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Domingo, 5 de diciembre de 2010

MUSICA › LA NOCHE INAUGURAL DEL FESTIVAL DE JAZZ, EN EL TEATRO COLISEO

El mejor homenaje posible para Mingus

Mingus Dynasty, el septeto que armó su mujer para honrar –y no para clonar– a Charles, cumplió con todos los objetivos y con todas las expectativas de un público que no ahorró ovaciones.

 Por Diego Fischerman

Charles Mingus tocó, en varios de sus proyectos más importantes, con grupos que asemejaban versiones camarísticas de una big band; más íntimas, con un mayor énfasis en las texturas contrapuntísticas (voz contra voz y no secciones, como en las orquestas) pero, también, con esa clase de explosión (y aceleración) que sólo logran los grupos de ciertas dimensiones. En su disco Mingus Dynasty, de 1959, se alternan un noneto y un conjunto de diez instrumentistas. La banda que en su homenaje creó su mujer, Sue, tiene, desde ya, dimensiones bastante variables. Pero respeta la idea primigenia: un instrumento por cuerda. A la brillante actuación durante la fecha inaugural del Festival de Jazz de Buenos Aires de este año, llegó como septeto: trompeta, trombón, saxo alto y tenor, piano, contrabajo y batería. Y el resultado no podría haber sido más contundente. Y tampoco podría haber sonado más mingusiano.

El secreto de esta banda es que no busca imitar a Mingus ni reproducir sus discos, sino partir (como si el contrabajista estuviera vivo) de algunas ideas, de algunos temas planteados por el antiguo líder y desarrollarlos con la máxima libertad. Craig Handy y Wayne Escoffery en saxos tuvieron potencia e imaginación, sorpresa en la rítmica y fluidez en el fraseo. El trompetista Alex Sipiagin, con un sonido que puede saltar desde el susurro hasta el grito en cuestión de microsegundos y una base envidiable, conformada por el notable contrabajista Boris Kozlov –que es el arreglador de la banda– y el baterista Donald Edwards, tuvieron también actuaciones de gran nivel. Pero las estrellas fueron el trombonista Conrad Herwig, lírico, seguro, perfecto en las baladas, furibundo en los tiempos rápidos y siempre con una seguridad pasmosa, y el pianista David Kikoski, tal vez el más genial instrumentista nunca tenido del todo en cuenta de los últimos años (o el menos considerado entre los geniales) de las últimas décadas. Incidentalmente es, también, uno de los que tocan con esta banda desde hace más tiempo. Un repertorio que abarcó temas propios (“The GG Train”, en alusión a aquel Tren A al que homenajeó Ellington), de Ellington (“Sound of Love”) y obviamente de Mingus (“Orange is the Color of her Dress, Then Blue Silk”) y, en el final, “Cumbia and Jazz Fusion”, una pieza en forma de suite de unos quince minutos de duración grabada en 1977 y que el compositor había tocado ese mismo año cuando actuó en Buenos Aires.

Con la platea del Teatro Coliseo totalmente llena, la actuación de la Mingus Dynasty, que fue ovacionada, brindó una buena metáfora de lo que es jazz o, al menos, de lo que buscan allí la mayoría de sus oyentes. En particular, esa mezcla de libertad y control, de sofisticación y elegancia en los arreglos, virtuosismo en la interpretación, fuerza e impulso rítmico y, por debajo de todo, eso que aún sigue llamándose swing a falta de otra palabra que haya intentado reemplazarla. Antes, dos de los artistas que más expectativas habían generado, la cantante Christine Correa y el notable pianista Frank Carlberg, habían sido los encargados de abrir el juego. Ella comenzó a capella, con un tema basado en escalas microtonales, con influencia oriental y llamado “The Call”. El trabajo sobre las inflexiones y el color de cada nota no llegó a disimular, en todo caso, lo que acabaría siendo una constante en su actuación: un timbre monocorde, un vibrato demasiado mecánico y un registro muchas veces demasiado forzado. El primer tema a dúo, el clásico de Fats Waller “Ain’t Misbehavin”, en una versión alambicada, perdió toda la alegría y el empuje de lecturas más tradicionales sin ganar a cambio nada que a esta altura del partido no resulte ya tan viejo como el propio estilo stride. La melodía quebrada y el acompañamiento que coqueteaba con la atonalidad son parte de la enciclopedia y, eventualmente, su uso ya no se justifica a sí mismo como mero blasón de modernidad. Un contenido que ha perdido.

Más cerca del interés en los temas de Monk –“Hackensack” y “Pannonica”–, más previsible en los escarceos folk de Correa, y con algunos destellos del talento de Carlberg en desarrollos como el de “Weird Nightmare”, de Mingus, la presentación no llegó en ningún momento a levantar verdadero vuelo. Pero el festival, por supuesto, sigue y entre los atractivos de hoy estarán las actuaciones de los brasileños Gilson Peranzetta en piano y Mauro Senise en saxo, y luego del pianista Hugo

Fattoruso, a las 21, en el Teatro 25 de Mayo (Triunvirato 4444). Mañana actuará uno de los grandes músicos invitados. En ese mismo horario, en el Samsung Studio (Pje. 5 de Julio 444) estará el impactante contrabajista Renaud García-Fons junto a su grupo La Línea del Sur.

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El trombonista Conrad Herwig, una de las estrellas de la noche.
 
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