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Domingo, 1 de julio de 2012

MUSICA › RUBEN ALBARRAN HABLA DEL DISCO QUE GRABA CAFE TACVBA

“Queremos que las canciones se transformen frente al público”

En Buenos Aires, el cuarteto inició el registro de El objeto antes llamado disco con tres sesiones frente a un público reducido. Luego hubo otra en Chile y habrá más en México y Los Angeles. “Es el goce de experimentar algo diferente siendo nosotros los mismos”, explica el cantante.

 Por Roque Casciero

Se los ve nerviosos, pero dispuestos a la aventura. Están los cuatro en el centro de Studio Samsung, donde habitualmente se acomoda el público, mirándose las caras entre sí. Rubén Albarrán (voz y guitarra) enciende un palosanto para perfumar el ambiente, Quique Rangel (bajo) apenas levanta la vista, su hermano Joselo (guitarra y voz) se concentra en su profusa pedalera, Emmanuel “Meme” Del Real (teclados y voz) acomoda cables. Gustavo Santaolalla, ubicado sobre el escenario junto a su compinche Aníbal Kerpel y al técnico de grabación Joe Cicarelli, es el primero en hablar. El productor da cuenta de la experiencia diferente que vivirán todos los que están allí: Café Tacvba, la mejor banda que dio el rock mexicano, comenzará a grabar su séptimo álbum (sin contar compilados, en vivo ni el EP Valle Callampa) frente a un centenar de privilegiados que se ganaron su lugar contestando preguntas por Facebook. Albarrán suelta un “Pues vamos a grabar un disco” entre risas –nerviosas, otra vez– de sus compañeros, y arrancan con “Los pájaros”, la primera canción de la tarde y del álbum.

Más allá de registrar algún overdub o de hacer grabar palmas al público dos veces en el track inicial, los tacvbos tocan los temas en el orden en que aparecerán en septiembre, cuando sea publicado El objeto antes llamado disco (el 15 de ese mes, además, se presentarán en el Planetario). “Andamios”, “Sabor especial”, “De este lado del camino”, “Espuma” (cantado por Joselo), el seguro hit “Olita de mar”, la romántica “Aprovéchate” (con Meme en voz), “Zopilotes” (de la que Albarrán también graba una toma vocal sin instrumentación), “Yo busco”, “Tan mal” y la fabulosa “Volcán” dejan ver la frescura con la que Café Tacvba se anima al desafío de grabar como en un estudio, pero a un metro de distancia de sus fans “para que su energía impregne las canciones”. Santaolalla es siempre el primero en hablar después de cada tema: algún elogio abre las puertas de los aplausos, una vez que la grabación ya está completa. “Bonus track”, dice el productor ante el pedido de “una que sepamos todos”, y la banda canta “El baile y el salón”.

Todo esto, multiplicado por tres, sucedió entre el lunes y el martes en Buenos Aires, y más tarde en una sesión en Santiago de Chile, desde donde Albarrán habló con Página/12 (el encuentro iba a ser cara a cara, pero la banda viajó más temprano el miércoles por el paro). Después habrá otras en México y en Los Angeles, para poder elegir cuál es la toma que quedará en El objeto antes llamado disco. El sugestivo título del trabajo tiene que ver con la sensación que asaltó a los tacvbos acerca de que “la gente ya no compra discos”. “Hemos estado veinte años dentro de la industria musical y tenemos esa tara de que se necesita del disco para existir. ¡No es cierto! El grupo existe por sí mismo, la música es la que lo hace existir. Es bonito poner eso en perspectiva, decir ‘ese objeto antes llamado disco era algo que nos hizo pensar que existíamos a partir de él, pero no es así, es la música’”.

–Igual, hay un juego de ambigüedad, porque el objeto así llamado sí será un disco.

–Claro. Pues es como la celebración de este momento. Quién sabe si va a ser el último, ¿no? La próxima vez que hagamos canciones, quién sabe si quedarán grabadas en un soporte físico como es el disco. No lo sabemos, dentro de tres años pueden pasar mil cosas.

