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Miércoles, 11 de julio de 2012

MUSICA › NURIA MARTíNEZ Y EL MATERIAL DE MAESTROS DE HUMAHUACA I

De Núñez a la altura andina

En su nuevo disco, la vientista se concentra en la obra de Uña Ramos y Ricardo Vilca para un repaso de músicas del norte que poseen sutiles diferencias, pero se hermanan en el factor común de conseguir en el oyente un efecto muy similar al hechizo.

 Por Cristian Vitale

Foco uno: Uña Ramos, jujeño de la Quebrada de Humahuaca. Está a punto de cumplir 80 años, hace casi 40 vive en Francia y es uno de los aerofonistas más importantes del globo. Editó, entre 1971 y hoy, 26 discos. Toca todo instrumento de viento andino que le pongan entre manos: siku, antara, quena, flauta... y el jugo que saca es suave como la seda. Seduce y hechiza. Foco dos: Ricardo Vilca. También de Humahuaca. Murió hace cinco años pero sus músicas-NOA, finas, introspectivas, elaboradas, permanecen como testigos inmutables de un tiempo atemporal. Bellas piezas como “Guanuqueando”, “Nuevo día” o “Adoración” lo confirman. Uno y otro, distintos en sustancia pero no en esencia, podrían formar parte de un tronco estético común. Pueden, de hecho, y como ejemplo tangible emerge Maestros de Humahuaca I, el disco que Nuria Martínez –vientista con raíces en las alturas andinas– acaba de editar acompañada por Marcos O’Farrell en guitarra y Pablo Gindre en bajo. “El disco se materializó ahora, pero es música que vengo tocando de toda la vida. Hace mucho tenía la idea de juntar a Uña y Ricardo, porque transmiten una especie de música clásica norteña, pero sin fronteras”, plantea Nuria, que mostrará su disco el viernes 24 de agosto en la peña La Paila (Costa Rica 4848).

–¿Los conoció?

–Sí. A Vilca lo conocí en un barcito. Nos presentó Tukuta Gordillo –otro emblema del norte musical– y la relación fue a corazón abierto. Quería tocar todo el tiempo. Pura onda. A Uña, en un recital de Tomás Lipán. Se interesó por lo que hago, algo poco usual entre colegas, e incluso me grabó unas historias hermosas sobre sus temas, que pongo en off, junto a poesías de Vilca, en mis recitales. Hay una que es la historia de “Anata Chica”, que habla de su papá, un anatero de Humahuaca que se juntaba con los viejitos de la zona a tocar el instrumento. Yo pensaba “Uña tiene 80 años, lo que habrán sido los anateros del ’40”... ¿no?

–¿Y el off de Vilca?

–Es más irreproducible porque tiene mucha poesía (risas).

–¿Coincide en que las músicas de ambos son distintas en sustancia pero no en esencia?

–Tal vez. En lo personal diría que la única diferencia es que en la música de Uña los dedos te vuelan, van solos. En cambio, en la de Vilca hay más complejidad armónica. Hay que hacer un trabajo de adaptación mayor.

–¿Dónde nació usted?

–En Núñez.

–¿Y por qué tal pasión por la música andina y no por géneros más “urbanos”?

–Empecé de adolescente, en plena dictadura. Tocaba flauta traversa y, a través de una media hermana desaparecida, me llegaba material de Inti Illimani y Quilapayún. Me enganché porque detrás de los instrumentos descubrí una cultura, una cosmovisión que me perdura hasta hoy... siempre estoy yendo para el norte.

Uña y Vilca, dicho está, se funden en la intención. De las trece piezas que componen Maestros de Humahuaca I, siete pertenecen al guitarrista. Una de ellas, “Plegaria de sikus y campanas” (más conocida como “Rey mago de las nubes”) co-compuesta con León Gieco y cantada para la ocasión por Bruno Arias, y seis al vientista radicado en Francia. Trece temas que Nuria dejó casi intactos. En las sutilezas casi etéreas de Vilca (“Chaupi rodeo”, “Adoración” y el mismo “Nuevo día”, entre ellas), y en los ecos ancestrales que Ramos propone a través de “Reflejos del sol”, “Anata chica” o “Aquellos ojos grises”. “Respetamos todo, porque nos dimos cuenta de que cuando metíamos mano ya dejaban de ser Uña y Vilca... algo así como la música de cámara ¿no?, una estructura muy difícil de mover. Pura música”, se entusiasma Nuria.

–Transmisión directa, sin filtros “personales”.

–La diferencia pasa por la interpretación. Es inevitable que se cuele un sonido urbano en la forma de tocar... yo les doy el toque femenino a las melodías.

–¿Existe un “toque femenino” para los géneros andinos?

–Sí, y se nota en la forma de frasear. Es muy loco, porque cuando empecé a tocar instrumentos de viento se me complicaba... eran casi prohibidos para las mujeres. Me encontré con gente que se incomodaba, en fin.

Maestros de Humahuaca I es el sexto disco de su cosecha personal. Un mojón “para adentro” que señala instancias en singular dentro de un ajetreado trabajo en plural. Nuria ha puesto su toque femenino en discos y vivos de Gieco, Botafogo, Liliana Herrero y el mismo Vilca, entre otros, y también integró Viracocha, viejo grupo de música latinoamericana. “Demoré la grabación del disco porque estuve más de un año abocada a trabajar con Lipán –otra figura de la música del NOA– y Tonolec”, dice. Con Lipán, además de girar por el país, grabó los demos del último disco del hombre de Purmamarca, basado en banda de sikuris, y con la banda toba-trance sigue presentándose sábado por medio en el CAFF. “El día y la noche”, se ríe ella. “Con Lipán nunca se ensaya. El te dice tomá, mirá, tocá los temas y hay que seguirlo. Es reinformal en todo, pero tremendamente popular. La alegría de la gente, cuando los recitales terminan, es impresionante. Tiene la capacidad de transformar el ánimo colectivo... canta zambas, y la gente llora. Llega al corazón.”

–¿Y Tonolec?

–También, pero desde una estética totalmente distinta. Aunque no falta lo espontáneo, es algo súper elaborado, producido, cuidado. Artísticamente son dos experiencias opuestas. Me gustan las dos.

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“En la música de Uña los dedos vuelan, van solos; en la de Vilca hay más complejidad armónica.”
 
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