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Martes, 26 de octubre de 2010

MUSICA › MARCELO DELLAMEA, GUITARRISTA CON PESO PROPIO A LOS 19 AñOS

La gran promesa de la música popular

Luis Salinas lo “descubrió” y se trenzó a tocar cuatro horas seguidas con él. El Chango Spasiuk lo convocó para formar parte de su banda. Ismael Serrano lo llamó para grabar. Y él, que recién se mudó del Chaco a Buenos Aires, tiene disco propio, Calle 11.

 Por Cristian Vitale

Como si observara la secuencia, el retrato de Mercedes Sosa en sepia destila un aura protectora. Marcelo Dellamea entra solo y, bajo una luz suave, lo mira de reojo. Hay una silla dispuesta para él. Se sienta y empuña algo que le es propio: una guitarra. Suena una versión muy delicada de “La Pomeña”. Los punteos son suaves, exactamente elegidos. Ni el silencio se escucha en La Peña del Colorado. “Son momentos”, reduce él a la mínima expresión cuando, terminado el concierto, le toca hablar. Dellamea nació en Villa Los Lirios, un barrio de las afueras de Resistencia, Chaco, y tiene 19 años. Muchos dicen que está en ciernes una promesa para la música popular argentina. No es una afirmación descabellada. El primero en ponerle el ojo encima fue Luis Salinas. “Yo tenía 15 y nos conocimos en un asado que había hecho Coqui Ortiz. Estuvimos cuatro horas tocando, prendidos fuego. No podíamos parar”, evoca Dellamea. Salinas fue a más y lo invitó para la presentación del disco Muchas cosas, en el ND Ateneo, y el boca en boca hizo que Dellamea dejara de ser un diamante oculto. El segundo fue el Chango Spasiuk. Otro asado con zapada, pero en Puerto Tirol, hizo confluir al pibe con el misionero y la cosa terminó en Dellamea como guitarrista invitado de “Pynandi” y estable, hoy en día, en la banda que acompaña al Chango en sus vueltas por el globo. “Ya llevo dos Cosquín junto a él”, se enorgullece el changuito, espontáneo.

El concierto sigue con una mixtura de estilos cuyo paso a soporte físico se llama Calle 11, su disco debut recién lanzado, pero grabado cuando tenía 16 años. “Milongueado” es instrumental, climático. “Kilómetro 11”, festivo, de arenga. “Cuéntale de mí”, suyo en letra y música, abolerado y tristón, y “Para volver a soñar”, chamamé canción de Tito Gómez, contrastan con la impronta sosegada de “La mirada”, una zamba manoteada a la inspiración de Jorge Fandermole. “De chico escuchábamos sólo folklore tradicional, pero con los años fuimos conociendo la obra de Fandermole, del Negro Aguirre, de Aca Seca, y estuvimos muy metidos en esa onda, hasta que nos abrimos a la música de otros países: bossa nova, jazz, blues, flamenco. Empezamos a abrir mucho la cabeza y nos sirvió a la hora de tocar. De cada estilo sacamos algo que nos gusta, y tratamos de incorporarlo en la manera de tocar. Por eso, el disco es muy abierto”, describe, consumado el recital.

El verbo en plural obedece a la presencia de su hermano Hugo, una especie de alter ego mayor, con el que Marcelo aprendió a tocar y con quien comparte escenarios. “Tenía 6 años, pero no puedo olvidar cómo fue. Era verano, hacía mucho calor y con Hugo estábamos aburridos... No sabíamos qué hacer y encontramos una guitarra vieja metida en el ropero: era de mi viejo, que es abogado por profesión y músico por hobbie, y él nos pasó los yeites básicos. Después, fue escuchar mucho y sacar de oído. Todo lo que toco hoy lo descubrí escuchando, mirando videos y robando, como todos”, se ríe. Y sigue: “Hasta el día de hoy sigo tocando de esa forma”. Según Salinas, invitado al disco para recrear “En lo del viejo”, esa forma se traduce en “un virtuosismo lleno de melodía, musicalidad y buen gusto”. Según Spasiuk, que participa en otra versión de “Pynandi”, Dellamea goza de ideas y talento de “gran madurez”. E Ismael Serrano, que lo llamó para grabar Acuérdate de vivir, su último CD, habla de un joven “que nos deja a todos impresionados”.

Dellamea se mudó a Buenos Aires hace un año. “Sentía que en Chaco ya me había quedado sin posibilidades de progresar, no podía ir más allá de donde estaba.” Ahora vive con sus abuelos en Barrio Norte, pero va y vuelve. “Chaco puede”, se ríe y algo conmueve sus ojos cuando le nombran la palabra clave en su mosaico: chamamé. “Yo toco de todo: bossa, bolero, zamba, chacarera, vals peruano, pero el chamamé me puede más. Es difícil explicarlo, pero empiezo a tocar chamamé y automáticamente me traslada al río, a la zona, a la infancia, a escuchar chamamé un domingo comiendo asado. Son cosas que creés que están ahí nomás, pero después, a la hora de tocar te sale todo eso. Uno puede dar mil vueltas, pero siempre vuelve a su lugar.”

–¿Ha tenido vínculo con lo más autóctono de su provincia? ¿Con la música wichí, por ejemplo?

–No tanto. He escuchado sí, al coro Chela Alapi, que me encanta, pero tocarlo no. Siento que no me sale con autoridad y prefiero no hacerlo... A lo más profundo que llegué fue a las peñas de Quitilipi.

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Marcelo Dellamea y su hermano aprendieron a tocar porque encontraron una guitarra de su padre.
Imagen: Jorge Larrosa
 
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