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Jueves, 2 de diciembre de 2010

LITERATURA › FERNANDO VALLEJO EN LA FERIA DEL LIBRO DE GUADALAJARA

“Todo cambia, todo pasa, todo se acaba”

Ante un auditorio que festejó cada una de sus frases, el autor de La virgen de los sicarios habló de los e-books: “Cuando cunda en serio el libro electrónico, esta profesión tan honorable va a quedar más discontinuada que la de deshollinador”.

 Por Silvina Friera

Desde Guadalajara

Los editores de Cataluña se tienen que apurar. “Dentro de poquito van a ser como el cóndor de los Andes, una especie en extinción. Y no por catalanes, sino por editores”, pregona y aclara Fernando Vallejo en el Fórum Atlántida, un encuentro organizado por el gremio de editores de Cataluña y la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL). Ya está: lo consigue apenas arranca. El escritor colombiano desata con cada una de sus diatribas una catarata de carcajadas. Elena Ramírez, directora de Seix Barral, que lo acompaña para entablar un diálogo, también ríe. A veces parece que quiere que el público explote de la risa. Que se ría con él y de él. “Cuando cunda en serio el libro electrónico, esta profesión tan honorable que empezó algo después de Gutenberg, hace quinientos años, va a quedar más discontinuada que la de relojero o la de deshollinador.” El autor de La virgen de los sicarios recicla un estribillo. No es nuevo para quien lo haya oído: compone un personaje radicalmente provocador. Y, en su rabia desmesurada, risiblemente escatológico. “Todo cambia, todo pasa, todo se acaba y se lo lleva el viento, ¡qué le vamos a hacer!”, proclama con esa vocecita empinada por un nihilismo feroz.

“Si el viento les pudiera pasar las hojas a los libros electrónicos, el mundo habría empezado a andar bien. Pero no –aclara, por si algún confiado o ingenuo cree que a Vallejo le picó el bicho del optimismo–. Va mal, barranca abajo, irremediablemente, con uno de estos largos adverbios en ‘mente’ que tanto ofuscaban a Borges. Dichoso él, que descansó de ellos. Yo todavía no descanso de la música disco.” Los editores españoles siguen en plena fiesta, publicando libros a lo loco. El escritor apunta al blanco. Y dispara. El año pasado se lanzaron 76.000 títulos. “Oigan bien –pide–: títulos, no ejemplares, o ‘copias’ como dicen ahora los anglizados, que son todos menos yo, por terco.” En cuanto a los ejemplares, calcula que puestos los unos sobre los otros “alcanzan para llegar a la Luna, dar la vuelta y volver a la Tierra como si nada”. En su demoledor “informe de situación”, recuerda que los editores catalanes –que no suelen editar en su idioma, sino en uno ajeno, en español– son “los grandes artífices de esa hazaña y los que hoy mandan la parada”. A estos señores que lo invitaron, a los editores catalanes, les reclama que proscriban los anglicismos de los libros que editan en español, para “salvar a este pobre idioma en bancarrota”.

El escritor colombiano apela a un puñado de anécdotas personales para llevar agua al molino de una certeza: el fin del libro. Un amigo le trajo hace cinco años un ipod, que entonces en México, donde vive el escritor, no se conseguían. En apenas unos segundos le pasó todo Gluck, Bach, Mozart, Beethoven, Schubert, Wagner, Malher, Debussy, Richard Strauss. Y lo que le importa más: todo José Alfredo Jiménez y toda Chavela Vargas, los que más quiere. “El ipod era la piratería de la piratería. La madre de todas las piraterías, como diría el difunto Saddam Hussein”, ironiza el autor de El don de la vida. Otro amigo, en diez minutos, le pasó 3000 películas. “¡Pero para qué quiero yo tres mil películas si detesto el cine! Más que a Castro. Más que al Papa. Ah no, menos... Ah no, más...” Como si tuvieran convulsiones, unas quinientas cabezas que se agitan por el temblor que provoca la risa. “¿Quién le puede impedir a uno compartir su tesoro con el prójimo? Eso no es piratería; es amor cristiano”, define Vallejo. CD y DVD ya pasaron a engrosar “la lista de los discontinuados junto con los deshollinadores y el disco de acetato”. ¿Qué va a ser del libro? Se adivina la respuesta. “Se va a morir, como yo, como ustedes.” Un primer detalle que preocupa a Vallejo es que en el libro electrónico “el viento no puede pasar las hojas”. La flechita para que con el cursor se pase de página en página, siempre bajando, le parece un retroceso: “es como ir desenrollando un rollo de pergamino de los tiempos de Cicerón”. Al colombiano le gusta clavar el aguijón del desencanto. “El hombre avanza retrocediendo –afirma–. Por eso vamos tan bien. Y al que no le guste, se pega un tiro o se jode. Todo es cuestión de acostumbrarse; se acostumbra uno a vivir en un planeta atestado, con las calles atestadas, las carreteras atestadas, las conferencias atestadas, y siete mil millones de bípedos sabios comiendo y demás, ¡no se va a acostumbrar a pasar las hojas con un cursor! Eso es peccata minuta.”

