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Martes, 12 de mayo de 2015

FERIA DEL LIBRO › OPINIóN

La misma, la diferente

 Por Daniel Divinsky *

A alguno de los colegas visitantes del extranjero a la Feria del Libro le dije que en la Rural ahora, en el Predio Municipal de Exposiciones antes, había un freezer donde me guardaban al terminar la de cada año y me sacaban y descongelaban para la Feria siguiente. Porque más allá de que la actividad de un editor se desarrolla durante los doce meses, los veintitantos días de la Feria son los únicos de su exposición pública. Allí uno ve a los lectores de carne y hueso, está en contacto con sus autores casi cotidianamente o, al menos, cuando presentan sus libros o van a autografiarlos al stand y, créase o no, cuando se trata de editores con tantas décadas en el oficio como los editores de De la Flor, hasta se reencuentra con emoción con títulos publicados hace mucho, que casi había olvidado, y que aparecen como zombies, pero mucho más vivos.

Si, como se dijo, los médicos entierran sus errores y los abogados los van a visitar a la cárcel, los editores los encuentran en las mesas de saldos de sus stands de la Feria. Aunque no es legítimo considerarlos errores propiamente: en el caso de los libros que se decidió publicar con justas razones y no se vendieron, uno puede pensar que el que se equivocó es el público... Ya escribí alguna vez sobre la sensación de hastío con la que ingreso por primera vez a los pabellones antes del comienzo de cada Feria, sensación que será reemplazada tres semanas después, por una irremediable nostalgia cuando suenen los aplausos con los que marcamos el final, antes de empezar a desarmar febrilmente los stands. Lo que pasa entre tanto es la verdad, verdad.

Lo nuevo de los tres últimos años, un verdadero acierto, es la elección de una ciudad como invitada de honor de la Feria, siguiendo el ejemplo de las de Frankfurt y Guadalajara –donde hay país invitado– y del Salon du Livre de París, que también agasaja a una ciudad. Amsterdam primero, San Pablo en 2014, y la Ciudad de México esta vez, tuvieron una presencia de diversa sonoridad (la brasileña, sin duda, la más ruidosa) que permite acercarse, aunque sea por las tapas –literalmente– a literaturas menos frecuentadas. Cada ciudad aporta la visita de escritores que conquistan o intentan conquistar nuevas audiencias: todo lo que amplíe el espectro de interés de la gente sirve. Para la próxima se anunció que será Santiago de Compostela, lo que seguramente permitirá comprobar que lo de los gallegos no es ningún chiste. Cuando estudiaba Derecho, me enseñaron en Economía Política una “ley de Gresham” según la cual –cito de (mala) memoria– la “moneda mala terminaba desplazando a la moneda buena”. En sus orígenes aludía a que las monedas de metal valioso que estaban disminuidas por el desgaste circulaban más velozmente porque la gente prefería desprenderse de ellas primero. Corríjanme los especialistas.

Si se trasladara esa ley a los autores de libros y su circulación en la Feria, deberíamos admitir tristemente que las Bonelli y los “autoayudadores” desplazarán en el mediano plazo a los Borges, Rulfo o Quino. Felizmente, la realidad demuestra que pueden coexistir con la misma velocidad de circulación: nunca hubo en el stand de De la Flor una cola tan larga como la que se formó el sábado pasado esperando la firma de Quino. No todo está perdido.

* Editor.

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