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Martes, 2 de junio de 2015

LITERATURA › MARíA FASCE Y LAS IDEAS EN SU NOVELA LA MUJER DE ISLA NEGRA

“Hay que contar como si uno viera a través de un vidrio”

Autora de novelas y volúmenes de relatos, editora literaria de Alfaguara en España, la autora señala que “escribir es un modo también de intentar entender”, una de las claves que puede hallarse en su libro sobre el legendario Pablo Neruda y sus mujeres.

 Por Silvina Friera

La memoria vuelve una y otra vez a una escena inaugural. “En la oscuridad se pueden ver mejor los detalles. Cada imagen se une a un sonido y se recorta sola y nítida en el negro y el silencio. Los pasos, por ejemplo. Nadie mira los pasos en el día, apenas se oyen. Nadie ve una mano tocar una mano, una rodilla. Las cosas importantes se pierden. Cae un bretel, un cuerpo retrocede y los besos suenan como estampidos en el negro. Las risas se confunden con la luz, pero en la oscuridad asustan como relámpagos. La mujer se reía. No se reía como mi madre ni como las mujeres que yo había oído reírse, se reía más fuerte, la risa aguda.” Este es el memorable párrafo inicial de la tercera novela de María Fasce, La mujer de Isla Negra (Edhasa), con Elisa, una niña de doce años a comienzos de la década del ’50, escondida en el ropero del cuarto de Pablo Neruda, espiando sin ser vista a Matilde Urrutia, que entonces era la amante del poeta chileno. Pronto esa niña, que es la hija de la empleada doméstica de la casa, quedará fascinada con la pintora argentina Delia del Carril, la segunda esposa de Neruda, veinte años mayor que él.

“La novela empezó por Neruda porque me acuerdo sus poemas desde siempre –explica Fasce a Página/12–. Me pareció que había una dicotomía entre el personaje público y su vida privada. Leí una biografía extraordinaria sobre Delia del Carril, que era un personaje desconocido para mí, y en esa biografía de Fernando Sáez aparece un Neruda con muchas debilidades, muy mentiroso y egoísta. Ahí encontré un conflicto para explotar en una novela. Ese hombre se enamora de una mujer aristocrática argentina, veinte años mayor que él, y luego la engaña. Tenía esa especie de triángulo amoroso con Delia, Matilde y Neruda y eso me hizo pensar desde dónde contar, que siempre es la pregunta que todo escritor se hace antes de sentarse a escribir.” Quince años le llevó escribir La mujer de Isla Negra; es anterior a todas sus ficciones publicadas: los cuentos de La felicidad de las mujeres (1999), la novela La verdad según Virginia (2004), los relatos de A nadie le gusta la soledad (2007) y la novela La naturaleza del amor (2008). “Como dice Flannery O’Connor, uno se pregunta qué haría un personaje determinado en una situación determinada, entonces pensé qué pasaría si Neruda tuviera una hija. La novela tuvo un montón de versiones, una versión en la que la narradora era una periodista que iba a Isla Negra a investigar la vida de Neruda y Elisa le contaba la historia, pero no funcionaba”, recuerda la escritora y actual editora literaria de Alfaguara en Madrid.

Fasce eligió como narradora a Elisa, la nena que llega a la casa del poeta. “A esas dos mujeres conocidas, Delia y Matilde, se me ocurrió añadirles una tercera, Raquel, la madre de Elisa, que había sido una novia de adolescencia, de ese Temuco que Neruda tenía casi borrado. Elisa es una nena que está creciendo y tiene que elegir un modelo de mujer.”

–Hay un rechazo muy fuerte de Elisa hacia Matilde. Ella prefiere a Delia, toma partido por ella, ¿no?

–Sí, por supuesto; incluso Raquel, su madre, que muestra un amor resignado y totalmente desprovisto de esperanza, también prefiere a Delia. Ella llega a la casa de ese hombre que amó y sigue amando y entiende que Neruda se haya enamorado de una mujer tan extraordinaria como Delia.

–¿La mujer de Isla Negra es una novela de iniciación literaria en la que Elisa deviene escritora?

–Totalmente. Elisa tiene una iniciación múltiple, una iniciación sexual que no es sólo por lo que vive sino por lo que lee; y también la iniciación en los libros y la literatura, donde ella cree que está todo, incluso tiene la ilusión de que los libros le van a enseñar a superar el dolor. Después se da cuenta de que eso es imposible.

–¿Sabía al principio que Elisa sería escritora o eso fue apareciendo con la escritura?

–Fue a medida que iba escribiendo la novela. Es un personaje con el que me siento identificada, en el sentido de que ella está siempre mirando. Elisa mira y va tratando de entender eso que es el mundo y la fascinante combinación de sentimientos y qué pasa con el amor, por qué se acaba, por qué empieza. El hecho de estar rodeada de libros y de leer cada mañana los poemas de Neruda hace que sea natural que se convierta en escritora.

–Hay una hipótesis que se plantea en la novela respecto de la obra de Neruda. En el momento en que deja a Delia y empieza a estar con Matilde, la poesía de Neruda se vuelve un tanto cursi.

