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Lunes, 1 de junio de 2015

LITERATURA › FEDERICO BIANCHINI Y SUS CRóNICAS SOBRE DEPORTISTAS EXTREMOS

“Quise transmitir lo que ellos sentían”

Los textos incluidos en Desafiar al cuerpo. Del dolor a la gloria. El deporte llevado al extremo recorren sensaciones límites de corredores, nadadores y montañistas. “La idea era narrar los desafíos de estos tipos, la perseverancia, la disciplina, entender por qué hacen lo que hacen”.

 Por Silvina Friera

El inventario de sensaciones límites de corredores, nadadores y montañistas, la desmesura de los riesgos como bandera existencial, tienen el inquietante encanto de tramar un territorio de preguntas que ponen en disputa el sentido unívoco de la “normalidad”. Las crónicas de Desafiar al cuerpo. Del dolor a la gloria. El deporte llevado al extremo (Aguilar), de Federico Bianchini, se erigen como cartografías de deseos ambulantes. Cristian Gorbea se desbarrancó durante una carrera de aventura y estuvo 42 horas en una cornisa: “Tenemos la inercia de vivir negando la muerte. Nuestra cabeza funciona así: yo sigo siendo inmortal”. María Inés Mato es nadadora de aguas abiertas y heladas; aunque perdió una pierna cuando era una niña, se sumergió en el mar Báltico, el canal de Beagle y la Antártida. “Al nadar, se establece un vínculo con el agua que no se restringe a la relación cuerpo-sustancia, sino que alarga el tiempo, lo desmenuza, lo hace líquido y, de a poco, lo incorpora al recorrido. Lo importante es el movimiento. El movimiento continuo. El tiempo es como un hilo que nos permite entretejer el viento, el agua, la superficie. No es tiempo mercantil que pasa, se pierde, no se recupera. Allí, sumergida, el tiempo no corre: te acompaña. Va con vos”, explica Mato, profesora de Semiología en la Universidad de Buenos Aires.

“Correr es alejarse de la muerte. No podemos vencerla, en definitiva va a ganar, pero tratamos de que nos alcance lo más tarde posible”, dice Alfredo Aguirre, un hombre que ahora se acerca a los 70 años y que llegó a fumar cuatro paquetes de cigarrillos por día. En 2010, a los 64 años, corrió durante 6 horas y 14 minutos el tetratlón de Villa La Angostura. Bianchini no escribe de oído sobre deportes extremos. Aunque no los practica con la misma intensidad que los deportistas con los que habló, participó de una carrera de manera “muy amateur”; le gusta nadar y jugar al fútbol. El cuerpo del cronista y editor de la revista Anfibia, lejos del sedentarismo de la imaginación errante, tiene memoria. “Me tiré en paracaídas para una nota que tuve que escribir y fui a entrenarme con los militares que van a la Antártida en el cerro Tronador”, cuenta el periodista que ganó el Premio Nuevas Plumas (2010) con un texto sobre el escritor Rodolfo Fogwill y el Premio Don Quijote (2013) con una crónica sobre el ex juez Eugenio Raúl Zaffaroni.

“María Inés Mato, como es licenciada en Letras, tiene más capacidad de elaboración para explicar lo que hace. Cuando nadaba en el club Almagro, yo me aburría bastante. En la nota que le hice a Fogwill le pregunté qué pensaba mientras nadaba, y él me decía que pensaba los largos en alemán y mientras tanto pensaba otras cosas; tenía el pensamiento escindido. Fogwill me dijo que si me interesaba lo del pensamiento escindido tenía que hablar con María Inés, que cuando nada, alucina y ve al ejército zapatista y al Subcomandante Marcos, y me contacté con ella”, recuerda Bianchini a Página/12. “Me interesa cómo María Inés recupera sensaciones a través del pensamiento. Hace poco la vi y me contó que se va a Japón, a un templo, a meditar un par de semanas. A través de la meditación puede recuperar las sensaciones de cuando se metía en la Antártida. Algo que charlaba con ella es que el deporte está visto como una cuestión muy simple. El periodismo deportivo en general te cuenta cuál fue el resultado, pero detrás de cada deporte hay cuestiones complejas, sobre en todo en estos casos de personajes que se arriesgan mucho.”

