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Domingo, 22 de junio de 2008

MUSICA › EL PERCUSIONISTA ALEJANDRO OLIVA SE LARGA A BATIR EL PARCHE

“Rescato lo mántrico y lo ancestral”

Tocó, entre otros, con Jorge Cumbo, Raúl Barboza, Teresa Parodi, Pedro Aznar y Leda Valladares. Y a partir de hoy presenta en vivo su segundo CD solista, Canciones de llanura, un disco que no es de folklore surero, pero respira su ambiente y sus raíces populares.

 Por Cristian Vitale

Es cierto: las canciones de Alejandro Oliva no cuentan historias; son, por contrario, pequeñas secuencias que pasan y se van. El, inquieto percusionista, las compara con esas bandas errantes que llegan al pueblo, tocan y pasan a otro. “Si la escuchaste, la escuchaste”, dice, calmo, en un bar de San Juan y Entre Ríos. Singular intención que se desprende, nítida, de su segundo disco solista: Canciones de llanura, un fresco que pinta en trece composiciones espontáneos estados del alma: frases cortas y bellas, con músicas minimales, casi en monocolor. “Hay una intención que tiene que ver con rescatar lo mántrico, lo rítmico y lo esencial, trabajar a partir de pocos elementos. No es que tengo una melodía, después le pongo una armonía y después un ritmo, sino que hay una unidad muy pequeña que da un mantra. Incluso, ciertos temas tienen un solo acorde”, sigue.

Rápida manera de entrarle a un militante de la percusión que, además de ser uno de los directores de La Bomba de Tiempo (el fenómeno colectivo-percusivo de los últimos tiempos) lleva años de tocar, incorporar y enseñar. En su haber pasado figuran Jorge Cumbo, Raúl Barboza, Teresa Parodi, Pedro Aznar y Leda Valladares, entre otros. En su presente, además de la bomba, están el Chango Spasiuk, un taller propio que forma cien alumnos y este –buen– trabajo que presentará entre hoy y el 13 de julio en No Avestruz (Humboldt 1857). Un disco que no es de folklore surero pero respira su ambiente. “Por un lado, tuve la pretensión de una música llana, simple y directa. Que suene a cosa sencilla, por más que algunos temas sean con muchas polirritmias. Y por otro, la llanura para mí es el lugar de la tranquilidad, del pensamiento y del fluir. Del anhelo de lo que se perdió... de una naturaleza que ya no está. Es como mi refugio real o virtual; irse al campo un par de días, mirar y no ver nada. Es el lugar que me gusta habitar y no está: el lugar del deseo”, traduce a palabras lo que sugieren sus canciones.

“Me gusta la idea de una frase que connote más de lo que define: ‘A la madrugada canta el gallo cantor / él ni sabe que te vas’ (Gallo) esto libera una asociación mutua en mí y en quien escucha”, explaya. Oliva –multiinstrumentista, además– trabaja en ensambles de percusión desde 1994, cuando el género aún era cosa rara en Argentina. Es un músico clave de esa camada que, dado el flujo de información y el achique global, viró hacia formas musicales poco exploradas, que recién hoy configuran algo parecido a un fenómeno. Autoasumido: “Yo era un pibe que tocaba la guitarra en bandas de rock... no me interesaba la percusión en absoluto hasta que un día llegó el click: Tom Zé, Arnaldo Antúnez, un montón de músicas que no había escuchado por falta de acceso, una música vedada que hoy es un legado visible. Igual, a los percusionistas de nuestra generación nos falta un poco eso”.

–¿Todavía?

–Sí. Yo creo que el percusionista en Buenos Aires es un ser de una existencia errática, que está en una búsqueda permanente. Me acuerdo de que en una época quise ser brasileño, en otra uruguayo, en otra santiagueño hasta que dije “bueno, cortémosla con estas pelotudes... yo soy yo y hago esto”. Nos pasa así porque el género es algo que no nos está dado, como en el caso de los brasileños. Ellos no tienen ese conflicto, no les importa. Al uruguayo, tampoco. En cambio, la percusión en la Argentina, salvo en el Norte, es una percusión del hombre solo.

–De ahí que La Bomba de Tiempo haya sorprendido en términos de revalorización de lo colectivo.

–Por eso la improvisación que proponemos. No es que tenemos una música dada que uno puede tomar o desarrollar... no sé, yo estoy tan cerca de Santiago del Estero como de Montevideo, ¿por qué voy a tocar chacarera? Me siento una especie de coctelera. Además, la percusión está vinculada a una cosa más ancestral y popular, que siempre fue de alguna manera denostada. Incluso, desde la admiración hay un toque racista onda “qué bien que toca percusión el negro”, cuando nadie va a decir “qué buen director de orquesta el negro”.

–El tabú del cuerpo, tan judeocristiano...

–Siempre. Pero me parece que los pibes jóvenes no tienen eso. Creo que radica en un proceso histórico nacional y latinoamericano, estamos en un proceso histórico increíble de cambios y revalorizaciones. Esto no es ajeno al florecimiento de la percusión.

Oliva, que se tomó más de un año para grabar el disco en su casa, incluyó una bella canción de Mateo (“Qué macana”) que registra la voz original del uruguayo en medio de variopintos instrumentos: hang, udu, termo, cajón o pandero. También le dio un tratamiento similar a “London, London”, de Caetano Veloso, y a “Por ejemplo”, de Fernando Cabrera. Todos sujetos, además, a la idea de llanura. “Intenté que las canciones no suenen igual siempre. Es como cuando te instalás en una llanura: empiezan a aparecer otros sonidos, animales que cruzan, una hondonada que no viste. La llanura parece siempre lo mismo, pero no lo es.”

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“La percusión en Argentina, salvo en el Norte, es una percusión del hombre solo”, reflexiona Oliva.
Imagen: Jorge Larrosa
 
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