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Domingo, 12 de julio de 2015

LITERATURA › PUBLICAN POESIA COMPLETA DE JUAN JOSE MANAUTA

El paisaje trascendido por la sensibilidad social

La editorial de la Universidad de Entre Ríos reunió la obra poética del escritor. Esta poesía –dos libros publicados en vida, más un puñado de inéditos– “no se puede leer escindida de su producción narrativa y viceversa”, escribió Gabriela Galeano en el prólogo.

 Por Silvina Friera


Como una piedra que cae en un estanque y genera ondas concéntricas, los poemas de Juan José Manauta impactan con su “lenguaje de aromo y dulce flor de espinillo”, con “otoños fugitivos y pródigos”, con “colores suaves, dolientes y provincianos”. La naturaleza y el hombre vibran con una intensidad asombrosa en su ondulante delicadeza. “El río ha bajado hasta la casa del pez,/ en la barranca./ El paisaje desciende humilde y pálido,/ enhebrado, en la primavera no lejana./ Hemos mirado los ranchos color tierra,/ ranchos nacidos, perdidos en la luz y los sauces./ Los peces se han ido y alguien ha venido anunciando/ la pobreza de aquí, que nos pertenece/ y que no habíamos olvidado por ser nuestra.” Poesía Completa de Manauta, una edición exquisita publicada por Eduner, la editorial de la Universidad Nacional de Entre Ríos, ensancha un núcleo estético en sintonía con las novelas y los cuentos del escritor. La poesía de Manauta –dos libros publicados en vida, más un puñado de textos inéditos– “no se puede leer escindida de su producción narrativa y viceversa”, postula Gabriela Galeano en el texto introductorio.

Manauta (Gualeguay, 1919-Buenos Aires, 2013) tenía 20 años cuando comenzó a garabatear los poemas que reuniría en su primer libro, La mujer de silencio, publicado en 1944 (Ediciones Feria, Buenos Aires). Entre dos ríos, incluido originalmente en 1956 en la revista Cuadernos de cultura, fue publicado como libro, en edición que pagó el propio autor, en 2009. “Cumplir noventa es como llegar a una cima. Desde allí se ve el precipicio, pero también se puede mirar a lo lejos”, decía entonces el narrador y poeta que siempre fue consciente de la importancia capital que tuvieron en su formación los poetas Juan L. Ortiz y Carlos Mastronardi. “El comienzo de todos los escritores, y de todos los hombres, es hacer versitos y después empezar a contar –recordaba el autor de Las tierras blancas–. El destino del hombre, del escritor, es primero poetizar y después narrar. Yo no sé si porque pareciera más fácil, o más a la mano, más llevadero, no sé. Pero yo sí empecé escribiendo versitos y sólo después empecé a narrar.” En la introducción Galeano subraya que la dimensión regional en Manauta “se plantea como apertura hacia el mundo por su carácter antropocéntrico y colectivo”. Y agrega que “el tema del hombre predomina sobre el de la tierra que lo condiciona, o mejor dicho: el hombre es en el paisaje, pero un paisaje trascendido por la humanidad que lo anima y lo transforma en cultura”.

No es casual que el primer poema de La mujer de silencio –libro calificado por su autor como “esa cosa juvenil, no muy profunda”– se titule “El paisaje y el hombre”: “Todo sube en la quietud levemente azulada/ de esta infinita mujer de tala y sauce,/ esta mujer de aquí,/ asomada al cielo caído en el río/ como una flor de luz”. El poema continúa en el pasaje de la observación a la especulación o cavilación: “Pienso en el hombre que tiene su raíz en esta tierra,/ que alimenta su mirada hacia las lomas rojizas/ y así, con sus pies nacidos en lo hondo de la hierba,/ ha tenido que ponerle ruedas a su rancho”. De un poema a otro, más allá de las inevitables variaciones, se percibe una preferencia por los desamparados y los pobres, los marginales y los olvidados, que atraviesa el conjunto de su obra. Pero también el poeta “canta” a los amigos: “Mis amigos del café,/ de las horas bellamente perdidas/ y el dulce cigarrillo,/ del desbordante semillón/ tomado en copa de confidencia.// Hay siempre entre nosotros algún poeta y algún deportista que elogiamos;/ una muchacha rubia,/ y una muerte que anima nuestra tristeza”. En “La mujer de silencio” le pregunta a la amiga: “¿has visto a la noche cayendo/ en los pequeños abismos luminosos de las hojas,/ doblando los sauces de verde/ cada vez más oscuro;/ a la casa pequeña que se borra/ de candor y silencio;/ a esos niños desconocidos y casi rubios/ del atardecer?”. La poesía de Manauta, analiza Galeano, adquiere su singularidad en el entramado que generan dos tensiones: la apertura de una estética de cuño simbolista a una sensibilidad social y el antagonismo entre voluntad lírica y materia narrativa.

