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Martes, 7 de enero de 2014

LITERATURA › GUADALUPE NETTEL Y EL MATRIMONIO DE LOS PECES ROJOS, SU NUEVO LIBRO

“Busco nuestro animal interior”

La escritora mexicana presentó cinco relatos donde los animales y los insectos operan como “un espejo que refleja emociones o comportamientos subterráneos que no nos atrevemos a ver”. Intentó, dice, “poner el reflector en la animalidad que tenemos los seres humanos”.

 Por Silvina Friera

Desde Guadalajara

El exceso de imaginación puede conducir al desvarío. Pero desde la terraza del bar del Hotel Hilton, frente a una de las entradas a la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL), la escena observada es nítida y demasiado real: niños, jóvenes y adultos, hormigas acaso un tanto impacientes –como si una película de ansiedad se imprimiera en sus gestos– forman fila para ingresar al predio. De pronto, una frase atribuida a Victor Hugo se incrusta en la mente: “Los animales son de Dios. La bestialidad es humana”. En menos de una hora, Guadalupe Nettel cruzará hacia la FIL para presentar su último libro, El matrimonio de los peces rojos (Páginas de Espuma), cinco relatos magistrales donde los animales y los insectos operan como “un espejo que refleja emociones o comportamientos subterráneos que no nos atrevemos a ver”, según advierte la narradora del primer cuento poco antes de enterarse de que la dupla de peces que tuvo, los Betta Splenders, también conocidos como “luchadores de Siam”, tienen notorias dificultades para la convivencia.

En el tenso y resquebrajado acuario familiar –nada mejor que los peces para comprobarlo–, los gritos también pueden ser silenciosos. El biólogo protagonista de “Guerra en los basureros” da en el blanco cuando plantea que cualquiera que haya sufrido una invasión de los insectos con peor fama sabrá que no exagera: las cucarachas casi siempre terminan convirtiéndose en una obsesión. Greta, una felina consciente de su belleza, le dará una modesta lección a la estudiante que en París decide marcharse rumbo a la Universidad de Princeton: “Los gatos sí que deciden”, a contrapelo de lo que se cree o piensa. “Erradicar un hongo puede ser tan complicado como acabar con una relación indeseada”, sentencia una parasitaria violinista en el declive irrevocable de su vida. El amor, en el relato final, se asemeja a “una emoción letal e instantánea como la mordedura de una serpiente”.

Nada de lo animal le es ajeno a Nettel. En la obra de la escritora mexicana, la profunda empatía entre el reino animal y humano no es una novedad ni una inclinación pasajera. En novelas como El huésped y El cuerpo en que nací o en los cuentos de Pétalos y otras historias incómodas hay, con diferentes intensidades, exploraciones sobre la identidad de un puñado de personajes, donde anfibios, aves, insectos, mamíferos y también plantas pueden disparar la chispa de una identificación que arroja luz en medio de las sombras y anomalías. Como si el espejo en que se observan muchas de sus criaturas refractara el alivio o la resignación de una “normalidad” inesperada, pero familiar. “Siempre me gustó ver bestiarios y esos documentales de la BBC donde aparece el comportamiento animal –dice Nettel a Página/12–. Cuando me planteé escribir un libro de cuentos, me di cuenta de que tenía varias historias guardadas, esperando ser escritas. La de los gatos la tenía hace mucho tiempo, la de los hongos se me había ocurrido no hacía tanto y la de los peces también la tenía ahí. Y me dije: ‘Esto da para una unidad’. Incluso el de las cucarachas, un cuento que me surgió en Barcelona, cuando en el edificio en que vivía se vio infectado de cucarachas y después descubrí que era en toda la ciudad. Empecé a escribir acerca de esto: de la ocupación. Muchas veces pasa que tus intereses te van llevando a hacer apuntes sobre un mismo tema.”

–En varios cuentos de El matrimonio de los peces rojos se busca transmitir la sensación de que el invasor es el humano y no el animal o el insecto en cuestión, ¿no? Por ejemplo, las cucarachas.

–Sí, quería poner el reflector en la animalidad que tenemos los seres humanos, usando muy conscientemente el recurso de (Julio) Cortázar en “Axolotl”, que no se sabe bien en qué momento el narrador pasa a ser el animal observado por otro, por el animal previo. En todos los cuentos intenté que se viera más animal el ser humano. Por eso puse un epígrafe de Gao Xingjian que dice que “el hombre pertenece a esas especies animales que, cuando están heridas, pueden volverse particularmente feroces”. Y otro epígrafe de Plinio el Viejo: “Todos los animales saben lo que necesitan, excepto el hombre”. Estos cuentos ponen a la luz el loco que somos, ponen a la luz nuestras manías y obsesiones, nuestro animal interior. Vivir con animales les permite a esos personajes reflejarse. Muchas veces, cuando están pasando cosas muy fuertes en nuestras vidas –cambios, cismas, separaciones–, nos sentimos tan abrumados que no somos capaces de ver lo que está ocurriendo en realidad. Los animales eran un buen reflejo de lo que les sucedía. Por otra parte, los animales que elegí son subterráneos y sigilosos, justo como esas decisiones que se van urdiendo dentro de nosotros y, no sabemos cuándo, ya están ahí.

