Un programa tan inusual como exigente. Una orquesta en gran estado, eficaz en todas sus filas y con grandes actuaciones de sus solistas. Un director meticuloso y perfeccionista. Un concierto gratuito en una de las mejores salas del mundo. Un público que la colmó, escuchó con atención y ovacionó en el final. Todo sucede con la máxima naturalidad. Es algo dado, podría pensarse. Conviene reflexionar en la excepcionalidad que cada una de esas variables constituye por sí sola y en la altísima infrecuencia de que puedan conjugarse con la habitualidad con que suelen hacerlo en Buenos Aires.
Los conciertos gratuitos –es decir los que alguien paga para que el público pueda acceder a ellos de manera gratuita, que no es exactamente lo mismo– tienen una larga historia. Grandes orquestas, como la NBC fundada por Arturo Toscanini, que transmitía radialmente sus presentaciones a millones de oyentes, la RIAS de Berlín y otras como la Sinfónica de Londres o de Boston en ciclos y programas especiales,  participaron alguna vez de la idea de que el fin de estos organismos financiados por los Estados es llegar al máximo de oyentes posibles. Que en la programación de este último concierto de la Sinfónica Nacional no hubiera rasgo de concesión o demagogia, que la sala estuviera tan llena en la segunda parte, y al final de la actuación, como al principio, y que entre el público hubiera muchos de los asistentes a los diversos cursos que se brindan en ese mismo centro cultural, fueron signos, en todo caso, de un cierto círculo virtuoso. Un círculo al que solo le faltaría, en todo caso –y no es un detalle menor– que esta orquesta dejara de ser una de las peor pagas en todo el país. Su calidad y, desde ya, la función que cumple, lo demandan.
Requies, compuesta por Luciano Berio en 1983 en memoria de su mujer, la notable cantante Cathy Berberian, que había fallecido en marzo de ese año, es una especie de homenaje a la línea vocal aunque, claro, sin voces. Una sola línea, de lirismo contenido, muta, circula, como una ola que se carga y descarga de sonidos, por las distintas secciones de la orquesta conformada por cuerdas, maderas, arpa y percusión. Panisello logró una concentración extrema por parte de la orquesta, con una tensión que no decayó en ningún momento y destacadísimas participaciones de los solistas de flautín y oboe. En su propia obra, Movimientos para piano y orquesta, participó el gran pianista greco francés Dimitri Vassilakis. Con una seguridad técnica apabullante se internó en un universo de sonidos proliferantes como cascadas y, sobre todo, mantuvo un diálogo permanente con el resto de los instrumentistas. Obra virtuosa tanto para el solista como para la orquesta, que está lejos del papel de mero acompañante, la composición funciona en muchos momentos como espejos caleodoscópicos –sonidos que generan nuevos sonidos y se reflejan en ellos– con una escritura complejísima y al mismo tiempo llena de naturalidad, que tuvo en la Sinfónica al cómplice necesario.
La segunda parte estuvo dedicada exclusivamente a la Sinfonía Nº 3 de Witold Lutoslawski, completada el mismo año que la composición de Berio. Se trata, además de una obra bellísima, de uno de los grandes ensayos sobre ese género –y esa forma y esa idea de la autonomía de los discursos instrumentales– producidos en la segunda mitad del siglo XX (y casi a las puertas del XXI). En su tercera sinfonía se presentan dos movimientos y el primero es la preparación del segundo. La obra tiene una unidad extraordinaria, más allá de la recurrencia de un tema de unas pocas notas que se escucha al principio, retorma como puntuación a lo largo de la obra y acaba cerrándola, pero, sobre todo, es un ejemplo magistral de juego entre solistas, secciones orquestales y conjunto orquestal. La actuación de cada una de las secciones de la Sinfónica, brillante en los dos fugatos de las cuerdas, en sus solistas de flauta, oboe, clarinete y fagot, en la percusión –a la que se incorpora un piano a cuatro manos– y en los bronces, fue fantástica, rica en dinámicas y plena de matices. Panisello logró un manífico equilibrio entre el detalle, la claridad de planos y la fluidez narrativa. Pero, sobre todo, fue notable la concentración, tanto suya como de los instrumentistas, capaz de mantener la tensión –y la excitación– a lo largo de toda la sinfonía.  

 

10 - ORQUESTA SINFONICA NACIONAL

Obras de Berio, Panisello y Lutoslawski 
Solista: Dimitri Vassilakis (piano)
Director: Fabián Panisello
Centro Cultural Kirchner, viernes 11