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Martes, 21 de octubre de 2008

MUSICA › JORDI SAVALL Y SU PRESENTACIóN EN EL FESTIVAL CERVANTINO

Un concierto al borde del paraíso

En una iglesia barroca del Siglo XVIII, sobre una ladera poblada de cabras, el músico se presentó junto a la Capella Reial de Catalunya y Hespèrion XXI, en un recital que apostó al mutuo enriquecimiento entre el son jorocho y los villancicos.

 Por Diego Fischerman

Desde Guanajuato

Alejo Carpentier escribió sobre el “ángel de las maracas”. Se refería a un friso en la Catedral de La Habana, pero esa mezcla entre lo español, lo indiano y lo africano, entre lo sacro y lo profano, lo “alto” y lo “bajo”, era, para él, ni más ni menos que la América latina. En el punto más alto de las serranías alrededor de Guanajuato, sobre una ladera por la que durante la mañana trepan las cabras y al lado de la antigua mina de piedra rosa que aún da vida a la región, en una iglesia barroca que quedó inconclusa a fines del Siglo XVIII y que está construida con esa misma piedra, Jordi Savall llegó al Festival Cervantino para hacer lo que él mismo definió como un experimento. Allí, en el mediodía del sábado, actuó junto a sus Capella Reial de Catalunya y Hespèrion XXI y, también, con el grupo mexicano Tembembe. Fue un concierto extraordinario. Pero ése fue apenas el comienzo; la riquísima trama de parentescos y de distancias, de hermandades y particularidades, y el mutuo enriquecimiento de unas y otras músicas, entre el son jorocho y los villancicos –la presencia de esos ángeles con maracas–, se convirtió en una experiencia tan mágica como infrecuente.

“Todo el mundo en general, a vozes Reyna escogida, diga que soys conevida sin pecado original”, cantaba y tocaba impecable el grupo de Savall, con las fantásticas voces de la soprano argentina Adriana Fernández, el barítono Furio Zanasi y el contratenor David Sagastume en el frente, y, sobre ese mismo ritmo, donde lo ternario se superpone a lo binario –un ritmo que permanece como eco del Renacimiento español en todo el folklore latinoamericano–, casi sobre la misma música, con un notable violín tocado por Ulises Martínez y la extraordinaria voz rugosa, salvaje, de Ada Coronel, Tembembe replica con una historia eclesiástica muy diferente, donde en medio de la festividad de la virgen una mujer quiere comprar la sotana del cura y éste le dice que sólo la vende si lo lleva a él adentro. El esquema del concierto en gran parte proviene de la misma idea matriz de Tembembe, un grupo fundado por especialistas en música renacentista y en el repertorio para vihuela de España a la vez que en el folklore mexicano y que une músicos clásicos, formados en la UNAM, y populares. Podría haberse tratado de una simple alternancia de piezas entre uno y otro grupo. Pero el experimento fue mucho más allá. Los cantantes populares se metieron en algunas de las coplas del repertorio de Savall, y los músicos europeos se atrevieron a acompañar y a improvisar sobre los sones americanos, en el mejor estilo de esa improbable zapada que también imaginó Carpentier, donde Vivaldi, Scarlatti y Händel tocaban junto al esclavo de un señor cubano, de visita en el carnaval veneciano. Que Fahmi Alqhai colocara su viola da gamba sobre las piernas y la tocara como una guitarra o que Xavier Díaz Latorre fuera, con su vihuela, uno más entre los que tocaban una encendida versión de “La iguana” hablaba de la alegría del encuentro. Pero las palmas se las llevaron los dúos y los duelos de preguntas y respuestas improvisados entre el violín de Ulises Martínez y la viola da gamba discantus de Savall.

Savall llegó aquí con su equipo completo y con un seleccionado de primeras figuras, entre ellos Bruce Dickey, tal vez el mayor virtuoso de las últimas décadas en un instrumento virtualmente desaparecido. El cornetto, popularísimo en la Europa del Siglo XVII, es algo así como una flauta dulce con embocadura de trompeta –o una trompeta de madera y con orificios en lugar de pistones– y en manos de Dickey –que, por supuesto, también improvisó– es uno de los instrumentos más versátiles y de sonido más bello que puedan imaginarse. La propuesta de Savall alrededor de la invención de una suerte de España renacentista y medieval no sólo multicultural sino fascinada –como él– por esa multicultura, en ocasiones resulta un poco forzada. Como sucedió en su concierto en Buenos Aires dedicado a los tiempos de Cristóbal Colón: aquello que resulta enriquecedor en los repertorios más cercanos a lo popular, las chaconas, fandangos, folias o canarios, resulta un poco excesivo, además de arbitrario, en el repertorio eclesiástico. Un motete de Cristóbal de Morales con esa percusión semimarroquí que convirtió en su sello de fábrica Pedro Estevan, uno de los decanos del grupo, no sólo carece de fundamentos, sino que no suena mejor –más bien lo contrario– que a capella. Pero, en cambio, sobre estos villancicos y danzas que con tanta naturalidad se mezclan con las canciones de Veracruz, el efecto es fenomenal. Cervantes atribuye a la chacona un origen indiano, lo que tal vez no sea cierto, a pesar de Savall, a quien esa idea le resulta particularmente seductora. Pero, en todo caso, y aun si no se correspondiera con ningún dato estilístico, la mera existencia de una América imaginada –y en algún sentido idealizada– por el Barroco español es un hecho significativo en sí. Como descendientes de una misma familia que se reencuentran luego de siglos de migraciones y reconocen, en esos desconocidos, sus mismos rasgos, los músicos que participaron de este experimento, que los asistentes al cervantino vivieron como un acontecimiento único e irrepetible, atravesaron una experiencia vital y trascendente. Tanto que lo único e irrepetible dejará de serlo. Savall ya anunció que éste será el espectáculo que inaugurará sus actividades de 2009.

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Jordi Savall llegó al Festival Cervantino para hacer “un experimento”.
 
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