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Miércoles, 16 de julio de 2008

MUSICA › ENTREVISTA A LA CANTANTE Y COMPOSITORA LIZZ WRIGHT

“No estoy hecha para ser una estrella”

Su tercer disco, The Orchard, la confirmó como una artista notable. Pero se ataja: “No puedo dejar que me maneje el negocio”, dice.

 Por Roque Casciero

Hay algo en la voz de Lizz Wright que hace sentir al oyente como en casa, como en ese refugio del que habla en “Coming Home”, la canción que abre el reciente The Orchard. Su registro grave, que puede malear hasta notas bastante altas sin perder honestidad ni calidez, le ha hecho ganar un lugar entre las cantantes y compositoras surgidas de un entorno jazzero, pero con influencias variopintas entre las que están el rhythm and blues, el soul, el blues y una pizca de rock. En este tercer álbum, en el que colaboran los Calexico, la artista de Georgia se anima y gana con versiones de Led Zeppelin, Ike & Tina Turner y Patsy Cline, a las que integra tan bien a su repertorio que hasta podrían pasar como composiciones propias. “Amo las buenas historias y las buenas canciones”, asegura Wright, de 28 años, en conversación telefónica con Páginai12. “Por fortuna, hay buenas canciones en muchos géneros y yo busco en ellos como narradora e intérprete, hasta que algo me toca y me hace reaccionar. El modo en que luego lo experimentará cada oyente no puede limitarme: si no me permito a mí misma ser libre y reaccionar ante lo que me toca, no voy a crear nada auténtico y nuevo. Sí, soy afroamericana, soy del sur y bla bla bla, pero como alma esto me está hablando, y voy a adoptarlo, incluso antes de entender por qué. A veces las razones llegan después; eso es lo que amo de la música.”

La cantante creció en Hagira, un pueblito de Georgia, en una casa en la que su padre, un predicador pentecostal, marcaba los límites con mano muy firme. La pequeña Lizz, por ejemplo, sólo escuchaba música en la radio cuando los padres iban a la iglesia. “Eramos una familia muy feliz la mayor parte del tiempo, pero mi padre era muy estricto y la casa era muy silenciosa”, recuerda. “A él no le gustaba la música fuerte de ningún tipo, incluso la gospel. Cuando éramos chicos trabajábamos mucho: cuando volvíamos de la escuela, arreglábamos el jardín, colgábamos la ropa al sol, porque no teníamos secadora... Mi padre no quería tener una porque pensaba que nos iba a hacer holgazanes. Además mi padre era militar, así que a veces llevaba las cosas demasiado lejos.”

–¡Encima militar!

–Claro, militar y predicador, que Dios me ayude, ¿no? Pero era interesante. Para cualquier chico su mundo es lo normal, encuentra lo que quiere explorar y descubrir dentro de los límites que le ponen. Una de las cosas en las que tenía libertad era el mundo espiritual, estar involucrada en la iglesia, así que aprender sobre la dinámica de la comunión (un canto colectivo propio del gospel) y el compañerismo de servir en público se convirtió en parte de mi vida desde el principio. Para mí era lo normal y lo amaba porque era un lugar en donde mis padres no me restringían para nada. A los seis años cantaba en la iglesia y la gente me respondía cantando como si fuera parte de un solo cuerpo. Nunca pensé en ellos como mentes u opiniones individuales, sino como en una extensión de mi familia.

–¿Cómo descubrió que había más música que podría interesarle?

–Siempre supe que existía porque mis dos hermanos y yo fuimos a escuelas públicas. Mis amigos me hacían escuchar otras cosas y además a mis padres no les molestaba que me involucrara en la música coral. En los coros aprendí mucho sobre la técnica del canto, tuve dos muy buenos maestros en la secundaria. Me hacía amiga de todo el mundo y a través de mis amigos me di cuenta de que mi vida no era de lo más normal, que era muy restringida, pero igual tenía mucha libertad en el mundo en el que vivía. Mi padre me dejó armar algunos sermones cuando supe cómo hacerlo y yo lo tomaba con mucha responsabilidad. Como dije, vivía en un mundo muy diferente pero era lo único que tenía, por eso para mí tenía sentido.

–Esa casa silenciosa y el canto en la iglesia, ¿tienen que ver con el modo en el que se expresa como artista?

