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Jueves, 28 de abril de 2011

LITERATURA › EDITORES, ENCARGADOS Y LADRONES ANALIZAN UN CLASICO DEL LADO OSCURO DE LA FERIA

El viejo rito de manotear con disimulo

¿Qué es lo que caracteriza al ratero ilustrado? ¿Cuántos libros vuelan de las mesas sin pasar por caja? ¿Supone eso un real problema para las editoriales? Página/12 recorrió el predio de La Rural prestando especial atención a otro clásico de la literatura.

 Por Silvina Friera

La pupila dilatada del vigilante incrementa la adrenalina, esa especie de aceite que un “ratero ilustrado” sabe capitalizar cuando aplica la sigilosa técnica del deslizamiento de mano. La Feria –se sabe, aunque poco y nada se escriba– es un virtual estadio olímpico para el ladrón de libros, que sobrevive y se recicla. Si Roberto Bolaño, confeso apropiador de libros ajenos, viviera y los lectores hubieran acariciado el viejo anhelo de tenerlo en La Rural, ¿habría intentado, como en sus buenos tiempos en el DF mexicano, perpetrar el delito? La conjetura viene a cuento porque durante varias jornadas, en las horas de mayor concurrencia de público, Página/12 recorrió stands editoriales en busca de los pequeños Bolaños criollos, multitudes que invaden anaqueles y mesas, que tocan, leen, preguntan y compran. Por ahí deberían estar, cautelosos y tenaces, los protagonistas o fantasmas del lado oculto de la Feria. Aunque cuesta detectarlos, aguardan el momento oportuno para actuar. Después de muchas sacudidas de cabeza, negando que hayan robado o lo hayan intentado, “¡pero cómo se le ocurre, por favor!”; luego de ojos como platos que sostienen la hilacha de un enigma, un fulgor de vacilación sospechoso..., alguien confiesa.

Simpático pirata del asfalto

Domingo por la tarde; la noche empuja los restos del sol que apenas se perciben por Plaza Italia. En los pabellones, la luz artificial parece anular el tiempo. Al menos lo pone entre paréntesis para cientos de personas que circulan de stand en stand.

–Yo robaba libros, ¿y qué? No robé muchos, tampoco fui un pirata del asfalto.

Se ríe Javier Rodríguez, El Niño Rodríguez, uno de los humoristas gráficos más interesantes de la “joven guardia”. De traje y corbata, está en el stand de Ediciones de la Flor, firmando ejemplares de Lucha peluche. Robaba –confirma– en la vieja Feria, la del Predio Municipal de Exposiciones. “Hubo una época maravillosa en que la feria era muy angostita y en los stands había montañas de libros para manotear”, recuerda. “¿Cómo hacía? Agarraba un libro y en vez de ir para la caja iba para la salida. La técnica era la misma que usaba para robar jamón en el supermercado. Como iba después del colegio, pedía que me cortaran el jamón y lo escondía en la carpeta. Era muy pobre y quería comer jamón. Esas cosas, de chico, siempre se hacen.”

–¿Habla en serio?

–¿Tengo cara de mentiroso? No tengo problema en blanquear mi pasado. Me parece que el robo de libros prescribe, ¿no?

El Niño robó libros de arte, excepto los atlas enciclopédicos, mamotretos “inrobables”. “Conozco un ‘delincuente de libros’ que robaba en la librería Ross (en Rosario). Debe tener como 300 libros afanados para él, no para venderlos. Es un ávido lector cuyo hobbie consiste en que cada tres o cuatro libros que compra, uno se lo roba”, cuenta el humorista. “El deseo que provoca el libro es diferente a cualquier otra cosa que se pueda robar, y los que alguna vez robamos obramos en base a ese deseo”, explica. “Nunca sentí miedo, tampoco nervios. Lo hacía para ver si me salía. En el peor de los casos, ¿qué me podía pasar? Que me dieran un coscorrón y me echaran.” Aunque lo acompañara en esas “hazañas” un puñado de amigos, El Niño subraya que el robo es un acto solitario. “Uno siempre roba solo, aun cuando tengas una banda de cómplices, estás robando solo. Robar es un acto solitario. Me hace acordar a esas películas con bandas que roban, pero después se traicionan entre ellos. Yo robo, pero también quiero lo que se robó el otro. El robo es un acto de ego. Aun cuando uno roba con otro, roba solo. Y después trata de robarles a los que robaron con uno.”

Daniel Divinsky, entrañable patriarca de la edición, lo escucha y se tienta. “No me altera en absoluto el robo de libros”, aclara el dueño de Ediciones de la Flor. “Creo que es más grave para el librero, que tiene que pagar el libro robado. El editor lo paga en el conjunto de la factura de la imprenta, pero esos libros robados pierden individualidad como objeto. Supongo que siempre está la excepción cultural. El libro robado entraría en esta excepción.” El año pasado, en el lugar donde está ahora El Niño Rodríguez firmando, le quisieron robar su Lucha peluche. “Se acercó un tipo de unos cincuenta años con una pila de carpetas, se sentó, me empezó a preguntar cosas, y apoyó sus carpetas encima de mi libro. En un momento se levantó para irse y arrastró las carpetas con mi libro.”

–Ehh, el libro, señor –le dijo El Niño.

–Uuuy, perdón –respondió el hombre de las carpetas.

“Fue un claro intento de hacerse de un libro –agrega el ex ladrón a quien casi le roban un libro suyo–. Aplaudo el intento, aunque fue un poco choto.”