Juanele escribió una reseña sobre La mujer de silencio, que fue publicada en el diario El Litoral, el 7 enero de 1945. “Manauta sabe lo que es la poesía y su conciencia técnica nunca lo abandona. El ‘cuerpo verbal’ es siempre digno y justo, aun con sus simpatías o apoyaduras, nada excesivas por otro lado, y significativas. Se mueve con la necesaria flexibilidad atento al ritmo de los estados líricos o de una emoción comúnmente compleja (...) Es la ‘música’ de la idea poética lo que importa, pero sin descuidar las sugestiones y los matices secundarios que le van dando ‘forma’. Lo que importa en realidad es dar vida exterior a una reacción ya esencialmente poética y ya en cierto modo organizada en la intimidad creadora”. Después de recibirse de maestro normal en la Escuela Normal de Gualeguay, Manauta viajó a La Plata para estudiar la carrera de Letras. “Juan L. intervino a favor mío y le dijo a mi padre: ‘Déjelo ir que es la mejor facultad del mundo’. Mi viejo y mi vieja no querían, ‘¿cómo se va a ganar la vida este chico?’, decían. A Juan L. debo agradecerle su influencia para que mis padres me permitieran ir a La Plata a estudiar humanidades”, reconocía el escritor en una entrevista con Página/12.

Miguel Angel Federik, en el estudio preliminar, ensaya una interpretación que se inscribe en el “ritmo” de Entre Ríos. “Para los entrerrianos de mundo y cuño, cantarle a la patria es cantarle a Entre Ríos, nada excepcional por cierto, ya que todo poeta real del país interior ha hecho lo mismo, y escritores como Manauta no tienen un mundo para cada género. Tanto en la prosa como en el verso, lo hímnico convive con la piedad, el testimonio con el programa, el método con su efecto. Saber calar también es tener calado. Manauta pauta cuando escribe. Mide las brazoladas y la tensión, como hacíamos de gurises con el hilo de los cometas: largar, sujetar, dejarla ir, darle pulso e impulso a tironcitos para que levante vuelo hasta donde la palabra se enciende. Y encendida baje, harta de cielos, a hombres de este mundo como mariposas de lino, haciendo sus repartos de rocío.”

La segunda parte de Poesía Completa está divida en tres secciones: “Otros poemas”, “Letras” y “Los pájaros”. Todos los textos de estas secciones se publican por primera vez en libro. En “Otros poemas” se incluyen distintos poemas que estaban dispersos en publicaciones periódicas y otros inéditos, encontrados en el archivo del poeta en hojas sueltas, algunas manuscritas y otras mecanografiadas. En “Letras” se reúnen once letras de canciones, algunas musicalizadas e incluso registradas por distintos intérpretes y otras totalmente desconocidas. Se trata de un cancionero conformado por zambas, tonadas, bagualas y milongas. Acompaña la edición un CD con la “Zamba del lino”, interpretada por Marina Luppi junto a Liliana Herrero, una versión que cuenta con la entonación ronca de Manauta leyendo un fragmento del poema “El linar” de Entre dos ríos. El conjunto de la obra poética editada cierra con los últimos poemas que escribió, agrupados bajo el título de uno de ellos: “Los pájaros”. Quizá sorprenda una versión dark del poeta en un soneto hasta ahora inédito –fechado en 1940– del entonces joven veinteañero: “El oscuro sentido de mi vida/sumérgese en la eternidad inerte;/ y en el frío absoluto de la muerte/ se aplacan mis alientos de suicida”. En esta zona, además, se evidencia un guiño al maestro Juanele en el poema “Gualeguay”: “Rememoro una noche en las afueras,/ prójima de los grillos y del rocío,/ concentrada en el alma de una rosa/ presa de un libro que releo en secreto”. Y el último de los poemas de esta parte es un claro homenaje a Raúl González Tuñón, escrito en 1974, año de la muerte del autor de La calle del agujero en la media, poeta que “escribió para la vida, vivió para la vida, combatió para la vida”.