Después de la gira de presentación de Sino, su disco anterior, el cuarteto mexicano se tomó un par de años sabáticos, para que los músicos pudieran involucrarse en otros proyectos (Albarrán hizo Hoppo, donde cantó temas del cancionero latinoamericano). Nada raro para Café Tacvba: esa dinámica les ha permitido a sus integrantes regresar a la “nave madre” con las energías renovadas. “Una vez que pasó este tiempo, nos juntamos y empezamos a ver qué canciones había, luego a seleccionar cuáles nos gustaban más, y más tarde a hacer los arreglos. Y durante todo ese proceso conversamos sobre lo que vivimos en ese tiempo que estuvimos separados. Fue en ese momento cuando cada uno de nosotros se empapó de lo que habían estado viviendo, viendo y escuchando los demás. Y entonces empezamos a hacer traducciones de lo que le gusta al otro, porque en el grupo trabajamos a partir de lo que nos gusta. Tal vez, en una primera instancia, de lo que nos gusta como personas, pero luego como un grupo de cuatro amigos en el que tratamos de agradarnos el uno al otro.”

“En este disco yo no compuse nada, no hay una canción mía”, continúa el cantante. “Claro, participé en todos los arreglos musicales, en conceptualizar las canciones y llevarlas hacia algún lugar, como también en esta idea de llevarlo a diferentes ciudades y grabarlo frente a un público. Todo eso es la forma creativa en la que decidí participar en esta nueva etapa. Me sucedió a partir de que encontré que mis amigos estaban haciendo canciones perfectas para mí, que estaban diciendo lo que yo tenía ganas de decir en ese momento. Es hacer sin hacer, pero sucedió: ahí están mis canciones favoritas, las que tengo ganas de cantar, con las letras que tengo ganas de decir... ¡y no las hice yo! Es maravilloso, porque sigue siendo una página en blanco, a la que puedo imprimirle sentimientos y vivencias.”

–Es realmente notable la sintonía con sus compañeros, porque Joselo compuso “Zopilotes” y usted tomó esa figura (una variedad de buitre) para componer su nuevo personaje.

–Sí, pasamos mucho tiempo juntos, conversamos, y ahí se da esa sintonía. Con Joselo vivimos en el mismo lugar, en un pueblito en las afueras de México, y ahí estamos en contacto todo el tiempo. Vivir allí es mucho más “a tierra”, no es tan de ciudad. Vas al mercado y compras tus alimentos mucho más frescos, de las manos de la persona que los cultivó. Es muy bonito. Recibir la energía de un alimento recién cosechado, que no tiene insecticidas ni químicos, que no es un proceso industrial, hace que un jitomate o una palta tengan un sabor muy especial, y también un poder y una fuerza especiales. Aunque no lo quieras, te empieza a venir otra mirada.

–En esa canción plantean que el humano se alimente de su propia carroña para evolucionar.

–Exacto. En la cultura azteca, el zopilote está relacionado con la diosa Tlazoltéotl, que se llamaba “la que come inmundicias”. Y el concepto es ése: a partir de que te deshaces de tus inmundicias humanas, evolucionas a otro estado. Tiene que ver con el momento que estamos viviendo, terminando un ciclo y comenzando uno nuevo, y, bueno, entonces tenemos que hacernos cargo de nuestras inmundicias, de lo pasado, para poder transformarnos y seguir adelante.

–¿Cuál es ese nuevo ciclo?

–En lo más amplio, creo que deberíamos estar pasando a una nueva conciencia, una nueva forma de organizarnos, de relacionarnos, porque este modo no funciona tan bien, ¿no? Y como país, también estamos en un cambio de ciclo. Hoy son las elecciones en México y como comunidad estamos organizándonos. Ahora hay un movimiento estudiantil en México, que surgió a partir del movimiento estudiantil chileno... Se está evidenciando la ineptitud de la clase política... O peor, tantito, de la clase gerencial, porque en México ya ni siquiera son políticos. Entonces, la sociedad se está organizando, tal vez para crear una democracia participativa, no una en la que eliges a quién le vas a delegar tus deberes. Y como personas, también hay un nuevo ciclo en nuestra forma de relacionarnos con los demás seres. Tenemos que intentar reintegrarnos a la naturaleza. Es un reto, porque se nos dio esta inteligencia y durante todo el proceso hemos pensado que tenemos que ir en contra de la naturaleza. Y tal vez éste sea el momento de un cambio de conciencia, de transformarnos. Claro que esos cambios pueden llevar quinientos o mil años, pero ahí estamos, como parte del proceso.