–A los ojos de Elisa sí, pero en realidad no. Es verdad que los poemas que Delia lee con muchísimo dolor porque están dedicados a Matilde no son buenos. También a ella le conviene que los poemas que le escribe a otra mujer no sean buenos. Me interesaba mostrar, dentro de los poemas que cito en la novela, que Neruda es un poeta enorme con poemas maravillosos y poemas espantosos. Incluso el último libro que acaba de salir con poemas inéditos, diga lo que diga la crítica, son poemas muy flojos. Neruda es un poeta enorme que pasó por un montón de estilos y de tipos de poemas y sigue siendo muy reconocible.

–¿Por qué la novela postula la sencillez en la escritura?

–Hice algo arriesgado que fue poner, por decirlo con términos rimbombantes, mi arte poética, cómo creo que se debe escribir. Henry James dice que en la casa de la ficción uno se tiene que ubicar en una ventana y eso está en el hecho de que la ventana es la de Elisa.

–Pero al principio de la novela la ventana es un ropero por donde Elisa espía.

–Claro. Esa escena inicial es también como una especie de concentrado de lo que va a ser toda la novela. Elisa tiene todos los sentidos muy agudizados. Volviendo a la sencillez, mis grandes modelos de escritura son los norteamericanos: Truman Capote, Francis Scott Fitzgerald, John Cheever, Raymond Carver y Ernst Hemingway. En estos escritores se ve clarísimo cómo el estilo no es una búsqueda en sí misma, sino un medio para lograr que el lector se meta dentro de una historia. Una novela y un relato deben funcionar de tal manera que el lector no preste atención al lenguaje. Por supuesto que si hay alguna imagen muy buena, un destello, una comparación bien encontrada, es como una especie de fulgor, pero uno se tiene que deslizar y dejarse llevar por la historia. Me preocupa que los personajes vivan, que mientras alguien se mete en el libro no salga, que se crea todo lo que aparece allí.

–Elisa recuerda cómo llegaron con su madre a la casa de Isla Negra, cargadas de bártulos. Y dice: “Para instalarnos en la vida necesitábamos cargar con algún peso”. Toda una definición de clase social, ¿no?

–Sí, es una especie de sino de clase y de modo de plantarse ante la vida. No sólo acá ves a la gente que viaja en tren siempre cargada con cosas. En España viví en Andalucía y me llamaba la atención ver a las personas más humildes con bolsas de nylon con ropa, mientras que en un aeropuerto las mujeres más elegantes van con un maletín, un poco como Grace Kelly en La ventana indiscreta, donde sacan todo y lo que no tienen se lo compran. No sólo se plantea literalmente el ir pesado, sino metafísicamente. También estoy aludiendo a lo que cuenta Milan Kundera en La insoportable levedad del ser: Teresa era el peso –porque todo le preocupaba, porque estaba en la vida con carga–, mientras que Sabina era la levedad.

–¿El dilema de Elisa podría ser si vivir en el peso o vivir en la levedad?

–Sí, Elisa se pregunta si a ella le será posible vivir en esa levedad. Desde luego le encantaría, ¿no? Ella asocia a Delia con la imagen de las patinadoras que se deslizan y nada las toca; van siempre impolutas. El peso es un elemento que divide a la gente: los que llevamos peso, los que van livianos... Me gusta que haya un misterio a dilucidar. Borges decía que todo buen relato era un relato policial, en el sentido de que está construido con pistas para develar algo. Raquel es el misterio de la novela. Elisa termina de descubrir a su madre después que la madre muere, algo que es muy terrible. Al final se da cuenta de que no es que su madre fue infeliz o que no estuviera hecha para la felicidad, sino que su concepto de felicidad era otro distinto, un concepto abnegado y donde la maternidad tenía un peso enorme. Cuando somos madres, entendemos mejor a nuestras propias madres. Elisa decide no ser madre porque le parece que es un dolor adicional que le va a quitar la libertad. Un hijo, para ella, refuerza la idea de peso.

“A veces la vida es una acumulación de desgracias. Y sólo podemos quedarnos quietos, esperando. Como si estuviéramos bajo un huracán, sin techo donde guarecernos. Esto lo pienso ahora y es una mala metáfora. No hay metáforas para la muerte”, se lee en el desgarrador y hermoso capítulo doce de la segunda parte de la novela, una escritura ejemplar sobre la muerte de la madre de Elisa. “Ya no tenía madre, no tenía madre en ningún lugar del mundo. No importaba adónde fuera. ¿Dónde iba a esconderme de ese dolor enorme? No sabía sufrir, no estaba entre las cosas que mi madre me había enseñado. Nadie me lo había enseñado. ¿Se aprendería a sufrir también en los libros”, se pregunta Elisa en otra parte de ese capítulo. “Mi madre murió mientras estaba escribiendo la novela. Traté de poner todo el dolor que se puede sentir en ese capítulo. En la ficción a veces uno trata de solucionar lo que no hiciste en la vida”, reconoce la escritora.

