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Domingo, 23 de octubre de 2016

MUSICA › RICHARD ASHCROFT PRESENTA THESE PEOPLE EN EL GRAN REX

“El poder de la música es superior a cualquier cosa”

El ex The Verve pasó ayer por la primera noche del Personal Fest, y hoy continuará su relación con el público argentino con un show más íntimo e intenso. “Estoy listo para todo: para amar, para pelear y para recibir diferentes tipos de energía”, afirma.

 Por Yumber Vera Rojas

Por más que se le haya acusado de plagio, a tal instancia de que no sólo dejó de ganar dinero con su mayor éxito sino que perdió el control de la canción, Richard Ashcroft se ganó un pedestal en el Olimpo de rock gracias a “Bitter Sweet Symphony”. Y eso nadie se lo podrá expropiar. A casi dos décadas del lanzamiento del tema al que el artista inglés describió como “la melodía más bonita del mundo”, y en cuyo video deambula iracundo por las calles de Londres, llevándose por delante todo lo que encuentra a su paso, el ex líder de The Verve vino por primera vez a Buenos Aires para demostrar que no es lo único que supo hacer bien. Con un álbum solista reciente, These People, aprovechó para ponerse al día con el público argentino en su dilatado debut local. Así que además de su presentación de ayer en la jornada inaugural del Personal Fest 2016, este icono del britpop brindará mañana un show más intenso, expeditivo y personal en el Teatro Gran Rex, a las 21.

A diferencia del resto de los artistas que por estos meses bajan a la capital argentina, envueltos en la vorágine de los tours, en los que con suerte llegan a ver el Obelisco y a comer algo del gourmet local, Ashcroft arribó con varios días de antelación a sendos recitales, acompañado por su esposa Kate Radley (ex integrante del grupo Spiritualized) y sus dos hijos, para disfrutar de Buenos Aires. “Es una ciudad impresionante”, asegura el músico que entre 2007 y 2009 se reunió con sus antiguos compañeros de banda, aunque el experimento desempolvó viejos demonios colectivos. Pese al fracaso, en esa oportunidad, este símbolo del proletariado británico –pese a que viste como un dandy– logró contener el costado autodestructivo de su personalidad, el que le había valido el mote de Mad Richard. Sin embargo, por más que le ganó la partida a su lucha contra los excesos, algunos tics dan fe de aquel pasado. Pero lo que más llama la atención en su aspecto, si bien siempre lució una figura delgada, es su tez demacrada y esos ojos saltones, cuyo azul profundo por momentos se torna invasor.

Detrás de ese aspecto que dista del de su registro mediático, Ashcroft, amén de amabilidad y honestidad, desborda verborragia, energía y mucha confianza en sí mismo. Todo esto, combinado con cierta cintura pugilística al mover las manos durante la charla, lo que agrega expresividad y encanto. Una vez que termina la tanda de fotos, la estrella invita a ingresar a uno de los salones de un fastuoso hotel del barrio de Recoleta, secundado por su jefe de seguridad Steven, el cual comparte con su camarada Noel Gallagher y quien le compite en carisma. Apenas cierran la puerta y dejan atrás la tarde lluviosa, ambos se sientan y se distienden. “Steven fue el que me llevó a La Boca”, explica el cantautor, luego de que se conociera que un día antes había pisado la Bombonera. “No soy de Boca ni de River. Si bien Boca está relacionado con Diego, soy del Manchester United. Pero tenía ganas de conocer un símbolo de Buenos Aires”.

–Pero Tévez juega en Boca... ¿Le perdonó la “traición” de que se haya ido al Manchester City?

–Yo soy músico. Cuando tenía 17 años, quizás eso me hubiera molestado. A pesar de haber jugado para ambos equipos, y por más que pareciera una provocación y fuera una decisión lamentable, es una leyenda. No es el único que hizo algo así. Tampoco estuve de acuerdo con muchas cosas que se dijeron en torno a él. Para mí, ver estadios viejos y no tan perfectos, como la Bombonera, sigue siendo algo que me llama la atención. Tiene alma propia. Y se palpa.