–La canción arranca tenebrosa, con los zopilotes al acecho, pero a partir de comer su propia carroña, uno de los zopilotes se eleva. Termina siendo una canción optimista.

–Sí, está bonito... A fin de cuentas, es una metáfora del medio para transformarse en algo más, liberarte del cuerpo.

–Lo cual también tiene relación con la idea del “no soporte” del título del álbum.

–Exactamente.

–Cuando grabaron esa canción, usted le agredeció a la Madre Tierra. ¿Fue ella la motivación para hacer Hoppo?

–Es algo que me ha venido sucediendo. Tal vez es parte de mi búsqueda y en el camino voy encontrando otra gente que está en eso y que me va enseñando cosas que luego yo aplico. Con mis amigos de Hoppo fue esencial ese sentimiento, esa visión, para que nos juntáramos y decidiéramos hacer música. Sin embargo, es algo que me está acogiendo todo el tiempo. En los últimos años tuve mucho contacto con el pueblo wirikuta, que es un pueblo que está en lucha hoy mismo porque sus lugares sagrados se ven amenazados por la actividad minera. Los wirikutas se han acercado a artistas para obtener apoyo y que su voz se escuche en otros lugares. Y a partir del contacto con ellos he podido ver cosas muy hermosas y muy mágicas, aprendí mucho. Y trato de aplicarlo.

–Después de tantos años de carrera, ¿reinventarse es la forma de encontrarle sentido a la banda?

–Sí, siempre hemos funcionado de esa forma. Es el goce de experimentar algo diferente siendo nosotros los mismos. Podríamos haber encontrado una fórmula y repetirla, pero eso nos habría llevado a romper en poco tiempo, a no durar como banda. Es muy gustoso porque siempre es un escenario nuevo. Es como lo que te dice el terapeuta sexual: tenés que dejar de hacer el amor en la cama, tenés que hacerlo en la cocina o en el jardín, o en un lugar público. Eso te hace sentir cosas nuevas y redescubrir a tu pareja, que en este caso es una pareja de cuatro. Nos redescubrimos así y volvemos a enamorarnos.

–Sino lo habían grabado tocando a la vez, pero sin público. Esto es llevar la experiencia más allá.

–Exactamente. Es que la mirada del otro es tremenda. De eso nos hemos dado cuenta cuando hicimos el documental que salió el año antepasado (Seguir siendo). Nos dimos cuenta de cómo se transforma uno ante la presencia de la cámara: las cosas no son las mismas cuando están siendo observadas. Entonces, ése era precisamente el reto: hacerlo y de una forma gustosa. Claro, nos puso nerviosos porque sentíamos que iba a ser tremendo enfrentarse a ese momento. En el momento que te pones frente a un micrófono y te dicen “estamos grabando”, todo se convierte en algo diferente y misterioso. Pues más aún con gente alrededor. Disfruto mucho del misterio porque creo que es lo único que existe: seguridad no hay.

–También el disco tiene algo de regreso al origen: vuelven a trabajar con Santaolalla y Kerpel, y los ritmos son programados, aunque ahora en una computadora, ya no con la máquina de ritmos que usaban al principio. Pero ese retorno es también un nuevo cambio.

–Exacto, es como una espiral ascendente. Toda la sección rítmica está siendo disparada desde una computadora, pero con sonidos de la cajita de ritmos, que nos encanta precisamente porque es otra vez estar nosotros cuatro. En algún momento también nos reinventamos diciendo “ahora vamos a tener baterista, vamos a redescubrirnos ensayando con los amplificadores bien fuertes”. La batería de por sí mueve mucho aire, entonces era mucho más rockero. Y ahora nuestros amplis vuelven a estar a un volumen más amable, es diferente. Es como comenzamos como banda, otra vez desestructurar esta rutina impuesta por la industria discográfica de grabación-promoción-gira. Es como romper eso, vivir que las canciones se transformen frente al público.

–Incluso, van a salir de gira en agosto y el disco recién aparecerá en septiembre.

–Exacto. Es como movernos diferente, más naturalmente. Nos tomamos dos años sabáticos y, como músicos, de lo que tenemos ganas es de tocar. ¡Ya vámonos de gira!

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Los cuatro Café Tacvba, Santaolalla, Kerpel y Cicarelli en Buenos Aires, donde empezó a grabarse El objeto antes llamado disco.
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