–La madre no le dice a Elisa que tiene cáncer. ¿En su caso fue igual?

–Sí, además hay una frase que es de mi madre y puse en boca de la madre de Elisa: “Estoy delicadita...” El amor de una madre es tan grande que, a pesar de sus deseos de verme y de que viajara para encontrarme con ella, decía para qué va a venir, por qué la voy a preocupar... Ese “delicadita”, ese diminutivo, se me clava en el alma.

–¿Cambió la relación con la poesía de Neruda en todo este tiempo de escritura de la novela?

–No, no cambió en absoluto. Cuando estudié Letras, leí toda su obra y me di cuenta de que tenía poemas maravillosos y otros poemas horrorosos. Neruda es un poeta enorme que va a seguir siendo una especie de monumento vivo de la poesía. Pero hay algo que intuyo profundamente falso en su figura pública. Rafael Alberti y los españoles decían que Delia era la comunista, no él... y a ella la llamaban “la hormiguita” porque estaba siempre trabajando y tramando cosas. En Madrid tengo una especie de arca de Noé donde están los libros que necesito para vivir. Ahí tengo mis tres tomos de las Obras Completas de Neruda en la edición de Losada. Cada tanto las abro en cualquier página y me sorprendo.

–Hace un tiempo que no publicaba un libro. ¿El trabajo como editora conspira contra la escritura y la demora o posterga?

–El trabajo de editora, que me parece el mejor del mundo, me da una especie de equilibrio, me pone en mi lugar. Los escritores solemos ser muy narcisistas y parece que el mundo girara alrededor de tu nuevo libro o de tu próximo libro. Ser editor me da la perspectiva de que el mundo puede vivir tranquilamente sin un libro mío (risas).

–Es una perspectiva de la edición muy ecológica.

–Exactamente. Si escritores como Franz Kafka o como Roberto Arlt escribieron con unos trabajos durísimos que odiaban, ¿qué hacés vos dedicándote a escribir en exclusividad? Ser editora es un buen equilibrio... entiendo mucho más a los escritores, sus inseguridades, sus temores, sus ansiedades. Toda mi vida combinaré la escritura con el trabajo de edición. Ya publiqué cinco libros, ¿cuántos libros importantes puede tener un escritor? Me puedo permitir escribir un libro cada cinco años.

–¿Escribir es un modo de mirar?

–Sí, totalmente. Escribir es un modo también de intentar entender. Cuando estoy en una situación dolorosa, un amor frustrado o que se termina, trato de alejarme como si viera desde arriba y entendiera lo que me pasa como si le pasara a otra persona. Hay que contar como si uno viera a través de un vidrio.

Textual

“El tiempo es una sustancia sólida que la memoria expande y contrae a su gusto. Mi memoria vuelve una y otra vez a esa escena: la manga de un vestido me roza la nariz y me dan ganas de estornudar. Estoy dentro del ropero, conteniendo la respiración y mirando a Pablo y a Matilde desnudos.

Los vestidos de Delia ya no están. No hay nada más triste que un ropero vacío.

Todas las mujeres de Isla Negra nos probamos alguna vez ese perfume. El frasco estaba siempre sobre la cómoda. Un frasco de cristal. Puedo imaginar incluso a mi madre probándose ese líquido ambarino en las muñecas, y por supuesto, a Matilde. Pero ninguna olió suavemente a madera y jazmín, como Delia. Ahora mismo, me parece que lo huelo. Han pasado diez años, pero el perfume no ha cambiado. Parece que con el perfume va a aparecer ella en medio de la habitación.”

* Fragmento de La mujer de Isla Negra (Edhasa), página 225.

La ficha

“Me fui por primera vez a España hace unos doce años, en 2002, por un trabajo puntual de tres meses, una colección de clásicos que salía con el diario El País. Pero conocí a mi ex marido, quedé embarazada y me fui quedando. Hace 25 años que soy editora, trabajé en Emecé y en Planeta. Después volví para trabajar en Norma y me volvieron a llamar de Madrid y desde entonces estoy trabajando en Alfaguara”, resume María Fasce (Buenos Aires, 1969) las idas y vueltas de los últimos años. Licenciada en Letras, escritora, traductora y editora, publicó El oficio de mentir. Conversaciones con Abelardo Castillo (1996), el libro de cuentos La felicidad de las mujeres (Primer Premio del Fondo Nacional de las Artes 1999), la novela La verdad según Virginia (2004), los relatos de A nadie le gusta la soledad (2007) y la novela La naturaleza del amor (2008). Su obra ha sido traducida al francés, inglés, ruso, holandés, portugués y alemán. Fasce tradujo a Marcel Proust y a Patrick Modiano. Su obra de teatro El mar (2006) se representó en Buenos Aires y en Barcelona bajo la dirección de Gabriela Izcovich. Su libro de relatos inédito Un hombre bueno ganó el Premio Iberoamericano Cortés de Cádiz 2015.

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“Me acuerdo los poemas de Neruda desde siempre. Me pareció que había una dicotomía entre el personaje público y su vida privada.”
Imagen: Rafael Yohai
 
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