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Miércoles, 1 de abril de 2009

MUSICA › GABRIELA ELENA Y SU DISCO DEBUT, BUENOS AIRES TANGO Y DIVáN

“Elegir el tango fue algo natural”

La cantante alude a su entorno familiar, pero también a aquello que, en su infancia, conmovió sus fibras íntimas. “Está bien sostener la belleza de lo clásico y, sobre eso, contar lo que pasa”, dice.

 Por Cristian Vitale

De cantautora a cantautora. Es el primer disco de Gabriela Elena y Teresa Parodi, en cuya trayectoria ya no es necesario redundar, le tira flores: “Teje y desteje palabras y melodías, se hunde en el temblor del tango, intenta cruzar por sus avenidas, se mete de lleno en su pasión y goza, y sueña, y siembra”. Fue un encuentro casual: la de tango admiraba a la de folklore; la de folklore escuchó el master de la de tango y le salió esto así, de una bocanada. “Fue algo movilizador, porque la admiro en todo concepto”, dice la de tango, saboreando un café apenas cortado por tres gotas de leche, mirando un contexto que no le es extraño: nació en Barracas y ahora está en Constitución, casi en el límite entre barrio y barrio. Observa el más allá de la ventana y ve. Tal vez algo, mientras dice, le esté recordando el primer alimento barrial: un padre y un abuelo furiosamente tangueros, el adoquín, la cara curtida del hombre que está solo y espera, y un sonido, un color de ciudad y casas bajas que no se deja corroer por el paso del tiempo. “Cuando terminé la primaria, ya había revisado la abundante discografía de mi viejo. Ya tenía mis músicos preferidos: los escuchaba, los desgrababa y escribía las letras en un cuaderno”, sigue. “Pese a mi corta edad, la poesía del tango me parecía atractiva. Y entonces elegí el tango como mi ritmo natural.”

–Se intuye, por su edad, que fue durante una época difícil...

–Empezaba el ocaso de las tanguerías tipo Caño 14. En los ’70, al género se le vino la noche como al país, pero mi proceso era muy inicial. De todo lo que me llegaba, me interesaba el tango como la poesía más contundente. En esa época, los famosos eran Sandro, Palito Ortega o la vertiente de Los Gatos. Pero como modo de expresión, ya de chiquita, me atraía el tango. Hacía mi propia indagación sobre mi poesía... era como paralelo.

Pasaron unos 30 años entre aquel descubrimiento iniciático y la edición de Buenos Aires tango y diván, el disco debut. Imposible negar que el tacto maceró bien: a un promisorio inicio profesional en el Bar Latino, entonces regenteado por Ulises Barrera hijo, le siguieron una performance en el music hall Botas y Votos, un viaje a Houston para actuar –porque también es actriz– en Tango Nights –cortometraje de Kenneth Bailey–, la interpretación musicalizada de los poemas de Borges como parte de los festejos por el centenario de su nacimiento, un devenir denso en actuaciones, composiciones (suyo es “A Horacio Ferrer”), apariciones televisivas y el disco, tal vez el mejor corolario. Gabriela, profunda admiradora de Eladia Blázquez, Baudelaire, Homero Manzi y César Vallejo, se tomó su tiempo y ese paso, paciente y tranquilo, se nota en la madurez de las canciones. Todas suyas, en música y letra. “Transité este camino al mismo tiempo que iba generando mis propias obras. Buenos Aires tango y diván es como el cierre de todo. Me fui animando. Siempre compuse canciones, pero en un momento no me parecía que tenía que mostrarlas. Me preguntaba si a la gente le interesaba escucharlas. Por suerte, el tiempo limó las dudas”, señala.

–¿Cuánto pesó que haya estudiado arte dramático?

–Mucho. Yo entré a la carrera con la idea de incorporar una serie de recursos escénicos e intelectuales. La de actriz es una carrera que te forma ampliamente en lo teórico, y entonces estudiar a los dramaturgos, a los pintores, a los músicos y al arte en general, es una forma de sumarle cosas a lo central: subir al escenario y cantar.

–¿De qué habla una poeta del tango hoy? La lírica del género fue cambiando con la dinámica de la historia, pero también, a su vez, conserva tópicos atemporales.

–Bueno, este disco tiene una milonga que se llama “Parapapá, la milonga”, también una habanera, “Paisaje de mi mamá”, y otra milonga que les compuse a mis amigos: “El abrazo”. El tango tiene mucho que contar al amigo, al padre, a la madre, al barrio, a la ciudad, al dolor existencial. Son los temas que elegí, que son tópicos del tango, pero contados con la impronta de alguien que vive en la Buenos Aires de hoy. Ya por eso tienen, esencialmente, un barniz actual. Hay cierta melancolía, y también momentos de ironía bastante intensos, como algunos tangos de nuestros poetas cuando se ponían mordaces, como Discépolo. Esto hace que el disco sea clásico y moderno.

–“Tango y diván” es otra manera de decir lo mismo, ¿no?

–Sí. Los tópicos están trabajados en forma personal, como gobernados por la materia con la que uno llega desolado al psicólogo, y cree que no puede hacer nada. De esa materia está hecho el disco: dolores, decepciones, frustraciones, impotencias. “Magnolias en tu sillón”, dice: “Lumbre de otoño, llegué a tu puerta, se ahogaba en sangre, mi fiel canción”. Lo escribí en un momento en el que estaba aturdida por no saber qué forma darle a mi carrera en general.

–Y la ciudad a veces se pone un poco agobiante, cuando se atraviesan esos estados.

–Es inevitable. Pero creo que hay una necesidad de no soltar del todo, porque si uno suelta tanto finalmente no sabe qué género está haciendo. Hoy, lo que está bien es sostener la belleza de lo clásico y, sobre eso, contar lo que pasa en música y letra. Digo, al tango no hay que ponerle palabras de la jerga actual sino, desde lo auténtico, hacer una letra que hable de cosas que pueden pegarse con el barrio de antes. No sirve buscar ser moderno, ya alcanza con ser auténticos y estar parados en esta Buenos Aires.

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Elena combina su actividad como cantante con la actuación.
Imagen: Jorge Larrosa
 
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