–¿Por qué en general se siente más temor hacia el comportamiento animal y se escamotea o no se quiere mirar nuestra propia animalidad?

–Creo que es el miedo que tenemos por esa parte de nosotros que no podemos dominar. Los seres humanos estamos muy sometidos por la dictadura de la razón. La razón es la que va a organizarlo todo, la que nos va a decir siempre qué hacer; las decisiones las tomamos en función de la razón y de lo que debería ser. Y le tenemos miedo a nuestro instinto, a nuestra ferocidad, a lo que los neurocientíficos llaman el “cerebro límbico”, que te hace actuar, que te saca el chorro de adrenalina y te vuelve feroz. Y si tienes hambre, “éste es mi filete, no es tuyo”.

Cómo no sonreír al verlo entrar al editor de Páginas de Espuma, Juan Casamayor, con el refresco y el café pedidos hace más de media hora, cumpliendo el rol voluntario de mozo y anunciando, en un tono de amable advertencia, que en media hora Guadalupe tendrá que estar en la sala de la FIL. El matrimonio de los peces rojos obtuvo en marzo pasado el III Premio Internacional de Narrativa Breve Rivera del Duero. “Todos los cuentos tienen algún elemento autobiográfico –subraya–. El relato sobre los peces lo situé en París porque quería generar una sensación de asfixia. París es ideal para crear esa sensación por los inviernos que tiene, porque la ciudad es carísima y los departamentos son minúsculos y caros. Yo viví con unos gatos en París, cuando era estudiante, y la gata tuvo a sus gatitos entre mis piernas. Pero eso ya ni lo podía poner porque dejaba de ser verosímil, era exagerado.”

–Tres de los cinco cuentos tienen que ver con parejas en crisis: el cuento de los peces, el de los hongos y el de la serpiente. En el de las cucarachas no está tan presente esta cuestión.

–En el de las cucarachas se rompe el matrimonio de los padres del narrador.

–Pero el foco está puesto en ese chico incómodo con la situación que le toca vivir.

–Y también puede ser referencial porque a mí me tocó llegar a la casa de mi abuela cuando mi familia nuclear estaba cayéndose a pedazos. Todos tienen algún detonador autobiográfico. Quiero creer que lo autobiográfico le da fuerza a la literatura. Uno no puede escribir sobre emociones que nunca ha tenido. Después ese material lo conviertes en ficción porque le das una situación particular y cambias casi todo. Pero creo que es imposible no partir de elementos vivenciales.

–En “Guerra en los basureros”, el cuento sobre las cucarachas, en un momento se dice que el número de insectos comestibles censados en México asciende a 507 especies. ¿Son tantos?

–Sí, está documentado. Yo he comido chapulines, que son los más comunes, y los huevos de hormiga, que saben a mantequilla y ajo. Los insectos son una comida prehispánica. En las comunidades y los pueblos aún encuentras gente que te dice: “Vamos a comernos unos animalitos”, así les dicen a los insectos. Lo de los jumiles es muy impresionante porque te dan un cucurucho y están vivos, caminando. Nosotros comemos gambas, camarones, almejas, que son parecidos a los insectos. Los camarones son como cucarachas marinas, aparte se comen toda la basura del mar. A mí me cuesta comer insectos. Hay un platillo superpreciado en México, los gusanos de maguey, que nunca los he podido probar...

Nettel toca como ninguna la fibra más íntima de sus lectores por el modo en que va desplegando puntos de vista que confrontan con certezas inamovibles. Y también absurdas. Como creer que comer cucarachas sirve para acabar con la plaga y fomentar la amistad familiar. Uno de los personajes, la vieja Clemencia, no disimula la admiración que le despiertan esos insectos tan detestados: “Estos animales fueron los primeros pobladores y, aunque el mundo se acabe mañana, sobrevivirán. Son la memoria de nuestros ancestros. Son nuestras abuelas y nuestros descendientes”. No está bromeando, la vieja. Habla en serio. “Si estos cuentos tienen una unidad es porque los escribí más o menos en la misma época, a pesar de que las historias las tenía desde antes. Cuando miras hacia atrás y ves los acontecimientos de tu pasado, lo haces en varias sesiones. Te acuerdas de algo fuerte que te pasó en tu infancia y luego lo que te pasó a los once años, a los quince, a los veinte, como un eco de todo lo que pensaste en cada momento. Son diferentes reflexiones que vas haciendo acerca de un acontecimiento –explica–. Todos prácticamente están construidos alrededor de decisiones importantes en los botes que da la memoria. El cuento de los peces está contado muy inmediatamente: ‘Ayer por la tarde murió Oblomov, nuestro último pez rojo’... Una separación no es algo que decides en una tarde, te toma muchísimo tiempo.”