–Sí, es probable. El rol que yo tenía en la iglesia era guiar a todos en una adoración, de eso se trata la comunión: es algo muy íntimo pero también compartido. Y todavía lo llevo adentro, pienso en todos los de la congregación como una parte de mí, no me veo separada de ellos. Por eso en la primera o en la segunda canción de cada concierto estoy recordando que estamos conectados y haciéndole saber al público que también tengo una conexión con cada uno, así que verdaderamente podemos tener una experiencia colectiva. No quiero ser vista solo como una entertainer, aunque lo sea, sino que quiero que todos entiendan que son parte de lo que sucede en el lugar durante el concierto, que todos se permitan sentir. Y todo eso viene de la iglesia.

–Antes de lanzarse a grabar discos, usted pasó por varias escuelas de música y entrenamientos vocales.

–Sí, porque cuando me presentaron en el sello Verve ellos pudieron ver algunas de las cosas que yo había aprendido en la iglesia, pero pensaron que necesitaba tiempo para desarrollarme, lo cual probablemente era cierto. Necesitaba una transición para convertirme en una artista contemporánea. También tenía un manager que pensó que necesitaba estar expuesta a más cosas. Así que por un período fui a una coach vocal y fui a Nueva York por primera vez a ver conciertos y luego a estudiar en Vancouver. Fue un tiempo en que todo lo que hice fue estudiar música y mejorar mi voz. Fue un buen momento en el que mi entrenamiento clásico se integró con mi aprecio por el gospel y mi fascinación por el jazz; fue entonces cuando todo encajó.

–¿Cómo eligió los covers que hace en The Orchard? Porque va desde el hard rock de Led Zeppelin al country de Patsy Cline.

–Tengo la bendición de estar acompañada por músicos que constantemente me muestran cosas maravillosas. Muchas de las recomendaciones para los covers vinieron de los amigos con los que estaba trabajando, Craig Street y Toshi Reagon. El cover de “Thank you” de Led Zepelin lo sugirió Toshi porque es fanática de la banda desde hace años. No sabía demasiado sobre Zeppelin, hice la canción porque ella me la cantó a mí con una guitarra y sentí que tenía que hacerla. La canción de Ike y Tina Turner fue porque ellos estuvieron en mi vida en este período, ya que vi un documental llamado Souls to Soul, en el que se muestra una de las primeras performances de Tina con Ike, y me quedé con la boca abierta. A las dos semanas Craig Street me hizo escuchar la versión original de “Idolize” y la voz de Tina sonaba como la de las mujeres de la iglesia, por eso la hice. “Strange”, la de Patsy Cline, fue la única que salió de mí, en cierto sentido. Cuando fui con Craig Street a Tucson, Arizona, para grabar con los muchachos de Calexico, lo primero que escuché cuando salimos del aeropuerto fue a Patsy Cline, porque Craig había llevado unos discos. Y amé esa experiencia con Patsy Cline como banda sonora: bajamos las ventanillas y olía los cactus, los árboles floreciendo, era muy hermoso. Debido a eso, Patsy se me convirtió en la voz del desierto, porque nunca había estado ahí.

–A menudo se la compara con artistas como Norah Jones o Cassandra Wilson. ¿Siente alguna cercanía respecto a ellas?

–Estoy segura de que compartimos algunas vagas ideas sobre la música y eso aparece tanto en nuestra obra como en el modo en que nos presenta el marketing. También es probable que compartamos parte del público. Pero no pienso demasiado en eso, aunque ciertamente las aprecio como artistas. Y no creo que ellas tampoco piensen en eso.

–¿Cómo se lleva con el marketing y el negocio de la música?

–No es algo que me fascine (risas). Lo importante para mí es recordar lo que sé hacer mejor, que es estar cerca de la gente. Para mí es natural conectar con la gente de un modo muy mundano, no estoy hecha para ser estrella, eso me parece muy tedioso y no me interesa. Hace poco tomé la responsabilidad de que la gente con la que trabajo se dé cuenta de eso, porque quiero ser yo misma y que la industria facilite la verdad sobre quién soy, porque eso es lo que puedo sostener. No puedo negar quién soy y no quiero morirme por dentro tratando de simular otra cosa, por eso tengo que estar involucrada, no puedo dejar que me maneje el negocio. A veces las compañías presentan a su modo a los artistas, sin darse cuenta de que éstos tienen algo que realmente funciona, por eso creo que es cuestión de los artistas estar involucrados en todos los aspectos.

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“Cada canción es una experiencia colectiva”, sostiene Wright, hija de un predicador.
 
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