Humilde florecer

En el posfacio “La patética finura”, Sergio Delgado comenta que “todo libro cuenta su propia historia como el árbol que crece, anillo tras anillo, en la intimidad de su madera”. Manauta solía repetir, al final de su vida, que él no se consideraba poeta. “Es difícil creerle y tampoco es necesario aceptar en su totalidad sus argumentos o sus disculpas respecto de la presencia de un tono o de una forma poética en el seno de sus narraciones”, advierte el escritor y crítico en un texto extraordinario que deriva hacia una “pequeña digresión personal” que constituye un hallazgo. En coincidencia con la preparación de la edición de Poesía completa, Delgado estaba trabajando en los poemas inéditos de Juan José Saer. En “Ligustros en Flor” se lee: “Y de este modo, en cada primavera, y en ciertos cercos,/ florece un mundo obstinado, y a costa de mi vida, la persistencia”. Esos versos de Saer dialogan con otros de Manauta, “Calle de la elegía pobre”: “Los cercos también han retornado –retornan siempre–/ al pequeño florecer, al humilde florecer”. Delgado precisa que desde el punto de vista cronológico la sucesión se invierte y Manauta es el primero que abre esta “modesta” serie sobre los cerros; luego Saer lo cita. “Me pregunto si Saer leyó ese poema de Manauta. Es posible, aunque improbable. No consta en ningún lugar esa lectura –aclara–. Otra posibilidad, de carácter más general, estaría dada por la existencia de una suerte de imaginario común, que pertenece menos a la geografía que a la cultura, donde esa figura de los cercos en nuestros pueblos o en los barrios de nuestras ciudades, en tantas primaveras de la infancia y juventud, al florecer dejan, en la memoria del paseante, (...) una imagen perdurable.”

De la sección “Los pájaros” (últimos poemas 2009-2010), Delgado menciona una de las versiones de uno de los poemas que concluye el ciclo poético de Manauta: “Van arribyabajo por mi patio/ y vanamente su sombra/ los persigue”. “Esta imagen de los pájaros que suben y bajan, que se borronean en la visión y se incorporan a la memoria (como el poema, que parece más recordado que escrito), se condensa en una misma y compleja palabra: arribyabajo. Podría tratarse de una palabra mal escrita, dado que en el viejo, como en el niño que aprende a escribir, la mano y la vista no se ponen de acuerdo fácilmente; podría tratarse de uno de esos mot-valise o palabra portmanteau que tanto gustaban a Lewis Carroll y a Freud. (...) Personalmente, no me disgusta la idea de que la obra de Manauta termine con una palabra nueva.”

En una entrevista inédita que le hizo Hugo Luna en 2012, para el acto en que Manauta recibió el título de Doctor Honoris Causa de la Universidad Nacional de Entre Ríos, el escritor explicaba el regreso al género con el que dio su primer paso. “He vuelto a la poesía, a la vejez viruela. Volví, volví, no puedo decirle las razones personales, me pareció en algún momento que con la prosa no había logrado expresar a fondo lo que yo pensaba de la vida en general, de mi vida, eso creí y entonces quise volver, mejor dicho, tuve la necesidad de escribir poesía en la vejez. Y bueno, no hay otra razón, esa, tal vez un deseo humano general de regresar, de volver a la infancia, o aún antes de la infancia, de volver al seno materno. Es volver a la felicidad incomparable de la infancia. Y afortunadamente yo tuve una infancia feliz.”

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Juan José Manauta falleció hace dos años.
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