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Viernes, 18 de enero de 2008

INTIMIDAD Y CUIDADOS PERSONALES DE UNA CHICA PLAYBOY

“Soy mi propia empresita”

Lola Hunkeler, modelo y actriz, revela la trastienda del armado de una starlet local, con los nuevos parámetros para “lo sexy”.

 Por Julián Gorodischer

Desde Mar del Plata

Una conejita siempre reclama el lugar más alto en la división de castas para starlets marplatenses. Decir “soy fina” es una proclama que marca la diferencia y una creencia que da sentido a la vida. La frente alta, en una caminata por la pasarela (en la Arena Beach, al sur del faro), la separa de las llamadas gatitas de los boliches de la avenida Constitución, muy distintas, a su vez, de los caratulados gatos. Las gatitas son presentadas por el locutor de una discoteca como bailarinas profesionales dotadas de técnica y talento; los gatos nunca se asumen como tales, y son denunciados por los chimenteros o las segundas vedettes con el tonito de la desacreditación profesional y personal. Entre toda esa fauna, la conejita, auspiciada por la firma Playboy, elegida al azar para exhibir la preparación de la fotogenia, o (aquí) de la pasada por la tarima, ha fundado (como explica Lola Hunkeler, la mencionada señorita) una industria de sí misma. “Soy una empresita”, podrá decir para justificar la gimnasia y la depilación indispensables para posar (ella fue playmate de octubre de 2007).

A Lola, una tarde de mediados de enero, le toca mirar el desfile de sus colegas más actuales, las siete que serán votadas por la masa que se agolpa bajo la pasarela al grito de Pelá... para posar en la portada de marzo. Hanna, la que en minutos se llevará el voto del público por ser la que más cerca quedó del desnudo total, podría sentir como una molestia o una interferencia el cuestionario a cargo del cronista, sobre privacidad, afeites personales y estilo de vida cuando lo que está en juego es su status en el desfile. Hubo un intento de que fuera ella la protagonista, pero apenas alcanza a contestar que su favorita entre las playgirls locales es la tapa de la Playboy local con Sabrina Rojas, por “su atractivo como mujer”. Lola, en cambio, es la alternativa: conversa pausadamente junto a la pileta, posa como la última vez e ilumina la trastienda de la chica Playboy actual, como en una cruzada contra la rubia sajona clásica, favorita del capo Hugh Heffner y a favor de la rasgada o la morena natural, por fuera de la tiranía de la mulata tradicional y, otra vez, exaltando el desnudo fino como reivindicación tardía. “Mi producción fue finísima –sigue Lola, la conejita–, a cargo de Nora Lezano y Sebastián Arpesella. Para mí el sentido de la luz, de la estética, del cuerpo que tienen ellos es impecable, un placer para laburar”. La neo conejita dedica el tiempo de una entrevista a hacer mención a sus problemas; admite el implante de silicona con la naturalidad de la que adhiere al gusto de la época (siempre y cuando respete el límite de 94, el propio), y explica que es una cosa o la otra y las virtudes de un cuerpo sexy nunca vienen en número par. “No tiene silicona la que viene bien de atrás.”

–No tengo problemas con las caderas –se señala Lola Hunkeler–, pero no tengo una cintura como Thalía. Siempre supe que no haría nada de piernas abiertas, nada pornográfico. Yo creo que si te desnudás lo hacés para Playboy y, si no, no te desnudes. Se pueden hacer cosas sin llegar a hacer desnudos en otras revistas, o en otro canal, pero no te desnudes. Nora maneja menos photoshop, menos fotos tiradas sin sentido. Fue tan bueno el resultado que lo pidieron de la Playboy de Serbia y Montenegro.

La reacción contra las piernas abiertas es símbolo irrenunciable, o lucha por el control de la interpretación y la lectura (de epígrafes). En la restricción de Lola se libra una batalla que, por ahora, siempre la vio como vencedora. “No haría una pose como (la cantante) Emme con las piernas abiertas –señala–. Abrir las piernas se puede leer desde muchos lugares, y puede incitar a que entren a conocer tu mundo, pero más todavía no es necesario. Yo, de piernas cerradas y completamente estirada.” ¡Esto es un trabajo!, le gustaría demostrar a todos aquellos que desestiman el ser modelo, a quienes la miran con desconfianza por posar en las vidrieras de las revistas, los que podrían clasificarla como frívola. Y enumera: “Clases de baile, gimnasio tres o cuatro veces por semana, salir a correr; me traje a mi personal trainer, infaltable”. Para llevárselo a la costa y financiarle la estadía, ¿cuánto tiene que ganar? “Mi amor, la vida es voucher, yo soy la chica canje”, sintetiza.

–¿Y eso qué implica?

–Los pongo en el programa del teatro, los nombro y meto los teléfonos de mi gente en las notas que me hacen, y además está el boca a boca. Cuando te ven divina querés que te agarre el pelo el que me lo agarra a mí.

En los ratos libres que le deja la participación en la comedia Trampas, donde hace de amante de un tipo que, claro, en algún momento se cruza con la esposa, sigue dedicada a la tarea excluyente de su armado personal. ¿A saber? “Yo no tengo problema porque casi no tengo pelos, soy prácticamente lampiña. Me gusta una cosa muy sutil, un pelo rapadito ahí; no es necesario hacerse un conejito ni nada por el estilo. Una cosa es lo que el hombre quiere ver y lo que consume en la revista. El tipo se fija en la estética, quiere que esté todo cuidado, se fija en la uña, en la piel, en el pelo, no solamente en el desnudo.” ¿Es la influencia de la prevalencia metrosexual en los varones la que moldea esta inclinación hacia el consumo preciosista de publicaciones y programas de contenido sexual light? “Yo me he encontrado personas que están atentas a los pies”, resume la diva de este día.

“Tengo mis uñas naturales y las gomas operadas –sigue, imparable–. Pero después tengo todo natural. La que tiene esa cola pomposa puede no operarse. Pero el argentino es muy teta, ve un par de tetas y se vuelve loco. ¿Conoce usted de medidas de silicona? No tiene nada que ver con las medidas físicas, yo tengo 94, y un tamaño grande.” ¿Sobre la piel de una conejita? “Bronceada lo justo con mucho protector, ir tostándose de a poco, con ese sol que te maquilla, para evitar una piel reseca o arrebatada por el sol. Una camita solar por semana o cremas autobronceantes, que recomiendo especialmente” (donde entra en acción la chica voucher).

Y otra vez se entrega a la obsesión de toda conejita destacada de Mar del Plata, cuando dice sin temor a parecer un tanto recursiva: “Yo soy alemana; he visto muchas playmates de otros países y son finísimas. Pero la latina muestra los curvones, y va en nosotras las mujeres empezar a marcar una diferencia”. En la era del photoshop, Lola Hunkeler reconoce el “tratamiento especial” que recibe la más homogénea de las pieles, la más turgente de las delanteras de una conejita. “Te maquillan la piel con photoshop –dice–, porque hay una diferencia hasta de texturas que hay que saber disimular”, dice. Pero con la intervención digital no alcanza y para eso hay que querer y poder gastar. “Hay polvos especiales, que pueden o no ser satinados. La única persona que me toca es Juan Manuel, pero no tengo problemas con mi cuerpo. Durante la producción, en un restaurante de San Telmo, estaban todos los tipos, y yo parada arriba de la barra. A mí no me gusta el pajero.”

–Igualmente los dejó mirar...

–A los tipos que están trabajando, ¿por qué no darles ese placer?

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Hunkeler se inclina por los contenidos sexuales “light”.
 
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