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Domingo, 19 de octubre de 2008

LITERATURA › EL LIBRO COMO PUENTE DE COMUNICACION, EN EL CONGRESO ARGENTINO DE CULTURA

Sobre el irrepetible encanto de leer

La mesa que integraron en San Miguel de Tucumán Horacio González, Juan Sasturain, Elba Rosa Amado y Martín Cáneva fue desde la importancia de igualar el acceso al libro hasta el estado actual del lenguaje de los argentinos.

 Por Silvina Friera

Desde San Miguel de Tucumán

Aunque se hizo rogar un poco, el sol llegó por fin a Tucumán. “¡Qué lindo teatro, qué hermoso lugar!, nunca estuve en un escenario tan intimidante”, dijo Juan Sasturain en el impresionante teatro Alberdi, durante la tercera jornada del Congreso Argentino de Cultura. “Me siento un colado con cierto currículum dado por el trabajo”, confesó el escritor y periodista, quien optó por recordar el papel que tuvieron las bibliotecas en su formación como lector, en la mesa Lecturas y bibliotecas en la sociedad de la información, en la que participaron también Horacio González, Elba Rosa Amado y Martín Cáneva. “Hay dos tipos de tontos: los que prestan los libros y los que los devuelven; entre prestador y devolvedor soy un tonto al cuadrado”, bromeó. El público se reconoció en la tipificación propuesta por Sasturain, quien comentó que aprendió a ser tonto en la biblioteca pública de Coronel Dorrego. Entre el toma y daca de libros, el escritor y conductor de Ver para leer aseguró que “leer en la Biblioteca es como hacer circular el mate”.

Amado, profesora en letras, docente e investigadora, se explayó sobre la cruzada del Plan Nacional de Lectura. La profesora y especialista en promoción del libro y la lectura optó por leer varios testimonios de niños marginales, como el de Dalma, de la provincia de Córdoba: “Mi papá recoge libros de los contenedores y me los trae”. Amado compartió una preocupación sin duda heredada de la dictadura militar: el Ejército repartió libros destinados a la biblioteca de la escuela rural Andrés Ferreyra. “Concebimos la lectura como el encuentro con los otros, como el atajo de la intimidad rebelde hacia la verdadera ciudadanía. Un lector se construye en contacto con los otros”, señaló la docente e investigadora, quien subrayó la importancia del Estado en el fortalecimiento de las bibliotecas populares. “En Tucumán no hay cargo de bibliotecario; a las bibliotecas va el maestro hipocondríaco que no puede dar clases.” Amado advirtió que el Estado pelea contra el mercado en la lucha por el significado, “para que no sea el mundo privado el que imponga qué es lo que se tiene que leer”.

Canevaro, en representación de María del Carmen Bianchi, presidenta de la Comisión Nacional de Bibliotecas Populares (Conabip), afirmó que resulta necesario “avanzar hacia la ampliación y profundización de las bases de un consenso entre los diferentes actores que puedan contribuir a disminuir las brechas, tanto culturales como del conocimiento que coexisten en sociedades como la Argentina y en otros países de la región”. Canevaro apuntaló el proceso de construcción de un sistema federal de Promoción del Libro, la Lectura y las Bibliotecas, “para contribuir al acceso completo, libre y democrático del ciudadano a la información que hace al ejercicio de los derechos”.

González, quien deslizó que falta un “gran plan de lectura”, introdujo la cuestión nodal de la política lingüística para replantear el tema de los planes de difusión de la lectura. El director de la Biblioteca Nacional repasó, borgeanamente, “el estado del idioma de los argentinos” desde la Gramática para americanos, propuesta por Andrés Bello en 1857. “A partir de los movimientos independentistas, Bello percibe el espectáculo de la disolución del español, que la soberanía política podía disolver la horma común del idioma.” El sociólogo recordó que Sarmiento calificaba de “senadores del idioma”, en un claro tono peyorativo, a los que se dedicaban a escribir diccionarios de gramática, y que Juan María Gutiérrez renunció a ser miembro de la Real Academia Española porque “pensaba que un letrado argentino no debía participar de un organismo de legislación de los españoles en el mundo”. González consideró que la discusión sobre la lengua es central para pensar una política de lectura, y rechazó con dureza la expresión “sociedad de la información”. “Es un término inadecuado, ‘perezoso’, diría Borges, sociedad de la información es un concepto acuñado por los ingenieros de sistemas de Silicon Valley”, objetó el sociólogo. Preocupado por las rugosidades del idioma de los argentinos, González agregó: “No se puede hablar como habla Tinelli en la TV, sería el triunfo de la pavada total en el país”. Para el director de la BN, la nación no es el resultado de una “ceremonia fúnebre” sino el espacio de un desacuerdo productivo. Muy aplaudido por el público, González advirtió que el gran debate por una política lingüística “no se hace sin los medios de comunicación”.

En otra de las mesas, Kelly Olmos, Jorge Coscia, María Cecilia Velásquez y Pablo Wisznia reflexionaron sobre la recuperación de la capacidad articuladora del Estado en la cultura y el desarrollo. “Es notable adónde hemos llegado si tenemos en cuenta que hemos partido de la avenida Alvear y Rodríguez Peña, la zona más rica de Buenos Aires”, ironizó el subsecretario de Cultura de la Nación, Pablo Wisznia. “Tenemos que volver a reconstruir el tejido social, la autoestima y la idea de representación del futuro”, propuso el subsecretario de Cultura. “Desde Recoleta no se puede gestionar cultura; tenemos que tomar el toro por las astas y generar una Ley Federal de Cultura, que ponga en funcionamiento el Consejo Federal de Cultura, y que permita desde el Estado articular una vanguardia artístico-intelectual que nos ayude a pensar.”

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“Hay dos tipos de tontos: los que prestan los libros y los que los devuelven. Yo soy tonto al cuadrado”, bromeó Sasturain.
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