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Viernes, 12 de agosto de 2011

MUSICA › ACORAZADO POTEMKIN PRESENTA SU PRIMER DISCO, MUGRE, QUE REGALA A TRAVES DE SU PAGINA WEB

“La música afloró de un modo instintivo”

Juan Pablo Fernández (ex Pequeña Orquesta Reincidentes), Federico Gahzarossian (ex Don Cornelio y Los Visitantes, actual Me Darás Mil Hijos) y Luciano Esaín (Valle de Muñecas) convergieron en un trío de rock de dientes apretados, guitarras rabiosas y poesía urgente.

 Por Roque Casciero

“En algo vos y yo nos parecemos/ andar buscando revancha/ algo que salió mal la primera vez/ algo no funcionó la primera vez”, cantan el guitarrista Juan Pablo Fernández y el baterista Luciano Esaín como si quisieran que los pulmones les salieran por la boca, mientras se “prenden fuego” junto al bajista Federico Gahzaro-ssian en “Algo”. Esa canción abre Mugre, el notable debut de la banda que conforman Acorazado Potemkin. Y, bien pensado, tal vez este trío tenga algo de revancha para sus integrantes, de larga trayectoria en el under argentino. Pero no porque de repente vayan a convertirse en la banda del mes de las radios de fórmula ni a empezar a contratar contadores para que les manejen su recién adquirida fortuna; no, es una revancha personal con el rock más crudo y visceral (“punk - rock - mugre”, lo definieron en algún momento) con el que todos ellos crecieron pero del que estaban a diversos grados de separación. Fernández venía de Pequeña Orquesta Reincidentes, Esaín es parte de Valle de Muñecas y Motorama y Gahzarossian fue el pulso de Don Cornelio y Los Visitantes antes de pasarse al contrabajo en Me Darás Mil Hijos (donde toca el hermano de Fernández). Entonces, dientes apretados, guitarras rabiosas y poesía urgente, en una banda con nombre de película rusa y título del disco en lunfardo (que tendrá presentación oficial el jueves 18 en el Salón Pueyrredón, el sábado 20 en la Casa La Fraternidad de Córdoba y el domingo 21 en La Isla Bar de Rosario).

“Nuestra música afloró de un modo instintivo”, se planta Gahzarossian. “Tomamos toda la información que tenemos dando vuelta dentro de nosotros, pero sin un método, sin una conciencia de qué es lo que estamos agarrando.” Acorazado Potemkin se formó de una manera bastante azarosa, en especial si se tiene en cuenta el largo recorrido de sus integrantes. “Después de los Reincidentes tenía ganas de encarar un proyecto en el que hubiera mucha más guitarra, ir para un lado en el que el tema proponga una mezcla entre el arreglo, el ritmo y la melodía, que sea todo una cosa ensamblada”, explica Fernández. El cantante y guitarrista cuenta que estaba “casi como pudoroso” de mostrarle sus temas al bajista, por la admiración que siempre le tuvo, hasta que le dijo: “Mirá, yo tengo algo, pero es medio punk rock”. “Y yo venía con el contrabajo”, se ríe Gahzarossian. “Estaba peleado con el bajo porque, de alguna manera, me había peleado con el rock. Era una cuestión de sonido, de un grave que no conseguía con el bajo. Pero un día no podía llevar el contrabajo, así que llevé el bajo... y salía como piña.”

En el encuentro entre Fernández y Esaín también tuvo que ver el azar... ¡y el Sapo Pepe! Sí: los hijos de ambos iban al mismo jardín de infantes y para el Día de la Música los docentes pidieron que los papás que tocaran instrumentos hicieran algo juntos. Ambos músicos recuerdan entre risas que el éxito infantil fue uno de los temas que tocaron, además de otro tema, más acorde con lo que vendría después, llamado “El gato muerto”. Cuando el guitarrista le propuso al batero formar parte de la banda, la respuesta de éste –conocedor del sonido de Reincidentes– fue: “Mirá que yo toco fuerte, ¿eh?”. Justo lo que quería escuchar Fernández. “Cuando cayó Fede, tocamos un poco y al rato ya estábamos sonando”, vuelve a sorprenderse Esaín. Y sigue el violero: “Después laburamos bastante las intensidades, los colores de cada tema, que se arme una burbuja en la que te abstraés durante tres o cuatro minutos y que ahí pase algo. Por momentos nos parecía ecléctico, en otros pensábamos que teníamos que trabajar para que no fuera monótono... Hubo mucho laburo”.

–¿En algún momento sintieron que la formación de trío los limitaba?

