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Domingo, 7 de septiembre de 2014

MUSICA › JAIME TORRES EN EL CICLO INTERPRETES ARGENTINOS DEL COLON

“Acá hubo mucho de lo nuestro que fue muy subestimado”

El charanguista ya se presentó antes en el máximo coliseo porteño, pero en esta oportunidad, además de su grupo, lo acompañarán la banda de Sikuris Aymaras Intercontinentales de la Provincia de Buenos Aires y la notable cantante salteña Melania Pérez.

 Por Diego Fischerman

Eran los años en que Ravi Shankar aparecía en el Festival para Bangladesh, organizado por George Harrison en el Madison Square Garden. Y, también, en que en la lejana Argentina, mucha música de tradición folklórica se convertía en banda de sonido obligada para tiempos donde la militancia y la discusión política –y la idea de lo latinoamericano– atravesaban lo cotidiano. Y a más de uno se le ocurrió la analogía: Jaime Torres era el Ravi Shankar latinoamericano. Más atrás, mucho más, estaban, por supuesto, sus discos para el sello TK junto a Ariel Ramírez, a finales de la década de 1950, cuando apenas tenía 20 años. Y su participación en la grabación de la Misa Criolla, de la que en 2014 se cumple medio siglo. Y el propio Torres se remonta más lejos: “Dedicarse a la música ya era un divague. Y dedicarse al charango, un instrumento despreciado, que no pertenecía a la orquesta sinfónica, mucho más. Por eso, mi primera deuda es con mis padres, porque fueron ellos quienes me apoyaron desde el comienzo”.

La comparación con Shankar, que abundaba en las revistas de comienzos de los ’70, era, por supuesto, poco rigurosa. Pero hablaba de una escucha. De un momento en que los sonidos de lo regional, llegaran de la India o del Altiplano, despertaban un interés similar. No faltaba mucho para que Paul Simon incluyera el charango en su grabación de “El cóndor pasa”. O para que el santafesino Horacio Fumero, compañero de grupo de León Gieco, se fuera como improbable charanguista del Gato Barbieri. Y, en 1972, Jaime Torres fue parte de la segunda de las galas dedicadas a música de tradición popular en el Teatro Colón. La primera había estado consagrada al tango y en esta, en que compartió cartel con Los Chalchaleros, Eduardo Falú y Mercedes Sosa, fue cuando la cantante dejó el micrófono de lado para entonar “Canción con todos” mirando fijamente al dictador Alejandro Lanusse, que estaba en el palco presidencial. Más allá de que el Teatro Colón nunca fue el territorio más amigable para las músicas artísticas que dialogaran con otras tradiciones además de la académica, Torres fue uno de los músicos populares que más veces actuó allí. Regresó en 1984, y diez años después, como solista junto a la Camerata Bariloche y con orquestaciones de Gerardo Gandini. Y volverá hoy (domingo), a las 11 de la mañana, con entrada libre y como parte del ciclo Intérpretes Argentinos. Junto a su grupo habitual, estarán allí, además, la Banda de Sikuris Aymaras Intercontinentales de la Provincia de Buenos Aires y la notable cantante salteña Melania Pérez (ver recuadro).

“Esto es nada más que la continuación de lo que uno ha iniciado hace años. Será una mañana muy particular, porque a los sonidos del charango se sumará la voz de Melania Pérez y una banda de música autóctona; más de treinta músicos. No sé si uno habrá soñado alguna vez eso. Por más que se haya trabajado para eso, verlo ahora en el escenario del Colón será una ocasión muy especial”, cuenta Torres a Página/12. “Cuánto más se puede pedir, que en el lugar de uno, en el lugar de origen, estos espacios estén abiertos a estas propuestas.” Los grandes teatros “clásicos” no son nuevos para el charanguista, en todo caso. Además de sus actuaciones en el Colón, ha estado en la Philharmonie de Berlín, en el Kirov de San Petersburgo y el Lincoln Center de New York. O en Frankurt, donde estrenó un extraño “Concierto de charangojazz”, de Heinz Sauer, junto a la Jazzensemble des Hessischen Rundfunks, que fue grabado por el sello ECM.

No fue el único cruce estético propiciado por un músico que siempre buscó estar abierto a los cambios, sin dejar de ser fiel a su tradición. Torres ha tocado, entre otros, junto a Paco de Lucía, al francés de origen africano Magic Malik, Daniel Melingo y el grupo Divididos. “Había un prejuicio muy fuerte en la Argentina acerca del rock”, reflexiona. “No es que se trate de mi música preferida ni de que me guste todo. Pero sí hay cosas, que creo que van mucho más allá del ruido, que me gustan mucho. Y siempre estoy dispuesto a lo nuevo. Creo que el músico debe tener siempre esa especie de doble conexión, con sus raíces, sin olvidarlas nunca porque son las que lo hacen individual y único y con lo nuevo, que es lo que hace que la música avance. Eso es lo que hizo Paco de Lucía, por ejemplo, y yo me siento muy identificado.”