–Podría haber sido futbolista profesional, al punto de que se formó en las canteras de la escuela de Bobby Charlton y jugó en el Wigan Athletic, pero decidió abocarse a la música. ¿Cómo fue ese proceso?

–Ahora soy mejor que cuando era pendejo. De chico, jugaba en el lado izquierdo. Aunque en esta época a los zurdos los ponen a la derecha del campo para hacer la diagonal. Me parece que no estaba en el lugar justo ni era el momento indicado. Además, a los 17 o 18 años entré en contacto con la música a través de la escuela. Así conocí a Nick (McCabe), guitarrista de The Verve. Y a partir de entonces, formé parte de una banda y me convertí en cantautor. Sin embargo, recién a los 25 o 26, luego de que The Verve se separara, gané la confianza necesaria para componer y crear una canción con todos los arreglos.

–¿Y cómo era antes?

–Cuando la banda estaba tocando, si algo me gustaba le pedía a los músicos que lo hicieran de vuelta. Pero todo eso era compuesto por mí de punta a punta. En el momento en que logré creer un poco más en mí, saqué mi primer disco en solitario, Alone with Everybody (2000).

–¿Qué expectativas le generó con su debut en la Argentina?

–Mi expectativa es pararme sobre un escenario e intentar que el público se emocione. Que veinte personas personas o cientos de ellas puedan conectarse con ese instante. Debido a que nunca estuve acá, mi idea es comenzar formalmente mi relación con mis fans en la Argentina y volver pronto, para seguir cultivándola. Así que estoy dispuesto a que eso suceda, me encuentro en forma. Y es que para estar frente al público se requiere de mucha energía. Estoy listo para todo: para amar, para pelear y para recibir diferentes tipos de energía. Me emociona no saber qué va a pasar.

–En su nuevo disco evoca el espíritu cancionero de sus primero álbumes solistas. ¿Cómo fue el proceso de producción en esta ocasión?

–Musicalmente, estoy mucho más abierto. Además de que pasé mucho tiempo experimentando con máquinas, ahondando en su lenguaje y descubriendo el legado de los pioneros de la electrónica, trabajé en la sala que tengo en mi casa. Aprendí a esperar. Estuve hilvanando esas canciones por mucho tiempo, poniéndolas a prueba en una situación conflictiva, hasta que sentí que estaban maduras. Una de las sensaciones que me quedó, tras la aparición del álbum, es que estuve adelantándome al futuro. Siento que todos estamos interconectados y que la gran mayoría de nosotros desea una realidad diferente a la que hoy vivimos.

–¿A qué se refiere?

–No pretendo en ser un líder ni en transformarme en un icono con lo que voy a decir, pero éste es un momento en el que existe el caos en todas partes. Instagram es una buena manera de comprender cómo nos relacionamos. Si bien ahora estoy en la Argentina, sé qué lo sucede en Japón o en cualquier otro lugar en el mundo. E incluso puedo llegar a enterarme de a quién le gusta David Bowie o Bob Dylan sin moverme de acá. Ya no nos comunicamos cara a cara sino a través de un teléfono. Antes lo hacíamos en un bar, tomando una cerveza. La gente se fija mucho en la imagen y eso lo ves en los shows. Se filman para contarles a otros que están en ese lugar y no viven el momento. Y en este momento de mi vida lo que más me importa es el contenido. Aún creo que el poder de la música es superior a cualquier cosa. Cuando hice “Bitter Sweet Symphony”, sentí ese poder.

–¿Piensa que la música perdió contenido?