Cuando irrumpe lo que se podría llamar un “matiz” en el pensamiento de Vallejo, una pequeña grieta por la que se cuela un poco de aire, pronto se esfuma. El personaje nunca descansa. “Por ahí he leído que el libro es como las tijeras y como la rueda, que no se pueden mejorar. No se podrán mejor, pero se pueden empeorar. ¡Cuál futuro del libro! ¡Si la que no tiene futuro es la humanidad!” Para el colombiano el libro digital acabará con el libro impreso. Los libros electrónicos se pueden manipular. Ese es el problema; que se pueda cambiar el texto es “gravísimo”. “Por ahí va a empezar el acabose –asegura–. ¿Se imaginan cuando a la canalla de Internet le dé por poner en un libro ajeno y firmado por otro las calumnias y miserias propias y lo echen a andar por el mundo?”

Aunque suene tan drástico sobre el futuro del autor, fundamenta con un ejemplo. El escritor detesta usar el verbo “escuchar”, que significa oír con atención. “Si los libros míos los pasan del papel a lo digital y a un lector malintencionado le da por manipular lo que yo escribí y donde puse ‘oír’ me cambia a ‘escuchar’ y mete mi libro en Internet y lo echa a andar por el mundo, acaba conmigo; está poniendo en boca mía palabras que nunca uso, que es lo que me pasa cuando doy entrevistas. Los periodistas aniquilan al escritor. Todo lo tergiversan, todo lo banalizan, todo lo estupidizan. Si uno dice algo bien, lo repiten mal; si uno se equivoca, dejan la equivocación; si dice uno una frase genial, la borran.” Los principales enemigos del escritor, según el colombiano, son: el corrector de pruebas, el periodista, el editor y el lector. En ese orden.

“En el libro manuscrito de antes de Gutenberg, y después en el impreso, también se podía manipular el texto. Pero no era fácil. Pasar al pergamino o al papiro un libro manuscrito para después echarlo a circular con una falsedad tomaba mucho esfuerzo y mucho tiempo”, compara Vallejo. “Los CD no son modificables, ni los DVD; uno no puede, por ejemplo, quitarle trompetas o clarinetes a un CD, o la ropa a una actriz de un DVD. Pero el libro electrónico sí lo es.” Además de esta diferencia, precisa otra: el soporte. “Mientras el material de un CD o un DVD no cuesta casi nada, el papel de un libro pirateado cuesta mucho, tanto o casi tanto, según su calidad, como el del libro auténtico”, subraya el escritor. Y a eso hay que sumarle la impresión del libro pirateado.

Vallejo interpela a los editores. Quiere saber por qué están cobrando en Europa 15 euros por un libro impreso y 10 por uno electrónico, si el libro virtual no tiene los enormes gastos de papel, impresión, almacenaje, distribución y transporte. “Se me hace un abuso para con el lector –advierte–. Tendrían que cobrarle un centavo de euro.” Que le paguen al autor del libro electrónico el mismo porcentaje del libro impreso, algo así como el 10 por ciento, le parece “injusto” para con el escritor. “El único dueño del libro electrónico tiene que ser el escritor”, plantea. “Por mí que se roben todos los libros míos; me hacen un honor. Pero eso sí, que no me los toquen: ni una tilde, ni una coma. Eso para mí es sagrado. Yo un trueno lo oigo, no lo escucho.”

Más que la piratería electrónica, que ya está a la vuelta de la esquina, Vallejo percibe que lo “terrible” es la posibilidad de que “un cualquiera, la chusma de Internet”, pueda modificar los libros. “Para escritores y editores el panorama lo veo sombrío. Que Dios nos agarre confesados.” Elena Ramírez le pregunta si aceptaría el libro electrónico en caso de que no se puedan manipular los textos. “No hay forma de proteger el libro electrónico. Si el libro se modifica, se acaba”, responde el escritor, quien añade que algo similar está ocurriendo con la prensa impresa y su “lenta” desaparición. El último reducto, intuye, será Francia, país que por su amor a los libros ofrecerá más resistencia. Protesta el escritor colombiano, con más o menos razón según el cristal con que se mire, porque los editores “defienden el último libro del autor y no los anteriores, que parece que fueran de dominio público”. Le retruca Ramírez: a pesar del diagnóstico, que evidentemente no comparte, considera que la figura del editor “será necesaria”.

Vallejo también le retruca. “La chusma escribe y calumnia en Internet y quién la controla. El editor desaparece. Yo no me preocupo por ustedes.” La directora de Seix Barral, estoica en su afán de preguntar, le promete que no bien termine la charla buscará empleo. “El mundo anglosajón nos colonizó el alma. Eso es una realidad; después nos colonizarán los chinos, si es que hay tiempo”, pronostica Vallejo. Un estudiante le pregunta qué pueden hacer los jóvenes para cambiar esta situación. “Si nos metemos en plan de consejos, mi postura ante la vida es que no hay que reproducirse. ¡No tengan hijos!” Una muchacha lo agarra en una “contradicción”. Le recuerda al escritor, un vegetariano militante, que contó en una entrevista que le da de comer pollo a su perro. “Ese es un conflicto que no puedo resolver, pero tú no puedes tratar de derrumbar mi moral”, le contesta.

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Vallejo, ayer, en el Fórum Atlántida de Guadalajara.
 
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