Nacido en Tucumán, hijo de Eduardo y Pastora, un boliviano y una chilena, y con la infancia dividida entre Bolivia y Buenos Aires, Jaime Torres aprendió a tocar con Mauro Núñez, artista boliviano que le construyó sus primeros instrumentos. Otros fueron construidos por su padre. Y muy pronto comenzó su vida profesional. Jaime Torres lamenta, tan sólo, que de muchas de esas músicas no haya quedado una memoria. “Es curioso –cuenta–, con uno de los que más cerca me sentía y con el que tocábamos todas las noches, en un lugar o en otro, en alguna casa o donde fuera, era con Hugo Díaz, y no ha quedado ni una grabación de aquello. Es difícil grabar en este país. Es difícil que quede memoria. Aquella Suite para charango y orquesta que tocamos en el Colón, sin ir más lejos, nunca logramos que fuera grabada. Lo que para la radio de Frankfurt es posible, y normal, porque ellos hicieron un registro del concierto de jazz y después lo publicaron en disco, aquí en la Argentina es un sueño.” Díaz, Atahualpa Yupanqui, Adolfo Abalos son los nombres que surgen cuando habla no sólo de sus comienzos, sino de esa época de efervescencia en que la palabra folklore iba unida necesariamente al vocablo boom. Con Ramírez, con quien además de las grabaciones iniciales para el sello TK y de haber participado en la versión original de la Misa Criolla, grabó varios discos en dúo, recuerda que “ensayar era muy fácil, muy rápido”. “Enseguida sabíamos cómo iba a ser la canción y en unos minutos ya la teníamos. Después sólo había que tocar.”

Una palabra que vuelve varias veces en el relato de Jaime Torres es “prejuicio”. Se refiere a la mirada ilustrada sobre las culturas nativas o criollas, a la mirada de unos músicos sobre otros músicos y, claro, de unos habitantes sobre otros. Y otra a la que recurre con frecuencia es “enseñanza”. Para él, que desde 1975 organiza en Humahuaca el Tantanakuy (encuentro de unos con otros), con instrumentistas no profesionales y, desde 1980, el Tantanakuy infantil, el valor de algo está indisolublemente ligado a su posibilidad de quedar de alguna manera y de transformar en algo la vida. Afirma que “la música, para ser algo más que unos simples sonidos, tiene que tener algo didáctico; debe dejar una enseñanza”. Y es, por otra parte, bastante reacio a hablar de su propio estilo, de sus buceos musicales a partir de la tradición y de lo que ha conseguido a lo largo de su trayectoria. “Si he logrado algo, debe decirlo la gente –asegura–; lo único que yo puedo decir es que si hubo algo que conseguí fue gracias a las primeras enseñanzas, de mis padres, a su apoyo. Lo que pasa es que los argentinos a veces no nos reconocemos a nosotros mismos. O somos demasiado severos. Y nos cuesta darnos cuenta del valor que tienen expresiones sencillas, muy sentidas y muy nuestras y del desarrollo que alcanzan algunas artes sumamente populares en su origen. Acá tuvo mucho peso la colonización y hubo mucho de lo nuestro que fue muy subestimado durante demasiado tiempo. El charango tiene una tradición y se hacía muy difícil defender la idea de que uno era charanguista. Al mismo tiempo, aunque insisto en que no soy yo quien debe decir nada acerca del valor de lo que haya hecho, sí puedo decir que nunca quise quedarme ni dejar de evolucionar, como instrumentista y en la forma de la creación.”

En esa relación virtuosa entre tradición y renovación, entre lenguaje colectivo y creación, Jaime Torres encuentra el sustento. Para él, eventualmente, no se trata de un cálculo frío ni de una fórmula aplicada mecánicamente. Se siente unido a sus maestros y, también, “a los músicos jóvenes, de los conservatorios, que toman esto como un modelo”. “Lo que creo, y les digo siempre, es que el modelo hay que conocerlo muy bien. Porque incluso para transformarlo, no se puede si no se lo conoce. Lo nuevo, lo que cada uno de nosotros pueda agregarle a la tradición, parte, necesariamente, de allí.”

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Jaime Torres tocó por primera vez en el Colón en 1972, y regresó en 1984 y 1994.
Imagen: Pablo Piovano
 
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