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Lunes, 5 de diciembre de 2005

LITERATURA › EL EDITOR JORGE HERRALDE HABLA DE “PARA ROBERTO BOLAÑO”

Las marcas del trapecista sin red

El fundador de la editorial Anagrama explica el sentido del libro que escribió en homenaje al notable autor chileno, fallecido en 2003. “Fue un buceador a pulmón libre”, subraya.

 Por Silvina Friera

¿Cómo definir a Roberto Bolaño?”, se pregunta el editor Jorge Herralde. Y aunque intuye que a priori la empresa está condenada al fracaso, arriesga un par de hipótesis como amigo y lector de primera mano de muchos de los manuscritos del escritor chileno. “Un explorador audaz, un buceador a pulmón libre, un trapecista sin red.” Para Roberto Bolaño (Adriana Hidalgo) es un libro homenaje que el fundador de la editorial Anagrama acaba de publicar en la Argentina. En esos textos repasa las peripecias de la carrera de un escritor que emergió a mediados de los noventa con tres libros impresionantes, tan adictivos que dejan al lector con ganas de más: La literatura nazi en América, Estrella distante y Llamadas telefónicas. Si este comienzo auguraba un futuro promisorio, el fenómeno se disparó a fines de 1998 cuando publicó Los detectives salvajes, que ganó el Premio Rómulo Gallegos. Elvio Gandolfo la calificó como “la Gran Novela Despeinada iniciada en Argentina por Adán Buenosayres de Marechal y sobre todo Rayuela de Cortázar”, y el crítico español Ignacio Echevarría dijo que era “el tipo de novela que Borges hubiera aceptado escribir”. La muerte sorprendió a Bolaño en su apogeo, el 14 de julio de 2003, y dejó huérfana a la generación más joven –la de Fresán, Volpi o Gamboa– que lo había elegido como su líder indiscutido.
Herralde relata el pasaje de la “clandestinidad” literaria –cuando se presentaba a toda clase de concursos– a la publicación en grandes editoriales. Bolaño se propuso publicar “al menos un libro al año en Anagrama”. Pero antes de que se cumpliera este deseo, ganó varios de esos concursos que él llamaba “premios búfalo”. Después de este fogueo empezó a jugar en primera con La literatura nazi en América (Seix Barral), pero a pesar de las buenas reseñas en los suplementos culturales de El País y La Vanguardia, las ventas fueron escasas y al cabo de un tiempo casi la totalidad de la edición fue gillotinada, episodio que, según revela Herralde, resultó muy traumático y que el escritor nunca olvidó. Esa misma novela había sido rechazada en Alfaguara, Destino y Plaza & Janés. Por estrategias de supervivencia, Bolaño también la había enviado al concurso de novela Anagrama en 1995. Y los destinos del “último mohicano” de los editores y el detective salvaje se cruzaron para siempre.
“La novela fue preseleccionada, luego la leí yo mismo y me gustó mucho, pero recibimos una carta de Bolaño, que vivía en la calle del Loro 17, 3º, sin teléfono o por lo menos no lo comunicaba, diciendo que retiraba su novela del premio ya que había sido contratado en otra editorial –revela Herralde–. Me tomó totalmente por sorpresa, ya que, fuera el que fuera el resultado de nuestro concurso, pensaba publicarla y creía que nos la había enviado sólo a nosotros. Le escribí diciéndole que si algún día venía a Barcelona, me gustaría hablar con él, y añadí, un tanto escuetamente, que La literatura nazi en América ‘me causó buena impresión, aunque dudaría en calificarla de novela’.” A los pocos días se conocieron, Herralde le pidió leer otros textos y Bolaño le acercó Estrella distante, que se publicó en 1996. Pero a pesar de la amplísima acogida crítica que tuvo, se vendieron en todo el mundo 951 ejemplares de Estrella... el mismo año de su edición, y 816 y 818 en 1997 y 1998, respectivamente. Con Llamadas telefónicas (1997), de similar repercusión crítica, trepó a 2651 ejemplares vendidos el primer año. “Como autor, como amigo, Roberto era un caso bien notable, con incontables curiosidades de todo tipo, y desde luego literarias, cinematográficas e incluso televisivas –recuerda Herralde–. Y le gustaba hablar –bien, regular o pésimo– de los libros de otros escritores. No siempre sucede entre sus colegas, a menudo tan absortos en sus propias obras”. El editor señala además que los manuscritos de Bolaño estaban “impecables, muy trabajados”, y admite que si bien a veces aceptaba sus sugerencias, otras, no: “o Roberto era muy testarudo o estaba muy seguro de sus textos”.
Y el escritor siguió publicando un libro por año, a veces con yapa: Los detectives salvajes (1998), Amuleto (1999), Monsieur Pain (2000), Nocturno de Chile (2000), Putas asesinas (2001), Amberes (2002) y El gaucho insufrible (2003). Su obra alcanzó las 49 traducciones en 12 países. “Teniendo en cuenta que la edición en todos los países se guía por los criterios de best sellers puros y duros que tan bien conocemos y padecemos, nos sentimos, creo, legítimamente orgullosos de que, buscando siempre a los editores extranjeros más sensibles y receptivos a una obra tan radicalmente literaria como la de Bolaño, hayamos contribuido, de forma eficaz, a difundirla en el ámbito internacional”, subraya Herralde, y confirma que la especulación de los críticos respecto de la próxima candidatura del escritor chileno al Premio Nobel de Literatura se prestaba a las bromas entre el candidato y su editor. “Si hubiera seguido con vida después de 2666 (su novela póstuma), quizá los muy erráticos miembros de la Academia Sueca se hubieran rendido a la evidencia.”
Sobre la monumental 2666 (publicada inicialmente en un único tomo, pero que se editará en cinco en la colección de bolsillo) Herralde, fuente de inspiración de uno de los personajes de la novela, el editor alemán Bubis, dice que “pertenece al club de El proceso y El castillo, de (Franz) Kafka; En busca del tiempo perdido, de (Marcel) Proust; El hombre sin atributos, de (Roberto) Musil, o Bouvard y Pécuchet de (Gustave) Flaubert. Un club de ‘inacabadas’ novelas inmortales”. Y añade una observación central respecto del estilo literario del escritor chileno: “Daba la impresión de que escribía como Kafka dijo, creo, que debería escribirse: escribir como si estuviera muerto. Y Bolaño escribió a modo de epitafio: ‘El mundo está vivo y nada vivo tiene remedio y ésa es nuestra suerte’”. Herralde la considera una frase desesperada, pero también lúcida y sarcástica, “la marca de fábrica de un escritor chileno llamado a perdurar, un orgullo de literatura universal”, concluye.

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Herralde y Bolaño, editor y autor, pero también amigos.
 
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