Federico Gahzarossian: –No, al contrario, nos cebamos con la riqueza que nos dio el trío. Con esta formación ves la música desde otro lugar. En los últimos años, con Mil Hijos, toqué con muchos músicos, entonces escuchaba el bloque, estaba todo tapado. Con el trío, en cambio, es colocarse en los espacios... El otro día Juan Pablo dio una definición muy buena: cada uno se va apoyando en el otro. Y encontramos un punto que está bueno y divertido.

Luciano Esaín: –Cuando sentimos que algo no suena, pensamos qué hacer para que llene.

F. G.: –Pero en ningún momento dijimos “metamos un saxo” (risas). El tema está en cómo tenés que hacer sonar las cosas. Si tenemos que explotar, nosotros explotamos. Como bajista, tengo que meter acordes o pensar de qué manera logro que suene para que garpe y que no se caiga la contundencia cuando se va el acorde de guitarra. Cuando escuchás un acorde de bajo, es un asco, pero en la musicalidad suena como una pared. Son recursos y hay que usarlos cuando uno los necesita. Además, en el trío aparece la verdadera medida de la canción, porque la música se hace muy esencial, no tiene el maquillaje de la producción.

–¿Era una necesidad para ustedes sonar así o descubrieron que lo extrañaban una vez que la banda estuvo armada?

F. G.: –Yo no lo extrañaba, pero me gustó cuando apareció y por la forma en la que se desarrolló. Me empezó a abrir cosas de hacía veinte mil años, comencé a recordar cosas que hacía antes.

Juan Pablo Fernández: –A mí me daban ganas de tocar la guitarra en un grupo de rock. Igual, siempre defendí a capa y espada a la Pequeña Orquesta Reincidentes como relacionada con el rock, pero el grupo se fue corriendo del circuito por sonido, por condiciones para tocar. Quizá sea un poco ingenuo de mi parte, pero para mí el punk sigue teniendo eso de patear el tablero. Green Day no me entra mucho en la cabeza, aunque su último hit me guste (se ríe). Esa clase de sonido no es para mí, yo me quedé en esa especie de idilio en el que el rock tenía que ser auténtico, honesto, de corazón, con la chispa del momento.

–¿Y esa idea de hacer punk se relacionaba con alguna banda en especial o quería ver cómo le salía el punk a usted?

J. P. F.: –Puede ser, no sé. A mí siempre me gustó The Clash, no sé bien qué fue después del punk. Siempre nos reímos de que podés ir a comprarte todo el equipamiento punk: los pins, la ropa, todo. Pero nosotros crecimos un poco en el post punk: yo seguía a Don Cornelio, a las bandas de esa época. Y volver a tocar así me hizo retrotraerme y acercarme mucho a esa escena de los ’80. Me parecía que ahí había algo genuino. Además, enunciar lo de punk también servía para filtrar un poco, porque el que logra pasar la primera escucha punk rock mugre entiende el código: no hay sólo punk, pero tampoco deja de haberlo. Por eso me gusta la idea de que el que se mete en esto tiene que embarrarse, como estamos embarrados nosotros. Todo podrá ponerse más barroco o más sencillo, pero tiene que estar ese guiño de cuando uno dice “eh, vamo’ a tocar fuerte”. Si no está esa complicidad, no alcanza con el costado más virtuoso del rock. Ninguno de nosotros toca dos acordes, digamos, pero tenemos ese guiño en común; seguimos admirando cierto espíritu y ciertas ganas.

L. E.: –Desde que empecé a tocar me di cuenta de que, después del ’77, si querés hacer rock, tiene que tener punk rock. Si no, no termina de tener la energía necesaria. No es que hacemos punk rock de género, sino que es el condimento necesario que le da una energía extra y esa cosa fresca que, de hecho, es lo que el punk le devolvió al rock.

F. G.: –El punk rock, más allá de ser la música con la que nos criamos, tiene que ver con cómo le sacás sonido al instrumento, con cómo te expresás. Hoy pocas veces ves músicos que hacen que explote la música. Si uno no está colocado en el momento de la interpretación, ¿qué hace? ¿Toca la partitura? No, quiero que explote. Y eso es una cuestión energética que se funde cuando nos prendemos fuego. Eso es lo que buscamos siempre. Si no, ¿para qué vamos a hacer esto? Si no ganamos guita, es un quilombo conseguir dónde tocar... Los músicos tocamos porque nos gusta “ese” momento y queremos repetirlo, y por eso nos bancamos la que sea.

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“En el trío aparece la verdadera medida de la canción, porque la música se hace muy esencial”, dicen Fernández, Esaín y Gahzarossian.
Imagen: Joaquín Salguero
 
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