–¿Pero no fue un masaje a su ego que hayan intentado robar su libro?

–No, porque si acá hubiera habido un libro de cocina se lo robaba. Me parece que lo hizo porque vio la oportunidad. No por el libro en sí.

Diplomacia y comprensión

Del otro lado del mostrador hay resignación y tal vez una mirada compasiva hacia el ladrón. Jorge Mourguiart, encargado de Ediciones B, comenta que en 2010, al finalizar la feria, descubrieron que les habían robado unos 300 libros. “Se roba un tres o cuatro por ciento del stock”, revela. “Cuando está muy lleno de gente es muy complicado controlar. Los stands están abiertos y no los podemos cerrar; es muy difícil poner alarma en los libros porque tendríamos que tener los arcos esos famosos, como en los supermercados, pero no podemos. El robo de libros es un costo que hay que incluir.” Mourguiart plantea que cuando se da cuenta de que alguien está intentando, con mucho disimulo, esconder un libro en una bolsa o en una carpeta, la cuestión primordial es tratar al perpetrador con un poco de “diplomacia”.

–¿Cómo sería esa diplomacia?

–No acusarlo abiertamente de robo, sino decirle: “Mire, tenga el libro en la mano para que se lo cobren en la caja”. Si uno le dice “¡me estás robando!”, tenemos un escándalo. Hay que tener mucho tacto, mucho cuidado.

El encargado de Ediciones B precisa que nunca hicieron una denuncia. “Siempre que vemos que nos están robando hablamos con la persona, porque en definitiva estamos hablando de un libro. Nadie te va a venir a robar veinte libros de golpe. Creo que mandar presa a una persona porque roba un libro no tiene mucho sentido”, admite. “No tengo atribuciones de policía para retener a una persona, pero además bien me puede decir: ‘Me equivoqué, lo metí adentro de la bolsa, pero lo iba a pagar’. El tema no es tan sencillo.” Mourguiart recuerda una anécdota del año pasado para mostrar los equívocos que se pueden generar. “El stand que está enfrente, el de Granica, estaba repleto porque tenía una serie de libros en oferta. Se me acercaron dos mujeres, con dos libros en las manos, dos enciclopedias, a pagarlas en esta caja.”

–Señoras, esto no es de acá –le dijo Mourguiart.

–Yo estoy buscando una caja vacía para pagar –le retrucó una.

–Esos libros no son nuestros; esto no es un supermercado, tiene que pagarlos allá.

El ejemplo sirve para ilustrar lo delicado del asunto. “Las mujeres cruzaron de un stand a otro, sin darse cuenta, para pagar los libros. No se los estaban robando, estaban buscando una caja vacía. Pero podía haber pasado que la gente de Granica, al ver que esas mujeres se llevaban los libros, las acusaran de robo. Hubiera generado un problema, porque no estaban robando”, dice Mourguiart.

–¿Por qué alguien roba un libro?

–No tengo idea. No creo que a quien le gusta leer un libro venga a robar. Quizá sea una cuestión de picardía, por el hecho de decir “me robé un libro”.

Santiago Bubis, de Santillana, hace cuatro años que trabaja en la Feria. “Es muy difícil determinar cómo, cuándo, por qué y quién roba libros. Los que lo hacen lo hacen muy bien. Nunca vi a nadie robarse un libro. Pero que se los roban, se los roban”, dice y agrega que el año pasado, aunque no tiene la cifra exacta, calcula que se robaron entre 200 y 300 libros. “Nunca llegó a ser un número que lastime a la editorial, aunque son unos cuantos. Intentamos estar lo más atentos posible, pero hay veces que la cosa se desborda y uno no puede estar atendiendo a la gente y viendo si se roban o no.”

Bubis cree que hay ladrones que roban para revender. “A veces faltan libros que superan los 200, 300 o 400 pesos. Robar en la Feria es más fácil por la cantidad de gente. El libro genera una intriga, ¿no?, qué hay adentro, qué tienen las páginas. Supongo que algunos robarán sabiendo lo que hay, pero otros roban sin saber. Yo me acuerdo de que los personajes de Los detectives salvajes se afanaban libros todo el tiempo.” De nuevo Bolaño y esa novela que ha sido la Biblia de las jóvenes generaciones de escritores. El joven encargado de Santillana sirve en bandeja la búsqueda de alguna cita pertinente. “Uno de los inconvenientes de robar libros –sobre todo para un aprendiz como yo– es que la elección está supeditada por la oportunidad”, afirma un personaje. “Mucha gente debe creer que no pasa nada si les roban un libro a las editoriales grandes, porque hacen un montón de plata. Está esa idea de que ‘el que roba a un ladrón tiene cien años de perdón’. Lo entiendo, pero a mí no me deja de doler como trabajador. Yo sé lo que significa para mis compañeros que les falten títulos. A nadie le gusta que le roben.”

“Lo bueno de robar libros (y no cajas fuertes) es que uno puede examinar con detenimiento su contenido antes de perpetrar el delito”, decía Bolaño. Será por picardía, por necesidad, o tal vez una “enfermedad” difícil de curar. Quién sabe. El ladrón de libros está al acecho, caminando por la alfombra roja de La Rural.

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La aglomeración de los días pico favorece el robo: “A veces la cosa se desborda”, dicen los encargados.
Imagen: Bernardino Avila
 
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