–Artistas como Brian Wilson o Marvin Gaye representan el poder de la música. Se trata del único producto en el mundo, además diseñado con calidad, que no tiene precio. Mis canciones tienen el mismo valor que un Roll Royce. Comprar un disco de los Beatles, como Rubber Soul, y convivir con sus temas toda la vida, es una experiencia que no tiene precio. A lo que apunto, más allá de lo que pueda decir una corporación o una revista, es la sustancia. Un pintor hace un cuadro para que alguien lo compre, lo ponga en su pared y nadie más lo pueda ver. Y con la música no sucede eso porque cualquier persona tiene acceso a ella.

–El año próximo se cumplirán dos décadas de la aparición del álbum con el que saboreó la gloria, Urban Hymns, de The Verve. ¿Cree que es el mejor disco que hizo o supone que su obra cumbre está por suceder?

–Lo mejor de un artista es sentir que progresa. Creo que hice y sigo haciendo buenas canciones. En These People hay temas que lo confirman, como “Out of my Body” o “Black Lines”, que representa el futuro. Todo eso habla de mi vida. Por más que psicológicamente no ubiquen a Richard Aschcroft cuando escuchen a una canción de The Verve, yo era el que estaba el que estaba detrás de incluso los pequeños detalles de producción, composición o en los arreglos.

–¿Aún padece esa indiferencia?

–Cuando me lancé como solista, muchas personas creyeron que no iba a estar al nivel de The Verve porque pensaban que no tenía la capacidad. Por supuesto, desconocían la interna del grupo. En muchos de los temas que compongo está la idea de superarme y de que lo próximo que vendrá, en términos de composición, será mejor. Me parecen que las canciones que hice como solista también son buenas. Una de las cosas que me gusta es generar una cuestión hipnótica que me atrape, pero al mismo tiempo transmitir letras crudas. Algo similar a una patada al estómago, al igual que lo hacía John Lennon. Si en contienda imaginaria alguien lleva sus mejores temas y se atreve a competir conmigo, sé que al final de la noche voy a salir victorioso. Llegué a ser el compositor número uno, no sólo del Reino Unido sino del mundo, de manera que sé hacer bien mi trabajo. Además, provengo de una generación de cantautores, entre los que destaco a Tom Yorke, que hizo himnos excepcionales partiendo de una guitarra acústica.

–Debido a que conoce a fondo el oficio de la composición, ¿qué opinión le merece que Bob Dylan haya recibido el Premio Nobel de Literatura? Muchos saltaron a decir que la canción no es un género literario...

–Mucha gente subestimó la música pop o rock durante décadas. Dylan tendría que haber recibido el Nobel hace treinta años, no ahora. Si la poesía de por sí es increíble, imaginate lo que es con melodía, en formato de canción. Es algo súper poderoso. Aunque al final de cuentas me parece que ese premio es un chiste. Si le dieron el Nobel de la Paz a Obama. Dejate de joder... Si fuera Dylan, no lo recibiría. Aunque en lo particular, no le doy importancia a los galardones. Lo que sí es realmente relevante es el poder que tiene la música para transformar. Un recital de los Stones Roses cambió mi vida para siempre, al punto de que tres años más tarde estaba firmando un contrato con una de las compañías discográficas más poderosas y girando por el mundo. Sé que cuando hago un show, quizás haya alguien al que puedo inspirar para que después lleve adelante su propio proyecto artístico. Eso es lo más importante que puedo lograr. Una vez conocí a un chico que vio a The Verve en directo y a partir de eso creó su propio sello discográfico. Por eso cuidábamos en su momento cada uno de sus detalles: estábamos conscientes del impacto que podíamos provocar. Si te gusta mi música, vení a verme, pero no hagas lo mismo que yo, sé original. Un show en vivo es un momento único. Cada vez que me paro en un escenario, no me olvido de eso.

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“La música es el único producto en el mundo que no tiene precio. Mis canciones valen lo mismo que un Rolls Royce”, dice Ashcroft.
Imagen: Guadalupe Lombardo
 
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