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Miércoles, 1 de diciembre de 2010

LITERATURA › TOMáS ELOY MARTíNEZ, HOMENAJEADO EN LA FERIA INTERNACIONAL DEL LIBRO DE GUADALAJARA

Recuerdos vivos de un escritor singular

Trescientas personas siguieron con emoción la charla de la que participaron el nicaragüense Sergio Ramírez, el español Juan Cruz y Ezequiel Martínez, hijo del autor de Santa Evita. Se anunció que habrá otro tributo, seguramente multitudinario.

 Por Silvina Friera

Desde Guadalajara

En la pantalla de la sala principal de la Feria Internacional de Guadalajara (FIL) está Tomás Eloy Martínez. Las fotos marcan el compás del recuerdo de una vida intensa que resistió los embates de una larga enfermedad. Se caía y peleaba. Se levantaba y seguía luchando, hasta el final, con una fortaleza descomunal. Aunque el cuerpo no respondía, necesitaba que sus hijos lo ayudaran a sentarse frente a la computadora. Sólo aspiraba, como siempre, a escribir unas líneas más en esa carrera contra reloj por trascender. En los últimos días confesó que le gustaría morir en una casa frente al mar. Acá, en la pantalla, están sus pies sobre la arena de Mar de las Pampas: cómo no cumplirle ese sueño a un escritor que amasó su literatura con la arcilla de lo que soñaba. “Quince días antes de su muerte lo llevamos al mar –cuenta Ezequiel Martínez, uno de sus siete hijos, periodista como su padre–. Ya no caminaba, pero lo cargamos en una reposera, como a un faraón. Y quiso mojarse los pies, sentir las olas.” Todos en la sala conocen el desenlace: Eloy Martínez murió el 31 de enero de este año. Unas trescientas personas escuchan, con la emoción contenida, las anécdotas de Ezequiel, que está acompañado por dos amigos entrañables del autor de Santa Evita: el nicaragüense Sergio Ramírez y el escritor y periodista español Juan Cruz.

Tomás Eloy Martínez juega de local en estos pagos: fue muy conocido y querido en Guadalajara. En 1991 participó de la fundación del diario Siglo XXI. En esta ciudad formó a muchos periodistas que hoy le harán otro homenaje. Y anuncian que será multitudinario. “El mejor homenaje que se le puede hacer a un escritor es seguir leyéndolo”, afirma Cruz. “El aliento insólito de Tomás le permitió contar la vida con una pericia extraordinaria. Había en él una rabia de periodista viva hasta el último momento.” La memoria del escritor español hilvana momentos compartidos en el departamento de la calle Pueyrredón. “Tomás preparaba las visitas que recibía como un inglés, pero a medida que avanzaba su enfermedad, las hacía cada vez más temprano. Primero eran visitas de whisky; luego, de gin tonic y la última, de té.” La risa, ese aceite indispensable ante el dolor, espanta la tentación del llanto. En esos encuentros, ya fuera por el lubricante del alcohol o una infusión inocua, la lengua se ablandaba y cedía paso al “chisme literario” que circula de boca en boca. Eloy Martínez decía que Borges y Macedonio estaban hablando de Lugones, según recuerda Cruz. “Parece que Borges le dijo a Macedonio: ‘¡Qué raro Lugones, con todo lo que sabe! ¿Por qué no escribirá libros?’”

El escritor nicaragüense, amigo, lector y alumno aplicado, lee un texto que escribió para este homenaje. “Cuando Eva Duarte se encontró por primera vez con Juan Perón, en el Luna Park, la noche del 22 de enero de 1944, en que se daba una función artística de beneficencia por los damnificados del terremoto de San Juan, ella le dijo cuando estuvieron sentados lado a lado: ‘Gracias por existir’.” Ramírez desmenuza el revés de esta frase de Santa Evita. “La historia fue modificada a partir de la novela, igual que los propios personajes de la historia argentina y de la novela, Juan Domingo Perón y Eva Duarte, fueron modificados y ya no serían nunca más los mismos desde que pasaron por las manos de su novelista inevitable.” Una pancarta se apropió de la frase de Eloy Martínez, tiempo después. Quizá quienes la escribieron creyeron al pie de la letra que eran palabras de Evita: “General Perón: gracias por existir”. El ex vicepresidente de Nicaragua plantea que el autor de Purgatorio colocó al final la literatura por encima de su otra pasión, el periodismo, “aunque en sus novelas nunca abandonó el periodismo”, aclara. “Escribía sus novelas con la técnica del reportaje para fingir mejor la verdad, creaba una realidad paralela mucho más creíble que la realidad.”

Los testimonios coinciden: Tomás nunca dejó de escribir “ni se dejó amedrentar por la muerte”. En los últimos tres años de vida, comenta Ezequiel, domesticando la emoción con el pie en el acelerador del habla, acompañó a su padre en sus viajes y compromisos. “En esas charlas largas que sosteníamos me iba preparando para lo que iba a venir, y me pidió que creara una fundación que llevara su nombre para estimular la creación de los jóvenes escritores, porque creía que había mucho talento en América latina y que no siempre tienen la posibilidad de publicar.” La Fundación Tomás Eloy Martínez funciona en la biblioteca Miguel Cané, donde trabajó Borges. Ahí, en ese lugar, ya están los volúmenes de la biblioteca personal del escritor y periodista, que podrán ser consultados por el público. “En un mismo espacio van a convivir Borges y mi papá –dice Ezequiel–. Podemos esperar cosas buenas de ese lugar.”

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Eloy Martínez en la arena de Mar de la Pampas, una imagen que conmovió en el homenaje en Guadalajara.
Imagen: Gonzalo Martinez
 
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