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Jueves, 27 de noviembre de 2014

MUSICA › EDELMIRO MOLINARI Y UNA NOCHE DE PURA MAGIA EN EL PASEO LA PLAZA

Cantar esas canciones inoxidables

Ante una sala repleta y al frente de una banda afiladísima, el legendario guitarrista recorrió canciones de Almendra, Manal, Color Humano y su propia carrera solista, que demuestra que lo suyo no es sólo una apelación al pasado, sino también un rico presente.

 Por Julia González

Cuarenta y cinco minutos de The Division Bell, emblemático disco de Pink Floyd editado en 1994, fueron los que se disfrutaron en las mullidas butacas de la Sala Pablo Neruda del Paseo La Plaza antes de que comenzara el concierto de Edelmiro Molinari y Los Amantes. Con un público fiel que lo sigue y espera, el fundador de Almendra y Color Humano volvió nuevo, como un fénix que renace con toda su gloria tras, en este caso, superar problemas de salud. Apenas tres butacas vacías hubo en la presentación de este nuevo show en el que Molinari se acompañó de un trío macizo integrado por Sebastián Peyceré (batería), Víctor Sanders (bajo y contrabajo) y Virginia Alvarez (violín). Tres butacas libres: el resto de la sala estaba ocupado por un público (al que Molinari llama “los amantes”) que coreaba los clásicos de Color Humano y Almendra, y también las perlitas de Manal y Pescado Rabioso, que despuntó junto a Los Amantes y las participaciones de otros dos incunables del rock: Kubero Díaz (La Pesada del Rock and Roll y Los Abuelos de la Nada en su última etapa) en la guitarra, y su ex compañero de Almendra Rodolfo García, en la batería.

Con “Uno por uno”, una canción casi de protesta incluida en Contacto (2012), empezó lo nuevo de Molinari. La búsqueda de un mundo mejor, “ese paraíso que nos tocó”, la relación con la naturaleza y el amor, son una constante en las letras de las canciones que bajaron como un bálsamo en las sierras puntanas, acaso su lugar en el mundo. Por eso no es extraña la elección de “No pibe”, de Manal, que tocaron promediando el show, con una letra que alecciona a los chicos sobre los valores que, según Javier Martínez, hay que seguir, en virtud de ser amados.

El inicio fue con el sonido y la estructura de la banda como pendiendo de un hilo, pero en minutos se afiló furiosa y rockera para nunca decaer. Fue cuando el histórico guitarrista soltó la frase: “Sin ritmo, la vida no existe”. Frase que con el correr del show se entendería en su totalidad porque Molinari es una mole de fuerza, compás y groove, cuyas guitarras características parecen desmerecerse en el contorno de su físico, más aun esa pequeña Alembic, un modelo exclusivo que usó para el final. Entonces, ritmo le sobra.

“Sílbame, oh cabeza” fue la primera canción de Color Humano que sonó, con una rotunda base de power trío (la violinista se incorporaría hacia el final), plausible de la envidia de cualquier banda de chicos. De esta manera, furiosa y al borde del acople, el trío se ajustó y alcanzó la temperatura ideal, aunque Molinari culpara al “calor, las luces y la pasión” de desafinar las guitarras. Intercalando temas legendarios de Color Humano y Almendra con otros de la etapa solista en la cual Molinari grabó cuatro discos, llegó un momento supremo con “Color humano”, con García y Alvarez, cuyo violín fue épico en el cruce con las guitarras. El armado de la batería del ex Almendra lleva algunos minutos en los que el guitarrista aprovechó para regalar, sólo con su Fender, una bella versión de “Teta de amor”, incluida en Expreso de agua santa (2006). Se luce así la voz, que regresó con todo el caudal y esa tonalidad inconfundible. Lo mismo sucede con “Cosas rústicas”, acaso el hit de Color Humano, si cabe el mote de hit para una banda indescriptible que jugó con los recursos atonales y con largas sesiones de música instrumental.

Sube un poco más el nivel y la temperatura con “Hace casi 2000 años”, también de Color Humano, en la que el violín acompaña esa melodía que asemeja el vuelo de un águila sobre la punta nevada de alguna montaña. Peyceré se destaca y es posible que el pensamiento de muchos de los asistentes se remonte al recuerdo de Oscar Moro, el fallecido baterista que inmortalizó ese toque. “Kuberito, una golondrina volando de noche”, define Molinari la gracia de los movimientos del guitarrista con el que se trenzaron en zapadas y solos, para dar paso a una enérgica “Post Crucifixión”, de Pescado Rabioso.

No faltó “Mestizo”, de Almendra, en la que Molinari rinde un homenaje a las etnias de toda América, y en la cual hubo intensos solos de batería y de bajo. También sonaron “Hombre de las cumbres”, de Color Humano; y los temas de su etapa solista, “Contacto”, “Dame, dame, dámelo”, “Amantes solitarios” (incluido previamente en la vuelta de Color Humano en el Roxy), y “El vuelo 144”, entre otros. Sólo hubo un bis y era el que coreaba la sala entera. Pero antes de terminar con “Mañana por la noche”, Edelmiro llama al escenario a Jorge Lescano y lo presenta: “el que gatilló todo esto: músico, hermano y amigo”. Y así, con los brazos en cruz y en un simbólico abrazo, dijo “gracias”. Y se despidieron con ese rockandroll y la certeza de que a las leyendas vivas hay que besarlas en la Tierra porque el cielo queda un poco lejos nomás.

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Molinari regaló perlas como “Mestizo”, “No pibe”, “Amantes solitarios” y “Sílbame, oh cabeza”.
Imagen: Jorge Larrosa
 
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