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Lunes, 13 de junio de 2016

MUSICA › RECITAL DE FERNANDO CABRERA EN LA USINA DEL ARTE

El encanto de una ceremonia mínima

Cabrera canta Mateo y Darnauchans se llamó el show, que fue además la presentación de un disco que registra en vivo un concierto en Montevideo. Solo con su guitarra o acompañado por Edu “Pitufo” Lombardo, el músico uruguayo conmovió a los espectadores.

 Por Santiago Giordano

Minutos después de la hora señalada para el inicio del concierto, desde el fondo del escenario de la Usina del Arte aparece Fernando Cabrera. Camina lento por el amplio espacio que lo separa de la silla que lo espera en el proscenio, llega, se agacha para mover alguna perilla, se sienta y se acomoda la Fender, que será su única compañía durante la primera parte del concierto. La ceremonia es mínima, tiene el vértigo que podría tener un momento en la cola del cajero automático y la profundidad que hace falta para prender el octavo cigarrillo del día. Sin embargo, cuando después de un saludo mínimo y dos mínimos acordes de guitarra, con el rango sonoro de un tango que sale de una victrola, Cabrera canta “...se detienen en las plazas como esperando la noche con los ojos fugitivos y las sienes en desorden...”, un universo musical, articulado y poderoso, comienza a delinearse. Bastan cuatro versos de Eduardo Darnauchans y el aura de lo conmovedor se apersona en la sala.

Así apareció el uruguayo el sábado pasado en La Boca, solito con su guitarra y sus maneras propias, munido de canciones preciosas de Darnauchans y Eduardo Mateo que compartió con un auditorio lleno que, a juzgar por los aplausos, conformaba sus expectativas, sin privarse de novedades y asombros. Cabrera canta Mateo y Darnauchans, se llamó el show, que fue además la presentación de un disco que registra en vivo un concierto en Montevideo de agosto de 2015, recientemente publicado en Argentina por el sello Acqua.

En la inmensidad del escenario, Cabrera canta solito con su Fender, que tanto sabe del silencio y sus aproximaciones. En el imaginario del Río de la Plata, el cantor con guitarra ocupa un lugar sugestivo. Acaso es el hijo directo del payador, gracia poética de lo común, versificador de generalidades que hace propias. Así, amplificando lo mínimo, Cabrera parecía la actualización de esa figura, con la urbanidad que le cabe a un artista de su tiempo y con memorias más o menos difusas de una genealogía que con las todas las variables posibles podría remontarse desde los Nava hasta Los Beatles.

Una vez más, Cabrera cantó canciones ajenas para decir lo propio. Esta vez eligió a Darnauchans y Mateo, dos de los autores más significativos de una manera de hacer canciones que sin tanta reverencia por el pasado terminó creando una tradición propia. Una tradición fundada en múltiples raíces y consolidada en los más variados diálogos, de la que Cabrera es cabal prolongación. Darnauchans y Mateo representan la gran estatura artística de esa parte de la canción uruguaya que sin perder sensibilidad e inmediatez a menudo logra estar más allá de los estereotipos, en la que es posible hablar de poesía en las letras y escuchar músicas que no conceden nada a la trivialidad. A eso se suma el misterioso encanto de lo desconocido: Mateo y Darnauchans son dos de las voces todavía no del todo explicadas de esa riqueza casi abandonada.

Implacable en esa economía con la que construyó un estilo inconfundible, Cabrera hizo canciones sobre canciones. Primero sobre las de “Darno”, con “Como los desconsolados”, “Balada para una mujer flaca”, “Final”, “Épica”, “Canción dos de San Gregorio”, temas diseminados en una discografía que tiene en Sansueña (1979), Nieblas y neblinas (1984) y El trigo de la luna (1989), por ejemplo, momentos de raro esplendor artístico.

La conjunción de “Amigo lindo del alma” y “Un canto para mamá”, temas de Mateo, fueron el preludio a la presentación del invitado: Edu Pitufo Lombardo. Sin alterar esa particular y encantadora manera de reflexión a media voz que había instaurado Cabrera, se abrió la rueda para que entrara Lombardo y trajinara entre la guitarra criolla y la percusión, aportando además el particular color de su voz. El ida y vuelta entre Cabrera y Lombardo se medía en pequeños gestos, sutilezas que se amplificaban y arrojaban otras luces sobre temas de Mateo: “Por qué” y “La chola” combinadas, “hoy te vi”, “Remedio e’ yuyo” y “Lo dedo negro”, dedicada a Rubén Rada, recordado por Cabrera como gran ganador en los recientes Premios Gardel. “Se los llevó en un bolso que pesaba un montón. Dicen que es de oro macizo, así que el año que viene me presento”, bromeó desplegando una sonrisa, mínima y expresiva como su manera de hacer canciones.

Entre tanto homenaje, encontró espacio también para algún tema de Lombardo, como “Cuatro pétalos”, dedicado a Los Beatles, y canciones propias, como “Punto muerto”, mezclada entre las de Darno y Mateo, y más tarde entre los bises, que fueron reclamados enérgicamente por el público, “Imposibles” y “La garra del corazón”.

Inmejorable comienzo para el ciclo Songbook de La Usina del arte. Cabrera canta Mateo y Darnauchans, con Pitufo Lombardo como invitado: un homenaje a la gran canción de un paisito que para muchos es todavía un territorio digno de ser descubierto. Un concierto que afirmó a Cabrera como el gran fusible de una usina creativa entre las más interesantes de una actualidad alimentada por una tradición que con gestos mínimos y contundentes aprendió a crear grandes cosas.

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Una vez más, Cabrera cantó canciones ajenas para decir lo propio.
Imagen: Dafne Gentinetta
 
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