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Domingo, 19 de octubre de 2008

MUSICA › ENTREVISTA CON GERARDO KLEINBURG, DIRECTOR DEL FESTIVAL CERVANTINO

“Esto funciona, lo cual no es poco”

El director del evento de Guanajuato dice que le gustaría tener a la Argentina como “invitado de honor en 2010” y recorre los criterios para una programación que se caracteriza por la calidad y la heterogeneidad de los artistas.

 Por Diego Fischerman

Desde Guanajuato

El cielo amenaza tormenta. Es el día en que Ely Guerra actuará al aire libre, en la Plaza de la Alhóndiga, y Gerardo Kleinburg, el director del festival cervantino, bioquímico, ex crítico de música y antiguo director de la Opera Nacional, especula acerca de por quiénes vale la pena mojarse y por quiénes no. “Por Tom Waits –dice—. Y por Madonna, claro. Debería ser por algo único.” El dilema, de todas maneras, no llega a mayores: la tormenta desaparece del horizonte con la misma velocidad con la que se había asomado y Ely Guerra actúa, finalmente, con una deslumbrante luna llena como escenografía. “Este es un festival donde caben ella y Jordi Savall, Calixto Bieito y una selección de la música contemporánea como la que se vio en el Teatro Juárez, con Scodanibbio, Stockhausen, Ottaviu-cci y Svoboda, y la Manon Lescaut, que hacía muchos años que no se veía en México, y Café Tacvba y la Orestíada del Deutches Theater –dice–. Y no sólo caben; son quienes le dan su sello.” Es posible que en la apertura de la programación del festival pese mucho la suya propia, pero Kleinburg rescata, con modestia, la tradición.

–Tomar en sus manos un festival con más de treinta años de historia significa hacerse cargo de una carga genética y, al mismo tiempo, pensar qué es lo que se quiere hacer con ella. ¿Cómo es su relación con ambos aspectos de la dirección del Cervantino?

–El Cervantino me traía mucho de lo yo admiraba o intuía que podía admirar, y hoy podría decir que soy su director gracias a lo que el Cervantino hizo de mí. Es un festival que, en principio, funciona, lo que no es poco. Que está razonablemente bien organizado para un país como los nuestros, solventísimo en el área técnica y con un gran prestigio. Muchas veces, aun con las incertidumbres y heterodoxias administrativas y contractuales de nuestro país.

–¿Cuál es la relación que el festival establece con el país invitado?

–La programación se discute y se acuerda en conjunto. En cuanto al financiamiento, es como la invitación a cenar a un buen amigo. Si tú invitas a un desconocido todo es muy protocolar, muy formal. Tú recibes, tú decides. Piensas un poco cómo satisfacerlo. Cuando viene un amigo cercano, acuerdas muchas cosas, compartes. Pues tráete el vino, y a quién otro invitamos, y quién trae el postre. Y el país invitado debe mostrar interés, además de generarlo. Las colaboraciones dependen mucho de quiénes son los invitados y, también, de cuál es su poder económico.

–¿Ese es el motivo de que, hasta ahora, no haya habido países latinoamericanos como invitados de honor?

–Hay una combinación de motivos, pero lo cierto es que es una deuda pendiente que a mí me gustaría saldar. Es, hasta ahora, una gran omisión y no estoy adjudicando responsabilidad a mis antecesores sino, más bien, a los países latinoamericanos, que no suelen apoyar a sus artistas como lo hacen los europeos y asiáticos. Espero poder remediar esa omisión. Y no oculto que me encantaría que pudiera lograrse que la Argentina fuera nuestro invitado de honor en 2010, el año del bicentenario de nuestras independencias. Las efemérides no sirven para mucho, pero pueden ser un pretexto inmejorable para lograr algunos objetivos. La Argentina, desde ya, tiene todo como para ser un invitado de lujo, por la cantidad y calidad de sus propuestas artísticas y por la personalísima admiración que tengo por ella. Como muy pocos países de Latinoamérica es capaz de ofrecer un repertorio vasto, diverso y completo: hay un teatro excelente; hay músicos como Saluzzi, que me encanta; está Veronese; hay puestistas de ópera como Marcelo Lombardero, con quien hemos colaborado en esta Manon y que es uno de los artistas más sobresalientes del momento; está José Cura; está Gerardo Gandini y, claro, aunque sea un sueño lejano, están Martha Argerich y Daniel Barenboim. Se han comenzado las conversaciones y ojalá las podamos llevar a buen puerto.

–En la programación del Cervantino la ópera ha tenido siempre un lugar importante y tanto desde el festival como desde la Opera Nacional ha habido ya numerosas colaboraciones con el Teatro Colón. Dado el bicentenario compartido y el manifiesto interés de México por la producción de ese teatro, ¿hay ya planes que lo involucren o conversaciones con las actuales autoridades del Colón?

–No me corresponde a mí juzgar lo que sucede en otro país, más allá de la opinión personal que me merezca el hecho de que un proceso a mi juicio importante quedara trunco. Creo que la gira que el Colón completo realizó el año pasado a Ciudad de México, donde montó una Turandot memorable, fue un hito para nosotros y debió haberlo sido para la Argentina. Antes habían llegado El barbero de Sevilla, de Rossini, y Diálogo de Carmelitas, de Saint-Säens. Y mucho antes el Sansón y Dalila con puesta de Beni Montressor, que en el Palacio de Bellas Artes cantó Plácido Domingo y que fue producido por el Colón. Todo eso se ha cortado de cuajo. De todas maneras, y allende las opiniones personales, que pueden pecar de desinformación, lo que sí puedo decir es que no hay ningún plan conjunto y que no ha habido la posibilidad de ningún diálogo con las autoridades actuales, lo que es una verdadera pérdida.

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Kleinburg quiere saldar la deuda con la presencia latinoamericana.
 
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