–¿Cómo evolucionó la cuentista de Pétalos y otras historias incómodas? ¿Se podría afirmar que ha profundizado variaciones sobre un mismo tópico?

–Creo que sí. Hay un cuento en Pétalos..., “Bonsái”, en el que un japonés empieza a ir clandestinamente al jardín botánico y al mirar las plantas se da cuenta de que él es un cactus y asume su identidad de cactus. Es un cuento que participa del clima de El matrimonio... en el hecho de ir descubriendo la identidad a partir de que se va observando los comportamientos de un ser de la naturaleza que normalmente no tendría nada que ver contigo, como un pez. El personaje de “El matrimonio de los peces rojos” ve a la pez, la ve interactuar con su pareja, y no puede no identificarse con ella. En “Bonsái” pasa lo mismo: el japonés descubre que si se sentía incómodo consigo mismo era porque nunca había asumido que era alguien introvertido que no quería reproducirse, como los cactus, que no se reproducen tan fácilmente.

–En “Hongos” hay una mujer que rompe su matrimonio, que por cierto ya está roto, pero su amante no hace lo mismo. El lector intuye que la simetría nunca se producirá y tal vez esto sea lo que genera mucha incomodidad...

–Sí, es incomodísimo. Lo que quería contar era cómo ese personaje, que está viviendo una historia intensa y que está en su plenitud, se va convirtiendo poco a poco en un ser parasitario, oscuro, triste. Yo había pensado otro título para el libro, “Historias naturales”, porque no son historias extrañas. La historia de dos personas casadas que se enamoran y ella deja al marido y él no deja a su mujer, hay una de cada cinco. Me parecía muy triste la historia de esta mujer. Al final, ella es un ser resignado que dice que “los hongos somos así, casi no nos alimentamos; con cualquier gota de comida que reciba, me conformo”... Ella es como un parásito de ese organismo que dice que se le antoja como suyo, pero no es suyo. El personaje está muerto en vida. Este libro fue mi manera de metabolizar una etapa muy oscura que estaba viviendo. Lo escribí mientras me estaba separando, tenía hijos muy chicos, no la estaba pasando nada bien. Yo soy hija de una madre separada, o sea que me tocó vivir también esa parte como hija... No hay un solo cuento que tenga un final feliz. Todo está cubierto de una pátina lúgubre y pesimista.

Vida de muertos

Guadalupe Nettel está escribiendo una novela en la que lleva mucho tiempo trabajando. La dejó en reposo cuando no pudo evitar escribir El cuerpo en que nací. “Tiene que ver con la idea que nos hacemos de los muertos y de los cementerios –anticipa–. Viví durante muchos años enfrente de un cementerio en Francia. La idea de la novela surgió de observar el comportamiento de la gente en el cementerio. Hay miles de ideas que tenemos acerca de los muertos, pero creo que tenemos la sensación de que los muertos no están del todo muertos, que andan buscando energía de donde agarrarse, ¿no?” La novela, que aún no tiene título, transcurre en Francia, pero hay un personaje que vive en Nueva York. “Tiene dos narradores, uno masculino y otro femenino”, agrega la escritora mexicana.

La ficha

La experiencia de la extranjería dejó huellas indelebles en Guadalupe Nettel (México, 1973). En 1985 llegó junto a su madre a Aix en Provence (ciudad francesa que hizo famosa a uno de sus hijos, el pintor Paul Cézanne), donde vivió parte de su adolescencia en un barrio marginal con muchos árabes, en un momento en que Francia se estaba volviendo cada vez más xenófoba. La influencia de la cultura francesa le viene de sus estudios en el liceo. Los primeros autores que leyó fueron Maupassant, Baudelaire, Rimbaud. Doctora en Ciencias del Lenguaje por la Ehess de París, ha publicado los libros de cuentos Juegos de artificio, Pétalos y otras historias incómodas, y dos novelas: El huésped (finalista del premio Herralde) y El cuerpo en que nací. Su obra ha sido traducida al francés, holandés, alemán, inglés, portugués, italiano y sueco, entre otras lenguas.

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Nettel obtuvo por este libro el III Premio Internacional de Narrativa Breve Rivera del Duero.
Imagen: Sandra Cartasso
 
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