italianas, hacía de sí misma, de napolitana, pero luego en Estados Unidos se convirtió en una “star” norteamericana. Lollobrigida era más franca, salía a lugares públicos, hacía de todo, no se plantó como una diva del star system, además de que se hizo sola.

–Siempre recuerda con afecto a sus colegas directores, ¿cuáles eran sus amigos?

–Gillo Pontecorvo, pobrecito, murió hace tres o cuatro meses, era un muy querido amigo cuando aún no éramos directores y trabajábamos como asistentes. Ettore Scola es uno de los amigos que todavía frecuento, otro sobreviviente, cada tanto nos encontramos en un antiquísimo restaurante, Otello, donde nos juntábamos al comienzo de la carrera y donde van los últimos que quedan de la generación neorrealista. También está Francesco Rossi, un querido amigo y director que comenzó la carrera como asistente de Luchino Visconti; quedamos pocos de esa generación.

–¿Existe la amistad como institución que usted mostró en las dos sagas de Amigos míos en la Italia de hoy?

–Entre los que formamos parte de aquel ambiente del cine todavía tenemos el placer de encontrarnos, pero creo que eso se perdió en la actualidad. Nosotros éramos un grupo de 40 o 50 cineastas, entre directores, escritores y actores. Era un grupo muy unido, no teníamos celos, no había competencia, nos ayudábamos. Eramos muy felices juntos.

–¿Algo parecido al ambiente de La dolce vita de Fellini?

–Ehhhh, diría que sí y eso se perdió. No sé por qué entre los jóvenes actores y directores esto no existe; hacen todo solos, no piden ayuda a los amigos, sea por trabajo o sus actividades. Antes se hacían 200 películas al año y había trabajo para todos, entonces no había celos ni competencia. Ahora se hacen 60 u 80, usted entiende que un joven debe abrirse paso con dureza y la amistad es difícil.

–Tal vez en la actualidad falta tiempo para encontrarse con los amigos...

–Esto es algo que sucede en toda Europa, no sólo en Italia: hay un barbarismo, estamos en el crepúsculo de una gran época que, creo, está desapareciendo y no está naciendo otra. Estamos en medio de la oscuridad, no hay más amistad, no hay más lealtad, todos pueden recurrir a lo peor para hacerse ver, al menos en Occidente. Está desapareciendo esta gran civilización que nació después de la Edad Media, que ahora retrocede y de la que nacerá una nueva, quién sabe cuándo y qué. En cambio, el nuevo mundo son ustedes, toda América del Sur, es de allí que viene el cambio, espero, lo deseo.

–¿Qué opina del cine italiano actual?

–Es un momento en el cual faltan inversores, falta la industria del cine, que es muy costosa, entonces se necesitan capitales, la industria es muy débil. En la posguerra hubo una industria bastante desarrollada que filmaba 200, 250 películas. El entrenamiento para los directores, actores y guionistas ya casi no existe más, entonces la cosa se hizo más difícil para los jóvenes que quieren expresarse a través de esta forma de arte. Los talentos siempre asoman cuando hay mucha posibilidad de trabajar.

–Entre la nueva generación de cineastas, ¿hay talentos?

–Sí, por ejemplo, Giuseppe Tornatore, Paolo Sorrentino, Marco Tullio Giordana o Matteo Garrone; hay tres o cuatro que son buenos y trabajan en Italia. Tal vez haya otros, pero aún no tuvieron la ocasión de hacer un largometraje, de hacerse conocer. El cine argentino está ahora haciéndose muy importante, está dando vueltas por el mundo. En Italia comienza a ser conocido y a ser muy apreciado. En los últimos años vi dos películas que estaban bien hechas, con una calidad óptima, excelente, internacional: Garage Olimpo, de Marco Becchis, y también una de Daniel Burman.

–¿Cómo fue la experiencia de filmar Las rosas del desierto en pleno Sahara, en Túnez?

–Muy dura por varias razones. Primero porque era en un clima muy caluroso al cual no estamos acostumbrados, había dificultades de adaptación: el moverse en un terreno desconocido, de arenas, el traslado diario que recorríamos en transportes que, a veces, quedaban empantanados... También durante la noche había viento y desaparecían las dunas. Después había que encontrar otras. El tema alimentario, el agua para beber, la cuestión del idioma con los tunecinos, hablábamos francés y así nos entendíamos con ellos, que hablan árabe; también a veces querían hacer huelga porque la productora no les pagaba. Finalmente lo logré con mucho cansancio, con un equipo sólido y actores como Michele Placido y Giorgio Pasotti. Espero que haya valido la pena. En principio, en Italia anduvo bien y ojalá que ahora dé vueltas por el mundo.

–Esta película transcurre durante la aventura militar de Mussolini en Libia y en La Gran Guerra usted contó la historia de dos antihéroes en la Primera Guerra Mundial. Usted vivió esa experiencia combatiendo en los Balcanes, ¿no?

–Dos veces viví la guerra. En la primera era un niño de tres años cuando finalizó. Después, fui soldado en el ejército fascista en los Balcanes, esperando que Italia y Alemania perdieran. Tenía miedo de ganar la guerra, porque estaba con los comunistas de Rusia. La guerra es injusta y siempre es Occidente que la provoca: la va a llevar al mundo árabe por la fuerza, con sangre, sin piedad, con violencia.

–¿Se retira con Las rosas del desierto?

–Por el momento no tengo un proyecto concreto. Francamente, a mi edad es arriesgado para un productor o empresario que ponga su dinero para que yo dirija. Debo tener un proyecto muy sólido, que valga la pena, y algo para decir, de lo contrario puedo quedarme en Roma. Quiero inscribirme en el Conservatorio de Música.

–¿Tanto le gusta la música?

–Me gusta mucho y la conozco un poco, pero no bastante; por eso quiero ir a estudiar y asistir a clases para comprender mejor y estar con los jóvenes que estudian y no tanto entre los viejos... (risas).

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Premiado en Mar del Plata, Monicelli también conocerá a partir de mañana la efusividad del público porteño.
 
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