–En ese arriesgar mucho ponen en juego la vida misma, ¿no?

–Muchos coinciden en que si no pueden hacer más deporte se deprimen y no quieren seguir viviendo. Para ellos es vital el hecho de hacer deporte e incluso lo comparten con su familia: saben que se están arriesgando, pero aun así prefieren hacer eso a quedarse haciendo otra cosa. Cuanto más deporte hacés, el flujo de endorfinas que viene después es mayor y el cuerpo empieza a necesitar esa cantidad de endorfinas. María Inés me contó de casos de amigos que empezaron corriendo 10 kilómetros y llega un momento en que la edad no te permite correr 50 kilómetros, entonces muchos terminan en las drogas como sustituto de ese flujo de endorfinas, flujo que ella lo sustituye con la concentración y la meditación.

–¿Por qué la mayoría de las crónicas están narradas en primera persona?

–Mi idea era transmitir lo que cada uno de ellos sentían. Me gusta que el lector sienta, a través del artificio, la voz del personaje. La primera persona, si bien te permite transmitir mucho, te limita en cuanto a lo que podés contar. En la crónica del rescatado, el tipo estuvo 42 horas y no tuvo idea de lo que iba sucediendo, entonces ahí iba narrando lo que pasaba en tiempo real mientras él esperaba. La primera persona me permitía focalizarme tanto en el dolor como en cada una de las sensaciones corporales y anímicas.

–Las crónicas podrían funcionar como pequeños cuentos.

–Salvo la primera crónica, donde en algunos momentos acelero los tiempos y en otros lo detengo, traté de utilizar las herramientas de la literatura pero en la narración, no en cuanto a la estructura. Cuando escribo cuentos, los escribo de otra manera; es como si tuviera un registro distinto para escribir crónicas y otro para escribir cuentos. Si bien hay muchos datos que tienen que estar y en el cuento hay más sutileza, la crónica está más deglutida. No me permito en la crónica algunas cosas que hago en los cuentos, pequeños guiños o sutilezas que creo que no tienen que estar porque es otra la intención. En estas crónicas la intención era narrar el dolor, los desafíos de estos tipos, la perseverancia, la disciplina, entender por qué hacen lo que hacen. Quizás en los cuentos la intención es más literaria. Cuentos escribí siempre, la crónica la hago a demanda.

–¿Hay respuestas posibles a la pregunta de por qué hacen lo que hacen?

–Creo que en algún momento me hice una idea. Algunos lo hacen porque son adictos a determinado deporte y no pueden parar de hacerlo. Hay otros que, como Alfredo Aguirre, tratan de estar bien por su hija. Lo paradójico es que varios te dicen que buscan desafiar a la muerte o lo hacen para estar vivos, pero hacen cosas que están al borde de la muerte. Quizá por eso incluí la crónica del rescatista. Si bien no está en el mismo registro que las otras, servía como contrapunto, en el sentido de que ellos dicen que conocen los riesgos, pero lo viven como si no los conocieran. Entonces quise que apareciera la muerte brutal y las sensaciones de un tipo que va a buscar y que está del otro lado, para quien el deporte extremo no es adrenalina y destreza; es como mostrar el lado oscuro. Más allá de que hay toda una parte placentera y de desafío en el deporte, también hay una cuestión de locura y de falta de raciocinio.

–Pero esa locura también es necesaria, ¿no?

–Sí, creo que en cada persona que vas analizando encontrás, si se quiere, una especie de locura. Ir a una oficina de las ocho de la mañana a seis de la tarde con un traje y una corbata también es una locura. Quizá la locura de la corbata está socialmente admitida, más normalizada, tiene unos beneficios más concretos y dentro del sistema está más legitimado el tipo que se puede comprar un auto y no es un loco, aunque ha pasado los últimos diez años de su vida trabajando para otros.

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Bianchini ganó el Premio Don Quijote (2013) con una crónica sobre el ex juez Eugenio Raúl Zaffaroni.
Imagen: Rafael Yohai
 
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